Aquellas tardes de domingo

Dejábamos la explanada del Colegio contentos, caminando de prisa, en grupos de cuatro o cinco alumnos, casi siempre los mismos. El paseo por la ciudad finalizaba en la Plaza de Santa María, con parada obligatoria en la pastelería que había en la calle Nueva, antes de llegar a la Plaza de Andalucía. Allí, con los ojos y la nariz pegados al escaparate, alimentábamos nuestra imaginación soñando con aquellas golosinas que nos deslumbraban, seductoras como una tentación, al otro lado del cristal. No es que fuéramos glotones en exceso, sino que nuestra digestión, ligera como una pluma, recorría ya el último tramo del camino.

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El obispo y Zapatero

Las chicas de familia bien, cuando empiezan a ser mujeres, no tienen la regla ni la menstruación. Sencillamente las visita el nuncio cada veintiocho días. A nosotros, aunque éramos de familia humilde y ya nos empezaban a apuntar los primeros pelillos del bigote, también nos visitaba al menos una vez al año. Aquel día el colegio se engalanaba especialmente para acoger a don Félix Romero Mengíbar, obispo de Jaén.

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El robo de las canicas

Tenían esa edad maravillosa en la que todos los niños merecen ser felices. Desde el estudio, las filas, lentamente y en silencio, se dirigían al comedor. Sólo el canto del búho, entre los árboles, rompía, en ocasiones, la calma del atardecer. Ni una broma, ni una zancadilla, ni una palabra. Tras unos setos, para no ser visto por los muchachos, se ocultaba don Rogelio, que les observaba atentamente. El aire anunciaba que las lentejas habían vuelto a quemarse una vez más.

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El cachorrillo

 

Mi escuela olía a lápices, a frío, a gomas de borrar y a niños pobres. Los hijos de familias humildes olíamos a tristeza y a falta de cariño. Mi escuela no tenía calefacción, ni estufa de leña o de aserrín. El frío de la sierra se pegaba a las ventanas y el resuello de los críos formaba un suave velo en los cristales en el que pintaban con el dedo, muñecos y garabatos, cuando el maestro miraba hacia otro lado. El recinto, al que se accedía directamente desde la calle, era estrecho y alargado; a ambos lados había una fila de pupitres con capacidad para dos muchachos cada uno, pero si éstos eran pequeños se sentaban tres. Al fondo de la sala, estaba la mesa y el sillón del maestro con un cojín sucio y recosido. Pintada en la pared, una enorme pizarra de color negro; y en un rincón, a la derecha, un armario en donde se guardaban los libros de lectura, los mapas y la tiza.

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Segundo vuelo de Clavileño

(Donde se cuenta la mágica travesía que nuestro Ingenioso Hidalgo y su fiel escudero acometieron no ha muchos años, surcando los aires del Santo Reino con las maravillas que desde las alturas contemplaron y las notables razones que expusieron.)

FRAGMENTOS
‑Mal hicimos, Sancho, en no aviar para este viaje algún jubón o tabardo recio que calentara nuestras carnes, que ahora advierto más de lo que quisiera un vientecillo helado que amenaza convertirme en estatua de hielo.

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Mi compañero

Las filas se adentraban en clase lentamente y cada muchacho se situaba en pie detrás de su mesa. Después de rezar, el profesor decía: “Podéis sentaros”, y colocaba sobre la pizarra el mapa de España con los montes y los ríos. Se hacía el silencio y nosotros, con los codos sobre el pupitre y la mirada baja, esperábamos a que el profesor nos fuera preguntando la lección de aquel día. El profesor abría un pequeño bloc con tapas azules y nos miraba, uno a uno, como tratando de adivinar los que habían estudiado y los que estaban in albis, como decía él. Mi compañero paseaba la vista por las paredes y por el techo y me miraba de reojo, y en su rostro se reflejaba el miedo y la tristeza del que no se ha aprendido la lección y teme que le pregunten. Continuar leyendo «Mi compañero»

«Domund» negro

La memoria, que acampa a su capricho en tal o cual paraje de los ya vastos territorios de mis vivencias, se deja a veces convencer por fechas o circunstancias de más o menos fácil explicación; y por una vez, hoy, resulta oportuna. Pretende así que le perdone los innumerables ridículos que me hace pasar cuando no recuerdo nombres o fechas a los que estoy, por bien nacido, obligado. Salgo del paso, es un decir, cuando correspondo al “adiós don Jesús” de algún antiguo alumno con un sonriente “adiós artista” ,o “adiós bonica” o “hasta luego campeón”.

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La perversión del lenguaje

Practicar sexo
En televisión, los jóvenes que concursan para triunfar en el mundo artístico han de someterse a las más duras pruebas. A diario, se adiestran en el arte de la danza, preparan el gorgorito más primoroso y entrenan hasta la extenuación. Estos jóvenes, que han sido seleccionados por sus extraordinarias cualidades, cuando fornican, se aparean o se encaloman, según el locutor, sólo “practican sexo”. Es decir, si Jonathan se beneficia a Vanesa, conduce al lecho de plumas ‑o sea, al huerto ‑ a Nekane, o se trajina a una cordera primeriza, que nadie piense que están en pleno fornicio, cópula o ayuntamiento carnal. ¡Que barbaridad! Simplemente, practican sexo, como podrían practicar inglés, tenis o violonchelo y además “calman su sed de amor”. Todo “guay”, “fino” y “supernormal”.

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Café de otoño

Con las primeras luces, el viento ligero de la vega desvanecía, suavemente, los tonos verde y plata de aquel maravilloso paisaje impresionista. Poco a poco, la densa niebla abandonaba el valle, dejando al descubierto la hermosura extraordinaria del mar de olivos que cruza, firme, el río Guadalquivir. El pálido sol de la mañana doraba los imponentes perfiles de los viejos templos y palacios de la ciudad. Continuar leyendo «Café de otoño»

Sinceridad, lealtad y coherencia

 

 

Dedicado a Paco Fernández Martínez que también sufrió las mentiras y vejaciones de los fanáticos e irracionales.

 

Aseguraba don Isaac que los problemas filosóficos debían afrontarse con mente abierta y sincera, y en disposición de aceptar siempre la verdad, aunque ésta procediera del antagonista, sin ceguera mental ni pasión excesiva. “Lo contrario ‑decía‑ conduce irremisiblemente al fanatismo y la irracionalidad”.

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