Sinfonía n.º 9 de Beethoven


LUDWIG v. BEETHOVEN (1770-1827)
SINFONÍA núm. 9, en Re menor, Op. 125, “Coral”
Allegro ma non troppo, un poco maestoso
Molto vivace
Adagio molto e cantabile
Presto
Estamos ante una de las obras capitales de la historia de la música por su aspecto formal, atrevimientos armónicos y la abundancia de pasajes de gran belleza. Ninguna de las sinfonías beethovenianas tardó tanto en germinar ni necesitó tanta dedicación y esfuerzo, y en ninguna de ellas produjo Beethoven tanto sentido de humanidad y espiritualidad. La “Coral” no sólo representa el final de sus planteamientos sinfónicos, sino también una apoteosis de todo lo que le había precedido en esta forma musical.

Ya desde 1793, el compositor alemán pensó poner en música un poema de Schiller, algo que, tras lenta maduración, fue llevado a cabo en 1824. Escogió «Au die Feiheit» (Oda a la libertad), como tema para el canto final de su Novena Sinfonía, título que el propio Schiller había sustituido por “Au die Freude» (Oda de la alegría), por motivos políticos. No importa cual de las dos palabras (alegría o libertad) serían más del gusto de estos artistas, pues ambos rendían culto a las nuevas ideas de la época que pregonaban la fraternidad entre los hombres y la esperanza de una vida mejor.
Existen apuntes de temas para la Novena Sinfonía fechados a partir de 1815. Pero fue en junio de 1823 cuando, oculto a todo el mundo y hospedado en casa de un hojalatero de Baden, Beethoven escribió los tres primeros movimientos. Evidentemente, los diez años de intervalo de gestación entre la Octava y la “Coral” implican una evolución en los planteamientos del compositor, que amplía significativamente las fuerzas orquestales. Más aún, abrigaba la duda de realizar la parte final de la obra en forma estrictamente instrumental o completarla con la voz humana. Afortunadamente, Beethoven decidió que solistas y coros expresaran la oda schilleriana de forma triunfal. Para crear una continuidad con los tres movimientos iniciales y evitar un corte ideológico, el músico hace preceder a la parte vocal una especie de resumen de las ideas instrumentales anteriores y no sólo logra su propósito, sino que logra que las partes contrastadas intercomuniquen sus significados. Todo ello coloca al compositor en la cima de la creatividad y marca un hito en la historia de la música, pues abre caminos a genios como Berlioz, Wagner, Brahms y Mahler entre otros.
Aunque la Novena Sinfonía se debía, en principio, a un encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres, Beethoven propuso su estreno en Berlín y la dedicó al rey de Prusia. Finalmente, la gestión de un grupo de amigos logró que se escuchara por primera vez en Viena (mayo de 1824), donde alcanzó un éxito arrollador. Conmueve que el propio Beethoven, ya completamente sordo, “ejerció” de ayudante de dirección desde el foso de la orquesta. Cuanto todo había terminado y los vieneses aplaudían sin cesar, el compositor seguía gesticulando y hojeando la partitura, hasta que la cantante solista Carolina Unger hubo de invitarle a responder a los vítores del público.
Se dice que el primer movimiento se refiere al inexorable orden del universo y al destino; el Scherzo es pura energía y exuberancia; el Adagio es amor. Y con el final viene la alegría y la hermandad de todos los hombres.
El majestuoso primer tema (Re menor) está sugerido por sombrías e indefinidas frases de los violines, que evolucionan a un «fortissimo» de la orquesta al completo. Una segunda introducción conduce al segundo motivo en el tono relativo de Si mayor. El lirismo se desencadena y se establece un diálogo entre cuerdas y maderas que conduce a un clima marcial. Todo manifiesta una fuerza vital desbordante. La coda desarrolla el tema principal, añadiendo una atmósfera de tristeza que para algunos es una premonición del día del Juicio Final; hay una especie de marcha fúnebre de oboes y clarinetes que va ganando en dramatismo e intensidad, hasta que todo concluye con una extensa visión del tema en su modo menor original.
El mismo ambiente endemoniado domina el segundo movimiento, Molto vivace, un devenir de energía y ritmo, una desinhibida expresión de euforia. Se trata de un Scherzo de gigantescas proporciones, resultado de la amalgama de las formas sonata, fuga y scherzo, al que Beethoven cambia el orden habitual en las sinfonías, haciéndolo preceder al movimiento lento. Según el maestro Carlos Gómez Amat, “es una orgía rítmica de poder casi infernal. No es un juego como los tiempos correspondientes de las anteriores sinfonías, sino un torbellino que apenas se remansa en su parte central con un tema de aire popular”.
El bellísimo Adagio se basa en dos sencillas melodías que inician los violines, llenas de lirismo y elegante línea, a las que, posteriormente, Beethoven trata magistralmente en forma de variación y carga de ornamentos. En la parte central se inicia un arriesgado pasaje, muy breve, que permite lucirse a la trompa. Y aunque no falta una especie de fanfarria, podemos afirmar que este movimiento lento es una de las páginas de mayor densidad expresiva de la literatura sinfónica de todos los tiempos. Es un oasis de calma y sosiego entre el vértigo y regocijo general de la sinfonía.
De pronto, retorna el drama: Tras un horrible acorde, la orquesta en pleno, con la excepción de las cuerdas, ataca con descaro un “ritornello” al que responden violonchelos y contrabajos. Después de una repetición se esbozan: los temas de la apertura de la sinfonía, la fuga, el Scherzo y parte del tema principal del Adagio, todo lo cual se esfuma a través de un libre pasaje recitativo nuevamente a cargo de las cuerdas graves. Oboes, clarinetes y fagotes sugieren el tema principal del Presto final, al cual se suman violonchelos y contrabajos. Así pues, el movimiento propiamente dicho comienza ahora con la ya conocidísima melodía, de las cuerdas graves al unísono, mientras que otros instrumentos funcionan en contrapunto, y la orquesta se va incorporando poco a poco con manifiesta alegría. Vuelve el “ritornello” inicial tras el que el bajo solista enuncia el recitativo “¡Oh hermanos, dejad esos sones y entonemos otros más alegres y jubilosos!” y prosigue la primera estrofa de la Oda de Schiller. El coro alterna con estrofas destinadas a los cuatro solistas que han de resolver complicadas variaciones. El grupo, como representante del género humano, canta la alegría del guerrero, la de la paz entre los pueblos, la vida en hermandad… El clima marcial se asocia a la victoria del héroe y a la lucha de la vida. Se refuerza la percusión cuando el tenor canta con el fondo del tema “alla marcia”. Tras una difícil intervención de la orquesta en forma de fuga, cambia el ambiente y las voces masculinas exponen, ayudados de los instrumentos graves, una especie de himno solemne de carácter religioso que nuevamente nos invita a la fraternidad universal: es la propuesta de reconciliación de la humanidad con el Creador que está “más allá de las estrellas”. La alegría se contagia a los participantes y termina todo en una brillante coda.
Nosotros estamos con los que opinan que todo esto, mejor que un himno de alegría, es el grito de un alma atormentada que busca la luz más allá del dolor y la muerte.
Úbeda, enero de 2004.
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