Por Dionisio Rodríguez Mejías.
CAPÍTULO VI
1.- La primera subida a finca.
El domingo veintidós de julio, a las siete de la mañana, actualizábamos los planos de la urbanización en el despacho del señor Bueno, marcando en color verde las parcelas con opción de compra y en rojo las vendidas durante la semana.
―Se trata de evitar duplicidades de venta ―aclaró Paco―; si no quieres que te denuncien por estafa, no puedes vender una parcela más de una vez, por mucho que les guste a los clientes. ¿Capicci?
Hacía poco que había visto “El Padrino” y me contaba que, de cuando en cuando, utilizaba con las clientas algunas frases que recordaba de la película. “Esta mañana voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”. Y se trataba de venderles una bolsa de patatas de Prades, que estaban en oferta. Aquella mañana, todos se habían vestido muy deportivos: con pantalones vaqueros y chirucas, como si en vez de ir a vender parcelas, fueran a un Festival del Rodeo en Oklahoma. Terminamos de preparar las carpetas, y el señor Bueno nos entregó la ficha que nos había adjudicado a cada uno, con un breve comentario sobre los clientes para orientar nuestra tarea.
―Señor Aguilar ―dijo el jefe de ventas―, como usted tiene experiencia en el trato con gente de dinero, le he asignado a los señores Recasens. Viven en la zona alta y la esposa es licenciada en derecho. No le digo más; una venta segura. No puede fallar.
A continuación, fue entregando a cada vendedor la ficha de su cliente con la formalidad con que yo entregaba los cheques bancarios al jefe de caja.
―Y sobre todo, no se olviden de insistir en los beneficios del aire puro para los intoxicados pulmones de los barceloneses. Cuando bajemos del autocar, díganles que aspiren el inmenso caudal de oxígeno de la montaña, con toda confianza. El aire puro es una extraordinaria medicina para esos pulmones que llevan años y años respirando la contaminación.
Como si se tratara de un vendedor de feria, uno de los veteranos, empezó a pregonar la mercancía entre las risas del resto de compañeros.
―¡Señoras y señores! Un reloj de pulsera; un almuerzo típico catalán; un viaje a la montaña, totalmente gratis, y aire puro en cantidades industriales; ¡No se pierdan la oportunidad de respirar los afamados aires de Edén Park! Un regalo para las familias que nos honran con su presencia. Una cortesía de la afamada esplendidez de nuestra empresa.
La ocurrencia fue acogida con risas e incluso algún aplauso por el resto del equipo.
Cada carpeta contenía un juego de planos; papel en blanco para hacer los números; un bolígrafo; varios impresos para formalizar la venta y el bloc de recibos para la paga y señal. Cuando le pareció que todos habíamos terminado, nos preguntó.
―Señores, ¿todo a punto?
―Sí, señor.
―Pues, adelante. Hoy puede ser un gran día.
Uno se puso a tararear la canción de Serrat y tres o cuatro lo siguieron a coro, “…plantéatelo así, aprovecharlo o que pase de largo, depende de ti…”.
Salimos a la calle. El señor Bueno no se separaba de mí y, de cuando en cuando, me decía para darme ánimos:
―Señor Aguilar, lleva usted la mejor ficha del autocar. Tiene que vender.