Por Dionisio Rodríguez Mejías.
4.- La primera mentira.
En el cursillo, nos habían dicho que durante el almuerzo era mejor hablar de cosas ajenas a la urbanización y que después, con el café y la copita de coñac, sacáramos los planos y el papel en blanco para hacer los números e informar del precio y las condiciones de pago. Como apenas habíamos hablado de parcelas, durante el viaje, no sabía si aprovechar aquel momento para recuperar el terreno perdido o preguntarle al señor Recasens qué noticias de “La Vanguardia” le habían parecido más interesantes. De pronto, se me ocurrió una idea, para poner a salvo mi dignidad y no quedar como un novato. Haciendo de la necesidad virtud, les eché la única mentira que dije en toda la mañana. Pedí disculpas por no haberles informado debidamente, y les dije que yo no era vendedor de la empresa, sino un administrativo.