Prohibido llorar

08-02-2011.
Amigo Enrique: ¡Vaya noticia que nos has dado! Por fin te has librado de la dichosa quimio. ¡Felicidades! A uno, la palabra quimio le suena a vieja misteriosa y arrugada, de esas que antes echaban el mal de ojo a los niños más guapos para que perdieran el apetito y se quedaran enclenques y canijos. También me suena a alquimia y quiromancia. A brebajes misteriosos con los que antes se curaban estos asuntos. Pues, ¡olé la quimio! Te has curado sin necesidad de tomar gusanos mojados en miel, aceite de escorpiones ni sangre de cabrito; que, según el doctor López Corella, eran antiguamente el remedio más eficaz para combatir estas dolencias. ¡Consuélate!

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Un puñado de nubes, 04

07-02-2011.
Había cosas que León, en cierto modo, tenía aparcadas en un rincón del alma. Tan íntimas y especiales que ni siquiera a su amigo Alfonso, conociéndose desde hacía tanto tiempo, se atrevía a confesarle. Una cosa era hablar de fútbol, de política, de los hijos, de la pensión y otra era que, a pesar de los años, o tal vez por esa razón, aún seguía haciendo versos. León decía hacer versos y no escribir poesía. Tenía varios cuadernos antiguos, del tiempo de la facultad. Quizás los escribiera por aquel impulso vehemente de adolescente retardado que le produjo el conocer a Amalia. Tampoco se los enseñó a ella, aunque era para ella para quien los escribía.
—¡Qué viejo más estúpido te estás volviendo! —le diría Alfonso—.

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Ahora que nos hemos calmado

06-02-2011.
Ahora que, parece ser, estamos ya alejados del día de la huelga general del 29-S, creo llegado el momento de hacer ciertas reflexiones que no nos deberían de venir mal, ni a unos ni a otros.
Metido en mi papel de llamar al pan, pan; y al vino, tinto o blanco, creo que poner puntos sobre las íes es del todo necesario.
La Constitución consagra el derecho a la huelga por parte de los trabajadores. Es cierto y debería estar muy claro; pero no lo está. Y no está claro para parte de los patronos que, de inmediato, ante la intención del asalariado de ir a la misma, no lo amenaza sólo con detraerle el salario del día no trabajado sino que, además, puede sentirse tan ofendido que lo que le anuncia es su probable e inmediato despido por tal ejercicio del derecho del trabajador. Ahí hay una violación de la ley flagrante, pero en general ante ello y dada la indefensión del obrero, éste opta por ir (si puede) a su trabajo y todo queda en nada.

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Un puñado de nubes, 03

04-02-2011.
Traía la taza del café en una mano y el platillo en la otra; en la cara, ganas de conversación. León estaba alucinado esta primera vez en que una chica se dirigía a él desde que estudiaba en la facultad.
Antes paseó la vista por cada rincón de la cafetería, esperando encontrar las caras de los compañeros, disimulando risas. Pero todo era normal: reuniones aquí y allá, parejas que disfrutaban el descanso, esforzados que comentaban apuntes, algún que otro con su soledad encima… hasta el agua de la lluvia topaba levemente en el amplio ventanal.
—Así que de Valdelduque —le dijo Amalia—.
—En realidad me crié en La Puerta de Segura, donde destinaron a mi padre, guardia civil —se atrevió a decir—.

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Paco, «el del banco»

03-02-2011.
Decía que trabajaba doce horas diarias, de siete de la tarde a siete de la mañana, y debía ser verdad porque durante el día nadie sabía nada de él. Por su especial manera de entender la vida, desechaba cualquier ocupación digna y respetable. A eso de las siete y media, entraba en el pub haciendo graciosos comentarios en voz alta, con su envidiable acento gaditano. Se enrollaba como una persiana con cualquiera que acabara de conocer, le contaba la historia del banco y, a los pocos minutos, alternaban como si fueran amigos de toda la vida. Conocía a todo el mundo: periodistas, golfos profesionales, progres, cantantes y fulanas en fase de lanzamiento. De vez en cuando, asomaba con alguna colgada del brazo, se acercaba y te decía con gran solemnidad:

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Un puñado de nubes, 02

02-02-2011.
Era jueves y acababan de dar las cuatro. León se vistió despacio, casi con desganada parsimonia. Pensaba que aquel encuentro con la que decía llamarse Amalia, “mira qué casualidad”, no sería en realidad la solución que buscaba. La había visto en un programa del Canal Sur, en donde gente ya mayor busca compañía para romper el enfermizo círculo del silencio.
Fue la semana pasada. Había vuelto del paseo cotidiano antes de lo previsto, porque el viento levantaba con tal fuerza regueros de hojas muertas que hasta era peligroso cruzar por el paso de peatones, porque los coches no llegaban a ver con claridad si el semáforo les permitía continuar la ruta. Ni siquiera cubrió los menos de trescientos metros que le faltaban para llegar a la cafetería en donde, tras el almuerzo, solía tomarse su cortado con una copita de Duque de Alba, esperando a que llegara el amigo Alfonso para comentar las noticias de la semana.

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