03-02-2011.
Decía que trabajaba doce horas diarias, de siete de la tarde a siete de la mañana, y debía ser verdad porque durante el día nadie sabía nada de él. Por su especial manera de entender la vida, desechaba cualquier ocupación digna y respetable. A eso de las siete y media, entraba en el pub haciendo graciosos comentarios en voz alta, con su envidiable acento gaditano. Se enrollaba como una persiana con cualquiera que acabara de conocer, le contaba la historia del banco y, a los pocos minutos, alternaban como si fueran amigos de toda la vida. Conocía a todo el mundo: periodistas, golfos profesionales, progres, cantantes y fulanas en fase de lanzamiento. De vez en cuando, asomaba con alguna colgada del brazo, se acercaba y te decía con gran solemnidad: