Querida tita Rosa:
Acabamos de ver cómo has sido enterrada en el cementerio de San Ginés de Úbeda en el mismo lugar donde yacen tus padres, como era tu expreso deseo, repetido muchas veces a tus hijos y nietos, pero especialmente a tu hija Rosa Mª, pues así querías tú partir al Cielo de los Justos en inmejorable compañía. Se ha respetado tu santa voluntad y allí hemos estado tu extensa familia nuclear al completo y algunos sobrinos o amigos escogidos.
Veníamos de asistir a la misa de corpore in sepulto en tu parroquia de San Isidoro, como también era tu deseo, canalizado principalmente por tu querida hija Rosa Mª. Aplaudo desde aquí esa sabia decisión de pasar a despedirse el difunto por su parroquia, pues últimamente toda la parafernalia del entierro se viene realizando, incluida la misa de despedida, en los tanatorios de una forma más impersonal de lo que -para mi gusto y entender- debería ser.
En tu parroquia toda ha sido paz y buenos recuerdos, con palabras y deseos de tu pronto y feliz encuentro con Dios, culminados al terminar la misa y antes de despedirte cristianamente para el cementerio con unas sabias y poéticas palabras de tu nieta mayor, María del Mar (Mar, para los amigos y familiares), en las que ha descrito perfectamente el cálido y tierno hogar que tú conformabas con toda la familia, como buena abuela y matriarca que todo lo da para los suyos, incluidos especialmente tus nietos y biznietos, en tu casa y corral plagado de amor, flores y rosas, de la calle Fuente de las Risas, en donde el edén infantil de los más pequeños nos lo ha sabido representar Mar mágicamente, recordando cuánto y cuando disfrutaban de lo lindo de esas meriendas tan ricas que os tomabais allí y degustando esas expresiones tan de su abuela que nunca se les olvidarán y que han sonado en nuestros oídos como agua de mayo, provocando en algunos de nosotros lágrimas de emoción y puro sentimiento…
Toda la familia sentimos tu pérdida, pues tus 92 años han dado para mucho en todos los aspectos de la vida. Te casaste con tu querido Miguel, que hace ya bastantes años se te adelantó para el Cielo, también en un verano aciago, y desde entonces has vivido tu viudedad digna pero resignadamente, siendo el nexo entrañable de unión de tus hijos, nietos y biznietos y del resto de tu extensa familia.
Este verano, como todos los que vuelvo de Sevilla, he querido ir a verte; el pasado año incluso te visitamos con mi hija Margarita y mis nietos Abel y Saúl, recordando todavía ellos lo que tu hijo Pepe les dio de merendar. Pero parecía que este estío solo había obstáculos para visitarte, pues no te encontrabas bien de salud, incluso habían tenido que hospitalizarte, por lo que finalmente pudimos ir a visitarte mi esposa y yo allí, mientras tus nietos José Luis y Yolanda te cuidaban primorosamente, al igual que el resto de tu familia íntima que se han ido turnando para que nunca te encontrases sola ni desamparada… Aún no te habían sedado y bien que nos conociste, pues tu memoria funcionaba a las mil maravillas a pesar de que tu cuerpo se iba apagando paulatinamente. Incluso me preguntaste por mis nietos en un golpe de claridad mental y cariño destacables…
Pero tu mal ya se iba apoderando de ti y tu hora última se estaba acercando a pasos agigantados, por lo que te hemos estado rezando y recordando cada día hasta tu fallecimiento, siempre en la esperanza de que sufrieras lo menos posible y pasase de ti ese cáliz…
Y durante todo este tiempo me han venido imágenes entrañables y tiernas de cuando tú eras joven y dinámica, siempre ayudando a tu marido en las labores domésticas, lavando las cántaras de la leche con las que repartía por toda Úbeda a su distinguida clientela, tanto el tito Miguel como su hermano, el tito Antonio, pues formaron un tándem indestructible durante muchos años cuidando esas primeras vacas que les dieron sus padres de jóvenes (mis abuelos maternos) para que fuesen ganándose la vida -al llegar su mayoría de edad-, multiplicándolas y mejorándolas.
No paran de venirme recuerdos de cuando íbamos -en aquellos inviernos fríos y lluviosos de antaño- a la recogida de la aceituna, formando una cuadrilla familiar que nos hermanaba aún más, especialmente en las vacaciones de navidad. ¡Qué tiempos aquellos en los que la sangre y la alegría de nuestra juventud y madurez circulaban por las venas, cuando la felicidad infantil inundaba nuestras vidas!
Siempre me acuerdo cuando el tío Miguel y tú ibais de visita o celebración familiar, advirtiéndole cariñosamente a tu marido para que no se durmiera, pues lo hacía incluso sentado: «Miguel, que te duermes…». Y es que el pobre tenía una falta de sueño impresionante, pues rara era la noche que no tenía que asistir a alguna vaca de parto o levantarse muy temprano para ir a recoger hierba o forraje, por esos campos de Dios, para la cada vez más grande manada de vacas que ambos hermanos poseían.
Y tú siempre al lado, apoyándolo en todo y dándole tres hijos como tres soles (Antonio, Pepe y Rosa Mari) que, luego, se han multiplicado en nietos y biznietos por doquier. Rememoro ahora cuando -con trece años- fui a verte solo, porque habías dado a luz de mi prima Rosa Mari y te llevé una docena de alpargates de Lope (que tanto te gustaban, pues eras tan golosa como lo soy yo), como regalo material por haber tenido una guapa y esperada hija. Por entonces era comportamiento y regalo habitual del que visitaba a un enfermo o recién parida y que, en mi caso, he venido repitiendo contigo estos últimos años en los que te he visitado durante el verano, con o sin mis nietos. Y tú siempre estabas agradecida; bien que me lo ponderabas…
Espero que ya te hayas encontrado con el tito Miguel, tus padres y familiares que te precedieron en este tránsito final que todos hemos de pasar.
Tu domicilio en la calle Fuente de las Risas de Úbeda siempre será el faro de nuestros más íntimos, prolongados y bonitos recuerdos, especialmente de tu extensa familia nuclear, pues allí has ejercido como reina y matriarca durante tanto tiempo…
Ayuda a toda nuestra familia desde donde estés, mientras nosotros quedamos apenados por tu pérdida. ¡Descansa en paz!
Recibe nuestros más sinceros besos y abrazos. Mira qué casualidad que por unas horas no te fuiste al Cielo -con tu amado Miguel- en el día de tu santo (Santa Rosa de Lima) que tantas veces has celebrado en tu hogar, siendo tú -actualmente- la más decana de nuestra familia.
Ya solo me queda una tita viva: Prudencia, que seguirá atesorando nuestro cariño y amor, de aquella familia que iniciaron nuestros antepasados comunes remotos, pero que se concreta en nuestros abuelos Antonio Resa Molina y Josefa Jiménez Sierra (mis abuelos maternos) que dieron vida y frutos a este árbol genealógico tan frondoso que ya está muy bien extendido, especialmente por la rama de tu hijo Antonio, en donde los biznietos y bisnietas se han multiplicado como setas para que tu amor de bisa y madre se viese compensado concienzudamente…
Úbeda, 2 de septiembre de 2024.
Fernando Sánchez Resa