Biografía de un docente

Hace 72 años nacía en Úbeda (Jaén), ciudad plagada de monumentos e historia, un hombre que con el devenir del tiempo llegaría a ser maestro en el sentido más amplio de la palabra. Siendo su padre militar y poeta, le dio la impronta más señera para que su profesión fuese la de educador, recibiendo por parte de su madre esa femenina mano necesaria para que esta honrosa senda fuera de rosas coronada.

Tuvo ocho hermanos y cada cual se dedicó a lo que pudo, siendo solamente la pequeña la que siguió sus pasos, cogiendo este camino de lágrimas y esperanzas para ganar el sustento y sentirse plenamente satisfecho con la seguridad del deber cumplido.
Su madre murió pronto, siendo él un mozalbete, cuando sólo llevaba estudiados dos cursos del Plan Antiguo, precisando colocarse de pasante a sus 16 años en la escuela que dirigía don Pedro López Caballero en la propia ciudad que le vio nacer. Con gran esfuerzo, y por libre, autodidácticamente termina los cuatro cursos de Magisterio, para poco después presentarse a Oposiciones por el famoso y magnífico Plan Profesional que saca en primera convocatoria en Madrid el año de gracia de 1935. La guerra civil llegó pronto, por desgracia, para cortar estos estudios y truncar las mayores esperanzas. Al terminar aquella, nuestro personaje termina también dicho Plan Profesional que se componía de tres cursos de Pedagogía en la Escuela de Magisterio de Madrid y hace un cuarto curso práctico y con paga en el Colegio José Echegaray (calle Serrano) de la capital de España. Acaba con el número 16 de la quinta promoción de los noventa aprobados, pero al no ser “camisa vieja” ni ser ex perseguido, no teniendo “méritos”, elige plaza de los últimos, correspondiéndole Pedrezuela, donde permanece cuatro cursos, ocurriéndole allí mil y una anécdotas con las que se podría escribir un hermoso y suculento libro. Allí se hacía palpable el famoso dicho que recorrió durante mucho tiempo nuestra nación: «Pasas más hambre que un maestro de escuela…». A pesar de ello él no se amilana y trabaja con tesón, no cejando nunca en el empeño de que el niño es lo primero y lo importante, dándose a él por entero y a su escuela sin ningún alarde por ganar premios u honores.
Poco antes de abandonar este destino, se casa y concursa nuevamente para obtener plaza en una cortijada de su amada y soleada Andalucía: Bélmez de la Moraleda. Allí fue el único maestro y supo ganarse el aprecio y la generosidad del pueblo entero a base de entrega y quehacer cotidiano hacia todos sus habitantes, ya que su magisterio llegó no sólo a los niños o jóvenes. Enseñó a leer y ayudó a las labores de todo tipo, especialmente en las culturales, sintiéndose todo el mundo agradecido ya que para él no contaba el tiempo lectivo marcado por el horario o calendario escolar de turno. No tenía esos tiquismiquis de que ahora toca holgar, ahora trabajar. Fue maestro a tiempo total para este pueblo jiennense que, cuando volvió tras treinta años de ausencia, yo personalmente pude apreciar el cariño y amor que se le profesaba, abrazándosele hombres y mujeres más grandes que castillos, quienes guardaban en su mente y en su infantil-juvenil recuerdo la labor que don José había realizado por siempre con ellos, queriéndoles más como hijos que como alumnos. ¡¡Desde luego es de admirar cómo se puede ganar tanto aprecio y admiración!!
¡Cómo debemos aprender las nuevas generaciones de estos vivos e imperecederos ejemplos del tan masacrado Magisterio Nacional…!
Allí nuevamente le ocurrieron multitud de anécdotas que, aunque sea alguna, quiero reseñar. Así, cuando llegó por primera vez al pueblo, creían que era músico e que iría a tocar los instrumentos cuando llegase el domingo. Pero llegado este sagrado día todos los del pueblo se quedaron extrañados al comprobar que esto no fue así. Al enterarse del san benito que le habían colgado, nuestro maestro le pregunto al vaquerillo que vio más a mano:
—Oye Anselmo, ¿qué instrumento has visto tú en mi casa para creer que iría a tocarlo el domingo…?
Ni corto ni perezoso aquél le señaló un molinillo de café que nuestro docente tenía en la estantería de su casa…
Para corroborar el buen humor de don José, apuntaré una anécdota más al respecto. A los cortijeros se les ponía la contribución según el número de animales y José —el Tuerto— se quejaba de lo mucho que le habían puesto para pagar. Nuestro sin par personaje le respondió sumamente serio pero con gracia:
—Usted no debe de quejarse pues sólo llora con un ojo…
Tras permanecer por espacio de cuatro años, se viene a Torreperogil, que dista nueve kilómetros de la ciudad que le vio nacer, donde permanece por siete cursos consecutivos dejando en su partida múltiples alumnos y amigos que lo recuerdan como maestro ejemplar dedicado a su labor magistral.
Nuevamente ha de partir en este peregrinaje que le metería de lleno en la ciudad de su mujer, de sus hijos, de toda su familia: Úbeda. Parte por asuntos familiares, pues los niños van siendo mayores y precisan estudios y ambiente más urbano.
Llega a las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia donde permanecerá 27 años de andadura profesional ininterrumpida para llegar al día 4 de Noviembre de 1980 —con más de 40 años de servicio en sus espadas y garganta— a la más honrosa y merecida jubilación. La labor realizada en la Safa es inmensa y están para demostrarlo la cantidad de promociones que ha sabido llevar a feliz término con buena mano, encontrándose entre sus alumnos renombrados maestros, inspectores, etc. que han seguido la huella marcada por este singular maestro.
Fue visitado y admirado por múltiples inspectores, directores provinciales y gente varia del mundo profesional del magisterio que de forma verbal, y con escritos que guarda, se confirma todo lo que aquí estoy relatando. Fue invitado también a que compartiese sus infinitas experiencias, chascarrillos, máximas, triquiñuelas… para comentarlas a los nuevos estudiantes de la nueva Escuela de Magisterio de Úbeda, impartiendo alguna que otra charla, aunque no se llegó a sacar el fruto que se podía exprimir de su larga y dilatada vida profesional.
Se dedica por entero a sus alumnos, dando clases particulares hasta las tantas de la noche para poder sacar adelante a su familia —esposa y tres hijos—, siendo las dos hijas las que han seguido su ejemplar estela, infundiendo en ellas el amor al trabajo y al niño, que todo buen maestro debe saber llevar diariamente a sus clases.
Es poeta como su padre y además de los jocosos, escribiendo bastante aunque no haya sido amigo de publicar. Mas yo le he pedido amablemente su consentimiento para transcribir el siguiente poema que compuso ya próximo a jubilarse, mentando los sinsabores de la profesión y, sobre todo, lamentándose del patrón Estado que no supo apreciar la valía que este maestro y otros muchos, ya jubilados, del Plan Profesional del 36, atesoran.
 
LA BUENAVENTURA
¿Te la digo resalao?
Dame tu mano en cuestión.
Na más mirarla te digo
que eres maestro antiguón.
Te ha quitado un poco el sueño
los niveles y el CEDODEP
y cuando ya respirabas
el Señor te vino a ver.
¡Giro de noventa grados!
oías a no sé quién.
Y al poco tiempo escuchabas:
¡Gira lo mismo otra vez!
Ya la calma renacía,
la paz volvía a tu sien
cuando de nuevo te dicen:
¡Renovarse o perecer!
De conocimientos nada
al niño le debes dar
solamente materiales
para enseñarle a pensar.
Prepárale muchas fichas
en forma de crucigrama
y verás como jugando
sabe lo que es “Organigrama”.
No le hables de Lenguaje,
Matemáticas o Religión,
que aprenda que ahora se
llama “un Área de Expresión”.
Mas duerme tranquilo, espera
que en diez años “pue” pasar,
que te mueras, te jubilen…
o cambie de nuevo el Plan…
 
Nuestro personaje se llamaba José Latorre Salmerón
y murió en su ciudad natal
el 13 de febrero de 1993.
17-10-03.
(72 lecturas).

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