“Los pinares de la sierra”, 33

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6.- El vestido de los seres superiores.

El tema de conversación continuó siendo el mismo. Al cliente ―decía el señor Bueno, con toda la razón― le cuesta mucho otorgar su confianza a un desconocido; solo la entrega si detecta en nosotros sinceridad, pero si intuye que intentamos llevarlo a donde no quiere, se aísla y la retira al instante. Es decir, que se encierra en su concha y ahí termina nuestro trabajo. Hacer una venta exige infinidad de requisitos correctamente realizados, pero basta un error para arruinar la operación. Por eso, esta es una profesión difícil, reservada a personas sensibles y despiertas. Cuidar los detalles significa adjudicar a cada cliente el vendedor que mejor se adapte a él. ¿Con quién se entiende un gallego mejor que con otro gallego? ¡Con nadie!

―Señor Bueno, quizás sea verdad eso que dice ―respondió un muchacho bajito y con el pelo rizado―, pero yo no estoy de acuerdo.

―¿Por qué?

―Puede que sea porque soy gallego.

Todos celebramos la ocurrencia y el jefe de ventas siguió con su discurso.

―Se trata de responder a los intereses de cada uno, porque, aunque ustedes lo duden, siempre hay posibilidades de vender.

Y dijo el señor Bueno, mirándonos con atención.

―¿Qué harían ustedes en el caso de que tuvieran que acompañar a una señora mayor, que vive de su pensión, que no tiene interés en comprar y que viene a pasar la mañana para distraerse?

―Pues hablarle ―respondió uno del grupo― de los incalculables beneficios del aire puro en la tercera edad; decirle que la gente del campo vive más años, y hacer con ella respiraciones profundas. ¿No?

Los veteranos se echaron a reír, y otro de los novatos dijo que se limitaría a ser amable y a dejarla en paz, porque a una señora así no había ninguna posibilidad de venderle nada.

―Te equivocas ―dijo mi amigo Paco―; yo le echaría un piropo, le diría que no aparenta más de veintiocho años y, por la tarde, me la llevaría a bailar. ¿Cómo lo ves?

―Sin exagerar tanto como el señor Portela ―puntualizó “El Nervio”―, este tipo de clientes son los que más agradecen el afecto, y si se les habla de inversión, podemos tener agradables sorpresas. No se trata de venderles una parcela, sino un plan de pensiones. ¿Qué les parece? Todos necesitamos un apreciable patrimonio para vivir tranquilos el día de mañana. ¿Están de acuerdo?

―Pues si algunos de vosotros quiere asegurarse el porvenir ―dijo uno de los veteranos―, yo conozco una urbanización que es una joya: hoy no tiene de nada, pero el día de mañana habrá piscinas, zonas ajardinadas, pistas de tenis, campos de golf…

―Vale, tío, pues ya vendré a comprar el día de mañana ―concluyó Paco con una carcajada—.

―Pero, en ese caso, habría perdido una magnífica oportunidad porque, para entonces, el precio de la parcela se habrá multiplicado y a usted le costaría mucho más dinero ―siguió diciendo Manolo, “El Nervio”, entre trago y trago de cerveza―. Señores, pocos hallazgos han sido más útiles, a la especie humana, que el descubrimiento del dinero. Ningún invento ha tenido tanta trascendencia, ni ha resultado más útil a la sociedad. En la vida, se puede prescindir de muchas cosas: de viajar, de estudiar, de ir al cine, de leer los periódicos…, hasta del matrimonio y de los hijos; pero nadie puede prescindir del dinero. El dinero es la savia que corre por las arterias de la economía; es como la sangre que alimenta los tejidos del organismo. Se dice que el dinero no da la felicidad, pero gracias a él podemos realizar sueños fabulosos y resolver graves problemas. Por eso, hay que saber ganarlo y cuidarlo como un tesoro. Porque el dinero crece, pero también puede menguar en ocasiones; y, si no se administra con prudencia, desaparece de nuestras cuentas. No lo olviden, la prudencia es el ropaje que distingue a los seres superiores.

Cuando habló de prudencia, recordé la aventura que Paco me contó entre el señor Bueno y la novia del Sanluqueño. Tuve que volver la cabeza para que no me viera aguantarme la risa.

roan82@gmail.com

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