Consenso

“Fue posible el consenso”… Epitafio que se ha colocado en la lápida mortuoria del ex presidente Adolfo Suárez. Podría haber servido también como lema de su escudo de armas.

Consenso. ‘Acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos’ ‑dice la RAE‑. Consenso = Acuerdo.

Si no hay lo uno no se logra lo otro y no hay más. El consenso necesita mucho trabajo previo, mucho trabajo directo y mucha conclusión integradora. En el consenso, paradójicamente se integra el disenso de tal forma que ya no lo es, sino que forma parte del todo. Es un tira y afloja, es un toma y daca, un “intercambio de cromos” (si se quiere decir así) necesario para lograr una colección de cierta homogeneidad y coherencia. Para lograr el consenso todos deben poner y quitar. Es necesario.

Llegado el final del general, todo estaba «atado y bien atado» en un fardo de incógnitas y de posibilidades que había que abrir y descargar. Era como abrir la caja de Pandora, si no se sabía hacer con delicadeza. Bueno, no desgranaré lo que debe saberse de lo que aconteció en esos años llamados «de la transición», pero sí apuntalarme en la afirmación de que se vio, necesario y con cierta urgencia, que había que llegar a algunos acuerdos fundamentales que hiciesen el proceso más llevadero y más seguro. Los políticos (y en realidad también la sociedad en su conjunto) sintieron que esos acuerdos eran muy necesarios, porque, de no llegarse a los mismos, todo podía llegar a peor. Vieron el grave peligro y lo trataron de conjurar con el máximo consenso posible. Pactos de La Moncloa, proceso constituyente y Constitución y aceptación de la Monarquía como puntales para el cambio consensuado.

Tal vez, nadie se ha parado a pensar que ese consenso alcanzado, del que presumió Suárez hasta en su tumba, fue posible ‑sí‑ gracias a él, gracias a otros, gracias a los españoles en su conjunto, gracias al panorama atrozmente terrible que, de no lograrse, se hubiese producido. Gracias al miedo al pasado y al futuro.

Ahora se clama con certeza en la necesidad de modificar profundamente la Constitución o, mejor, redactar una nueva. El tiempo transcurrido y los cambios que se nos acumulan lo hacen necesario. Y ciego es quien no lo quiera ver. Mas, tal vez el inactivo Rajoy lleve razón: puede que no estemos en condiciones de llevar esta tarea a cabo.

Cierto que se vislumbran nubarrones muy espesos en el horizonte; cierto que son de tal magnitud que ya dan miedo (lo que sería un acicate para irse hacia las reformas); y que hay voces que claman la necesidad de pactos y acuerdos (incluso de gobiernos de concentración nacional) previos. Huele a lo que pretendía parte de los golpistas del 23 F. Si se llegase a acuerdos de calado, sería posible hacer una buena reforma. Esta sí que sería una segunda transición verdadera y no la que cantó el ex presidente Aznar, llamando así a un mero giro a la derecha en la política gobernante. Tampoco se atreve hoy nadie a llamar así a la fuerte derechización que ha impuesto el actual gobierno. Porque esto no es transición alguna, semejante a la del consenso suarista, pues no tiene ninguno de sus ingredientes fundamentales.

Si lo que se viene cociendo como actividad gubernativa, desde hace años, es meramente la implantación de leyes y normas de un signo u otro, no votadas o impugnadas por el contrario, derogadas o modificadas de inmediato, en cuanto el signo de la gobernanza política cambia; si lo que se ve es el baile de la legalidad y estabilidad normativa cada temporada, sin más apoyos y valor que la simple regla numérica del logro de mayoría en las votaciones del Congreso, eso no lleva más que a aceptar los trágalas hasta que se cambia el signo político o los pactos electorales.

Ahora, cuando es muy necesario el planteamiento (aunque ya va tardío) de atacar una reforma legal del marco de convivencia español; ahora, es casi meramente imposible el lograrlo. Se ha socavado de tal forma el edificio legal, económico y social de nuestro país, desde dentro de las mismas instituciones, que los actores de tal hazaña (los enunciados al principio) no están por la labor. Hay tal grado de suspicacia ante la evidencia de lo andado ‑en estos últimos años‑ por el gobierno, machacando con su programa ideológicamente exclusivo; machacando con su programa económico devastador; machacando con su programa social destructivo de todo lo que el consenso inicial había logrado; machacando, a pesar de los pesares, en base a su potencial legislativo ‑mayoría y tente tieso‑, que ahora es muy, pero que muy difícil que otros actores se incorporen a una hipotética mesa de acuerdos, porque saben que tendrían que plantear la retirada de casi todo lo que en la actual legislatura se ha legislado y ejecutado por el gobierno y su partido.

Y esto no lo consentirían los anteriores.

No se llegará, pues, a nada y se irá a lo peor. Ojalá me equivoque. Pero no siento que haya un Suárez capaz de loglarlo.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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