Conocer Úbeda, 08c

«Por entonces, María de la Cruz tiene noticia de que una noble de origen jaenés, Catalina Serrano, desea trasladar los restos de su esposo, D. Ruy Díaz de Mendoza, a Úbeda, y que posee una hija, Catalina M.ª de Mendoza, que arde en deseos de profesar. La priora le ofrece el patronazgo de la capilla para que pueda enterrar a su marido, lo que, después de diversas gestiones, ambas Catalinas aceptan en 1621, instituyendo el patronato de la capilla y profesando como monjas en dicho cenobio, además de erigirse en fundadoras, con el consiguiente apoyo económico que supuso su fortuna para la construcción del convento y de la iglesia. Dichas religiosas profesarían bajo los nombres de Catalina de la Santísima Trinidad y Catalina M.ª de Jesús. La muerte de la última de las Catalinas, la madre, en 1645, dejaría a medias la construcción de la iglesia.

No obstante, otra nueva religiosa, la venerable Gabriela Gertrudis de San José intercedería con sus amistades (María de Molina, azafata de la reina de Francia; los Marqueses de Santa Cruz o una ilustre vecina del convento, doña Josefa Manuel), para que con sus limosnas se acabase la fábrica.

Posteriormente, entre 1693-94 se haría el retablo, de manos del hermano de la Orden Tercera, Diego de Alarcón, retablista que también trabajó en la Sacra Capilla del Salvador. De éste, destruido en la Guerra Civil, sólo se conserva el cuerpo superior (la hornacina para la titular, la Purísima Concepción, entre columnas corintias y escudos de la Orden), hoy día dispuesto algo más abajo.


A lo largo del siglo XVIII las paredes de la iglesia fueron ornamentadas con dos ciclos sobre la vida de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, de los cuales aún se conservan en la iglesia algunos. Del primero: la Toma del Hábito, San Juan estudiante en su celda de Salamanca y la Tentación de Ávila. De la segunda: Santa Teresa reconfortada por San Pedro y San Pablo, Santa Teresa conducida por ángeles y Visión de San Alberto de Sicilia. Junto a la ventana del lado de la Epístola se conservan también dos lienzos alusivos a milagros del santo en tierras de Jaén: el Incendio de la Peñuela (en La Carolina) y la Tempestad de Úbeda, éste, milagro póstumo. Igualmente destaca el programa decorativo de los lienzos de las bóvedas, donde se trata de hacer un panegírico de la Orden, ensalzando la antigüedad de la misma con santos primitivos (San Simón Stock, San Juan de Jerusalén, Santa Eufrasia) así como otros más recientes (San Gerardo Sagredo, San Andrés Corsini o Santa María Magdalena de Pazzi) y el Carmelo al frente de la iglesia a través de santos carmelitas Papas (San Dionisio y San Telesforo) u obispos (San Espiridión).


En el antiguo locutorio, lugar donde las religiosas recibían las visitas del exterior, se presenta una exposición permanente con los objetos hábilmente escondidos de la destrucción que supuso la Guerra Civil y que hasta no hace mucho se conservaban en clausura. Destaca la colección de orfebrería, con algunos objetos seguramente provenientes de las dotes de religiosas ilustres, pasando objetos civiles a uso religioso, como los dos albahaqueros de plata marcados por el platero conquense Juan de Orea en la segunda mitad del siglo XVII o una bandeja circular de la misma centuria y materia, muy similar a los platos de los aguamaniles de la época, profusamente ornamentada de motivos vegetales repujados. También destaca una salvilla para vinajeras con un ave fénix, alusiva a Cristo, grabada en el fondo. O cálices como el de la fundación o el rococó de la Madre Javiera de la Concepción. Descollante es la Custodia regalo de doña Josefa Manuel, de finales del XVII, con pie rectangular, superficie completamente decorada con motivos abstractos en C y el sol radiante coronado de rayos y estrellas para la Sagrada Forma.


Nutrida es también la serie de Niños Jesús, especialmente de la tipología pasionista y nazarena, que venían a llenar un vacío maternal humano, a la vez que servían de imágenes de devoción, para incitar a la reflexión y al arrepentimiento, especialmente al vérselos llorosos pensando en la Pasión, o jugando con peligrosos clavos, tenazas y espinas, tales como el Niño de la Espina. A lo que se suman otros de tipo triunfante, como el Mayoral, el Peregrino o el tan carmelita Niño Jesús de Praga.

Destaca también un cuadro alegórico de la Muerte de San Juan de la Cruz, inspirado en una estampa francesa de la Alegoría de la Muerte del Buen Cristiano y dos cornucopias con la Transverberación de Santa Teresa de Jesús y sus Desposorios místicos, en alabastro policromado, que antaño decoraban el coro bajo.

Muy importante entre la colección textil es el terno de Felipe III, en terciopelo negro, para el Oficio de Difuntos, con decoración en los collarinos de calaveras y tibias, que han sido eliminadas de otras franjas del conjunto. Se fecha hacia 1621, coincidiendo con la llegada de las dos Catalinas, de cuyos ricos vestidos se hicieron ropas litúrgicas, como así demuestra la presencia en éste de la cruz de Alcántara (griega, en verde y de brazos flordelisados), a la que pertenecía el padre y esposo, respectivamente, de ambas. Está emparentado con modelos de El Escorial. Lo componen casulla y dos dalmáticas, aunque existen otras piezas a juego como un cubrecáliz, una bolsa de corporales o un paño de atril.

Finalmente, destacar los lienzos de las Venerables Juana de San Jerónimo y Gabriela Gertrudis de San José, conservadas incorruptas. Gabriela destacó también por sus diálogos con el Mamoncillo, figurita de Niño Jesús de cuna muy querida en el convento, con su dedo en la boca, que se le apareció a Gabriela llorando por haber sido excluido de la celebración del Corpus en el claustro del convento. También, una lámina calcográfica nos ilustra de otro diálogo mantenido por Gabriela con un Jesús Caído, desaparecido en la Guerra Civil, al que ésta le ofreció tres claveles salidos de un tallo, plancha que se realizó para ilustrar la biografía de la Venerable, publicada en 1703. Dicha religiosa fue tenida por santa, llegándosele a iniciar expediente de beatificación y tomando la ciudad las medidas pertinentes para evitar el robo de su cuerpo, como años antes hubiera ocurrido con el del santo de Fontiveros».

Me contaba mi padre (Fernando Sánchez Cortés) que en la Guerra Civil de 1936-39, esta iglesia del Monasterio de la Concepción la utilizaron para viviendas, por lo que la tabicaron por diferentes lugares con el fin de obtener diversos habitáculos cuyas puertas eran unas simples cortinas…

Como había tanto público en el templo, con una única explicación bastó, mientras que la visita guiada al museo hubo de hacerse por triplicado, para que el poco espacio físico disponible no dificultara las doctas y pedagógicas explicaciones de Margarita…

Por ello, la jornada se alargó hasta las 14 h, siendo la propia guía quien, habiendo cerrado iglesia y verja, así como la mencionada exposición, se despidió de sus dulces monjitas, que estaban sumamente agradecidas por la inyección de gente recibida en su iglesia o museo, con la consiguiente ganancia económica (tan necesaria para su conservación y sustento…) mediante donaciones y/o venta de sus exquisitos dulces (en las que tan especialistas son).

Finalmente, cada cual marchó, más que satisfecho, a sus casas o quehaceres, mientras nosotros tres (Margarita y sus padres) quisimos celebrar esta inolvidable velada invitándonos en el restaurante El Marqués, juntamente con nuestros compañeros de promoción de magisterio, pues hacía nada menos que cuarenta años que acabamos nuestros estudios profesionales…

Úbeda, a 26 de julio de 2013.

Margarita Sánchez Latorre y Fernando Sánchez Resa.

Nota: Gracias a Miguel Tejada Moreno por la cesión de sus estupendas fotos…

fsresa@gmail.com

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