Los virus también están en el Paraíso

Premio nacional 1999 de la editorial Phytoma
Ilustraciones de Diego del Moral Martínez.
 
Prólogo, para mis amigos ajenos a la fitopatología, de un cuento sobre virus, santos y viñas
El desarrollo de un patógeno (hongos, bacterias, virus o nematodos) sobre un vegetal determina una relación biológica de parasitismo del primero sobre el segundo –enfermedad‑, que puede conducir al vegetal a la muerte. Cuando esa enfermedad, por su extensión, tiene una importancia económica grande, se define como “plaga”. Las enfermedades de los vegetales son fenómenos “ordinarios”, mientras que las plagas son “extraordinarios”, inducidos por causas excepcionales, como las climáticas, o, la mayoría de las veces, por una agricultura inadecuada.

En el desarrollo de una plaga suelen intervenir más de una causa ‑patógeno, organismo trasmisor, especies vegetales acompañantes, el agricultor…‑.
Este cuento sobre un virus que afecta a la vid (Grapevine fan leaf virus) tiene como origen una tesis doctoral. Apoyándose en ella, el argumento es una historia fantástica donde los protagonistas son los organismos que intervienen en el desarrollo de la plaga, historia que, al final, concluye de una manera un tanto borgiana.
 
A todos aquellos que han dedicado su vida a conseguir la salud de las plantas y han contribuido, por ello, a un mundo mejor.
Las lluvias del otoño pasado derribaron algunas paredes de la ermita de Santa Potenciana. En la parte baja de un muro apareció una especie de covacha que realmente era la entrada a un sótano; allí, apilados en bateas, había innumerables libros escritos en un árabe corrompido o aljamía.
‑Probablemente esta ermita fuese construida sobre un cenobio de sufíes ‑pienso yo.
De entre los ejemplares que ya han podido ser traducidos al castellano destaca uno por su originalidad: “Tratado sobre aquellas plantas que pueden ayudar a desvelar la verdad de las cosas. Por el doctor excelente Ibn-al Awwan”.
El libro en cuestión es una recopilación de saberes decantados a lo largo de la historia y recogidos por una larga sucesión de sabios. Su autor confiesa que todo lo narrado lo ha aprendido del judío Hasday Saprut, éste del gaditano Moderato Columela, quien a su vez asegura haberlo leído en Xenofonte, discípulo de Sócrates… y así hasta llegar hasta la diosa Deméter, fundadora de la agricultura. «¿Se puede dudar del origen divino de este libro?».
El capítulo V se titula: “Procedimiento para conocer la verdad relativa al fenómeno llamado parasitismo y por el cual unos seres viven a expensas de otros”. Según el autor, la clave para alcanzar dichos conocimientos está en una infusión de pétalos de asfodelo: Las flores deberán ser cortadas por una niña al atardecer; los pétalos se introducirán en agua de lluvia recogida en el solsticio de invierno y se pondrán al fuego con ramas de aulaga; el líquido resultante se beberá con recogimiento y gran atención en el secreto a desentrañar, siendo importante que esto se haga en el lubricán de las calendas de junio.
…Las flores deberán ser cortadas por una niña al atardecer; los pétalos se introducirán en agua de lluvia recogida en el solsticio de invierno y se pondrán al fuego con ramas de aulaga…
 
‑¿Servirá esta infusión, realmente, para conocer el modelo epidemiológico del virus GFLV de la vid, sobre el que ya llevo estudiando más de seis años? ‑me pregunto antes de beber el brebaje recomendado.
El té recién preparado es de color ambarino y tiene un ligero olor a almizcle. El primer trago recuerda el sabor del acebo. A medida que voy apurando la taza siento como si una mariposa me subiera del estómago a la cabeza. En las sienes aparece una vibración placentera, aunque algo preocupante por lo novedosa. Un momento de descanso y vuelta a empezar. Así dos, tres, cuatro veces…, pero a medida que pasa el tiempo, como si de un parto se tratara, los intervalos son cada vez más cortos. Al fin percibo un zumbido fino en la cabeza y, de golpe, aparece en mi mente el modelo epidemiológico del virus de la vid que durante tanto tiempo he estado estudiando sin conseguir desentrañar.
-¿Es posible que comprenda ahora con tanta claridad lo que parecía imposible conocer? ‑pienso yo mientras voy rememorando lo que, como ciencia infusa, ha venido de golpe a mis mientes.
Sucedió que a partir del siglo VII, por recomendación de San Isidoro, los monjes debían beber tres vasos de vino al día. Esa recomendación era un magnífico profiláctico contra numerosas enfermedades del cuerpo y del espíritu, razón por la cual los monjes, a partir de entonces, estuvieron obligados a cultivar una buena extensión de vid con el fin de tener vino suficiente para consagrar y para alimentarse.
…Los monjes, a partir de entonces, estuvieron obligados a cultivar una buena extensión de vid con el fin de tener vino suficiente para consagrar y para alimentarse…
 
En la ermita de Santa Potenciana que estaba junto al Guadalquivir, y por donde los pastores vadeaban con sus rebaños el río, vivía un monje, llamado Bonoso, que daba remedio espiritual y material a cuantos por aquellos parajes transitaban. Era el primer año que reinaba en España el rey Sabio. Acababan de pasar los idus de junio cuando, para desgracia del monje Bonoso, las hojas de las vides ya se habían agostado; de los sarmientos se veían ahora colgados unos racimos cuyos granos no eran más grandes que el cañamón o el ajonjolí.
Aquella viña sin hojas resecó aún más su madera, y con las primeras tormentas de agosto, debido a un rayo, ardieron todas las cepas, sin que quedara vestigio alguno de la plantación.
Aquella viña sin hojas resecó aún más su madera, y con las primeras tormentas de agosto, debido a un rayo, ardieron todas las cepas, sin que quedara vestigio alguno de la plantación.
 
La catástrofe dejó al monje sin vino, que en el futuro no podría decir más misas, acabándose así su alimento espiritual y material.
Lloraba Bonoso día y noche y rogaba a la Virgen de Guadalupe que le encontrase una solución a su desgracia porque, aunque todavía quedaba vino en su bodega, ya no tenía cepas ni lugar de donde tomarlas para replantar.
Lloraba Bonoso día y noche y rogaba a la Virgen de Guadalupe que le encontrase una solución a su desgracia…
 
La Virgen, tan sensible siempre a la falta de vino, envió al ángel Uriel para que, disfrazado de pastor trashumante, ayudase al monje Bonoso.
Una vez hubo llegado Uriel a las inmediaciones de la ermita conoció cómo había ocurrido todo. El virus GFLV había infectado las cepas por medio del nematodo Xiphinema, que lo había inoculado en las raíces; las vides infectadas habían disminuido el tamaño de sus granos y adelantado su agostamiento, propiciando de esta forma su destrucción por el fuego.
Convocó Uriel a todos los organismos implicados, preguntando primero al virus:
‑¿Por qué infectaste a la viña hasta su total ruina?
‑No era esa mi intención ‑respondió el virus‑. -Fue el nematodo Xiphinema quien me introdujo allí.
Miró Uriel al Xiphinema y éste, apresuradamente, se disculpó:
‑Yo vivo en las raíces de la higuera y otras especies, y sólo de vez en cuando elijo la vid; pero la higuera y los demás árboles que había en la viña desaparecieron de allí, de tal manera que no tuve más remedio que parasitar exclusivamente a las raíces de la vid.
Se dirigió entonces a la higuera y le preguntó:
‑¿Cómo es que abandonaste la compañía de la vid y la dejaste sola en la viña de Bonoso?
La higuera, afligida, respondió:
‑No fui yo. El monje Bonoso me extirpó del campo y la paloma no diseminó mis semillas con sus excrementos, como siempre había hecho.
‑¿Qué cosa te impidió a ti cumplir tu misión? ‑preguntó el ángel a la paloma.
Ésta, muy triste, fue contando pormenorizadamente que el campanario donde tenía su nido se cayó por falta de los cuidados del monje, razón por la que tuvo que emigrar de aquel lugar, no dispersando así las semillas de higuera y vid como había hecho siempre.
 
La Virgen, tan sensible siempre a la falta de vino, envió al ángel Uriel para que, disfrazado de pastor trashumante, ayudase al monje Bonoso.
 
Se acercó Uriel al monje Bonoso que, taciturno, andaba de un lado para otro. El ángel, como si no supiese nada de lo ocurrido, le preguntó por la causa de su tristeza. Bonoso fue relatando, cansino, su historia: «Él había extremado su celo para tener más vino; había trabajado como un azacán extirpando las higueras, olivos, almendros… que acompañaban a las vides en la almunia. Ahora, en lugar de tener más vino, sólo tenía un montón de cepas quemadas por el fuego. Aquello debía haber sido obra del Maligno o producto de alguna inicua maldición».
Preguntó entonces Uriel al monje por qué se había caído el campanario. Bajó entonces la vista Bonoso al ser obligado a pensar en lo que no quería. Era evidente: la ambición por tener cada vez más vino le había hecho cultivar intensamente la vid y abandonar, entre otras cosas, el cuidado de la ermita y el campanario.
‑Sí ‑musitó el monje‑. Quizá todo se deba a un castigo por haber permitido que la torre se cayera.
‑Creo que puedo ayudarte, buen hombre ‑dijo Uriel‑. Casualmente llevo aquí, de Monsalud, unas varetas de higuera y vid para un monje de la Rioja. Algunas podré darte.
Cogió aquellas varetas Bonoso y dirigiendo sus ojos a lo alto las besó dulcemente, sin saber que en realidad eran un regalo de la Virgen de Guadalupe.
Tres años tardaron las nuevas plantas en dar su fruto. Mientras tanto, el ermitaño tuvo tiempo de reconstruir el campanario, al que presto acudió la paloma para hacer su nido.
Desde entonces, el virus GFLV sólo infecta a algunas cepas, sobreviviendo dentro del estilete del Xiphinema, quien a su vez vive de las raíces de la higuera y ayuda a construir un suelo mejor. La higuera alimenta a la paloma que anida en el campanario cuidado por el monje y, a cambio, ésta dispersa las semillas de higuera y vid por entre las grietas de los muros y junto a las fuentes. De esta forma el monje cosecha, año tras año, los racimos de uva con los que fabrica buen vino para el cuerpo y el espíritu.
‑Ahora lo comprendo todo ‑pienso yo‑. Sólo la desmesura del hombre por producir más puede romper ese ciclo biológico que parece no tener jerarquía, ni principio, ni fin.
‑¡Papá, tienes la taza de té llena de avispas y te van a picar! ‑grita mi hijo, despertándome de la siesta.
-¡Papá, tienes la taza de té llena de avispas y te van a picar!
 
Miro a mi alrededor un tanto perplejo. Son las cinco de la tarde de un espléndido día de junio y estoy bajo el emparrado del patio de mi casa. En una mesita, junto a la hamaca donde me he quedado dormido, aparecen, con un cierto desorden, los folios que estoy escribiendo sobre la epidemiología del Xiphinema index y el GFLV de la vid.
Este sueño me hace recordar que hace veinticuatro siglos, en China, Chuang Tzu soñó que era una mariposa y, al despertar, no sabía muy bien si era un hombre que había soñado ser una mariposa, o si se trataba de una mariposa que ahora soñaba ser un hombre. Y es que los sueños, muchas veces, nos descubren la verdad de las cosas.
‑Parece increíble. El modelo epidemiológico soñado tiene bastantes probabilidades de verosimilitud; pero ¡qué raro! ‑pienso yo‑. Mi preocupación, a partir de este momento, ya no es el estudio de fitopatología, sino otro muy parecido al de Chuang Tzu.
«¿Seré yo el sueño de un virus de la vid que vive en el Paraíso?».
 

 

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Publicado en: 2005-02-04 (148 Lecturas)

 

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