Por Salvador González González.
La presencia del rey en la manifestación ha hecho a muchos catalanes más monárquicos que ayer y, de seguir así, echándole bemoles como ha hecho, posiblemente menos que mañana.
Los lectores saben, porque lo he mencionado en algún artículo, que me siento republicano y también que pensaba que no era ni el momento, ni la urgencia, ni el sentido de plantear ni tan siquiera un debate al respecto, porque entendía y ahora más sí cabe que antes, que la monarquía constitucional y parlamentaria cubría perfectamente las labores de una jefatura del Estado acorde con los tiempos actuales.
Eso fue ayer; hoy, después de la presencia del rey Felipe VI en la manifestación contra el terrorismo en Barcelona, sabiendo como sabíamos todos que era una encerrona para crear una especie de antesala para la Diada y, por parte de los soberanistas, sacar pecho de cara al 1-O. A pesar de ello, y yo diría contando con esto, el rey ha tenido bemoles, por no poner otro sustantivo de mayor calado, de ir a pecho descubierto, demostrando que es un rey cercano al sufrimiento de sus ciudadanos a los que se debe; por tanto, hoy estoy yo también más cerca de la monarquía parlamentaria que tenemos, que antes.
Hace más grande a Felipe VI este acto, lo dignifica y eleva frente a esa caterva de pusilánimes de escasa catadura moral que aprovechan “hasta los muertos y el dolor de las familias afectadas” para intentar sacar tajada política, cosa que está por ver si lo han logrado. Creo que este acto, despreciable por su parte, se puede volver un boomerang en su contra. Los soberanistas no respetaron ni a los 16 muertos, hasta ahora, de los atentados, ni a los más de 100 heridos, ni a sus compatriotas españoles, que obviamente no pensamos exactamente como ellos, ni al rey que encarna la jefatura del Estado de todos, ni al gobierno que estaba prácticamente en pleno, ni a la ley.
Demostraron, con esta actuación, que para ellos todo lo que acontece en Cataluña tiene que ser utilizado por y para la independencia, porque para ellos lo importante no eran las víctimas, ni acabar con el terrorismo; lo importante era dar un paso más hacia la independencia de Cataluña.
Era vergonzoso ver carteles rotos que pedían paz, porque estaban en español. O cómo se insultaba a los que llevaban banderas españolas o catalanas, como si hubiesen sido ellos los que perpetraron el atentado asesino. Todo perfectamente orquestado y planificado para ese objetivo, por colocación estratégica en la manifestación de las esteladas nuevecitas (recién fabricadas), que no son las banderas de Cataluña, sino de ellos, soberanistas. O las pitadas al rey y a Rajoy, incluso en el minuto de silencio, para avergonzar a cualquier persona mínimamente educada. O carteles hechos los días anteriores, aún frescos algunos, echando en cara las posibles ventas de armas, posición a todas luces hipócritas, porque ¿con que abatieron los mossos de escuadra a los terroristas asesinos? Las armas en sí no pueden tacharse de malas o buenas; ya se sabe que las hay ofensivas y defensivas; dependen del uso que hagamos de ellas (si somos atacados nosotros o nuestras familias, ¿qué haremos? Yo diría que debemos defendernos con lo que tengamos a mano y, obviamente, un arma es el mejor medio de defensa ante un ataque). Un cuchillo es una herramienta para partir el pan o para fines distintos no tan buenos. Además, los terroristas emplearon coches, que no son armas en sentido estricto; pero pueden ser usadas como tales, como así hicieron.
De otro lado, las relaciones comerciales no implican comulgar con los objetivos de un determinado país; o es que ¿porque el Barca en sus camisetas haya enarbolado publicidad de un determinado estado se le puede hacer responsable de las posibles actuaciones negativas de ese país que publicitan?
Han quedado retratados y con su actuación, más que les pese a esos radicales soberanistas y neocomunistas burgueses (que hablan de casta y preparan banquetes de boda con precio 10 veces más que el cubierto de una boda de un currante del pueblo) y que nunca tienen tiempo de asistir a una cita con el jefe del Estado, de ir con un traje normal y, siendo ellos los protagonistas, van de punta en blanco, sin faltarles un detalle en su guardarropía. Con estas actuaciones, no solo no han empequeñecido al monarca, sino que lo han elevado y hecho más grande, o al menos a mí eso me parece.