Un puñado de nubes, 04

07-02-2011.
Había cosas que León, en cierto modo, tenía aparcadas en un rincón del alma. Tan íntimas y especiales que ni siquiera a su amigo Alfonso, conociéndose desde hacía tanto tiempo, se atrevía a confesarle. Una cosa era hablar de fútbol, de política, de los hijos, de la pensión y otra era que, a pesar de los años, o tal vez por esa razón, aún seguía haciendo versos. León decía hacer versos y no escribir poesía. Tenía varios cuadernos antiguos, del tiempo de la facultad. Quizás los escribiera por aquel impulso vehemente de adolescente retardado que le produjo el conocer a Amalia. Tampoco se los enseñó a ella, aunque era para ella para quien los escribía.
—¡Qué viejo más estúpido te estás volviendo! —le diría Alfonso—.

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