
Amigo Enrique: ¡Vaya noticia que nos has dado! Por fin te has librado de la dichosa quimio. ¡Felicidades! A uno, la palabra quimio le suena a vieja misteriosa y arrugada, de esas que antes echaban el mal de ojo a los niños más guapos para que perdieran el apetito y se quedaran enclenques y canijos. También me suena a alquimia y quiromancia. A brebajes misteriosos con los que antes se curaban estos asuntos. Pues, ¡olé la quimio! Te has curado sin necesidad de tomar gusanos mojados en miel, aceite de escorpiones ni sangre de cabrito; que, según el doctor López Corella, eran antiguamente el remedio más eficaz para combatir estas dolencias. ¡Consuélate!
¡Felicidades! Me sumo a tus gritos de alegría: vivan el vino, las mujeres, las enfermeras, el oncólogo y la señora que parió al oncólogo. Vivan los niños, las canciones, el chocolate, los cubalibres y un buen cigarro después de una mariscada, diga lo que diga Zapatero. Viva todo lo bueno que puede darnos esta vida, los cuatro días que estamos por aquí. Ayer veíamos cantando a Luz Casal, pronto se cumplirá un año de la operación de Plácido Domingo y ahí tienes a Cynthia Nixon, la de “Sexo en Nueva York”, que hace tres o cuatro años superó la enfermedad. Ahí están todos tan guapos, como tú y tan buenos; especialmente ellas.

En la Edad Media, a los sujetos que propagaban estas desgracias les colgaban del cuello una esquila, les decían una misa y los colocaban debajo del campanario. Los feligreses desde arriba les arrojaban piedras de gran tamaño. Cuando les acertaban en pleno, milagrosamente se curaba el mal. Lo cuenta San Cirilo de Badulaque en el libro “Secretos de Política y Philosophía”, editorial Bobis Mundi, 1327.
Bueno Enrique, sólo quería felicitarte y decirte que yo también estoy feliz. Has soportado doce sesiones de quimio. Puedes contarlas y nos las has contado de manera admirable, una a una, hasta doce, como los trabajos de Hércules. Dios quiera que tu relato no necesite segunda parte. Con la enorme alegría de saber que empiezas unas merecidas vacaciones, te envío como amigo tuyo y lector incondicional un fraternal abrazo:
Dionisio R.