23-02-2011.
León había llegado al bar de la cita con Amalia con casi quince minutos de retraso. Los que tardó en desviarse a una floristería para comprar un ramo de claveles. Cuando entró en el ensombrecido bar y no vio más que a dos risueñas parejas besuqueándose y a dos viejos taciturnos tomando café, pensó darse la vuelta y colocar las flores en el paragüero con la misma devoción que lo hiciera sobre una sepultura. En el fondo de sí mismo sintió como un flujo liberador que le hizo encogerse de hombros. Miró hacia la mesa en donde solía sentarse con su amigo Alfonso y lamentó que no estuviese allá.
Llevaba ya varios días sin verlo y estaba seguro de que se hubiera divertido al contarle aquella fallida “aventura amorosa”, si es que así se la podía llamar. Era como si lo estuviera oyendo: