Atar de nuevo aquellos viejos nudos

Antes de comenzar mi breve intervención quisiera leer un saludo que tengo preparado, saludo literario, que no poético, aunque tenga la estructura de un soneto:
Estáis aquí, venidos del lejano
Jardín de la memoria: calvos, viejos,
Gordos, flacos, sin dientes, flor de hollejos;
Con achaques sin fin os dais la mano.
Lucís, lo mismo en traje que en tejano,
Glorias que no devuelven los espejos.
Decid, ¿qué luz os presta sus reflejos?,
¿Qué primavera os brinda otro verano?
Estáis aquí, alegres, revoltosos,
Olvidados de artritis y estornudos,
Sobrepeso y diabetes. Generosos
Muchachos convertidos en sesudos
Señores. Estáis aquí, deseosos
De atar de nuevo aquellos viejos nudos.

Breves impresiones personales previas
Siempre he sido reacio a las reuniones de compañeros de curso o promociones. Bien es cierto que mi curso no se prestaba a ello por ser poco numeroso y un tanto deslavazado; después de cuarenta y un años no nos hemos reunido ni una sola vez, según creo. Me parece, por un lado, que estas reuniones están heridas por el sutil y peligroso veneno de la nostalgia; y por otro, las interpreto como la exposición pública y colectiva del complejo de Peter Pan, como si todos nos negáramos a crecer y quisiéramos aparecer como eternos adolescentes, lo que a nuestra edad puede resultar chocante; aunque muchos de nosotros, en arrebatos emocionales, cometamos locuras juveniles. Es innegable que, según yo la percibo, flota en el aire de estas reuniones una necesidad de volver al útero materno: este colegio, esta ciudad, estos amigos…
La verdad es que yo no estoy exento de esta debilidad. Personalmente he vuelto varias veces en compañía de mi mujer, de mis hijos o de amigos. Y sólo entrar en este recinto, traspasar la verja, llegar a la explanada, pisar el patio, asomarme a los campos de deporte y contemplar Sierra Mágina al fondo, me llenaba de tristeza y al mismo tiempo de paz y recuerdos. Egoístamente los quería disfrutar solo, o en una compañía familiar. Cuando entraba en la iglesia, tan deteriorados los bancos y la solería (hoy ya no), esperaba oír el órgano tocado por Corominas y la voz agrietada y profunda de don Isaac respondiendo al coro:
“Con vosotros me quedo,
las sombras tendiéndose van,
¡ay! por siempre,
¡ay! de aquel que no crea, (bis)
al partir yo el pan”;
o de Gabriel Calayatud o Pozilla, o Montoya o a Emilio Muñoz con su voz blanca entonar “Violetas buscaba, con sumo placer”; o ver a las hermanas Mollinedo arreglando el altar para que el padre Sánchez, con su acento cordobés, oficiara la misa casi sin alcanzar la mesa del altar y, en vez de recitar el introito, repitiera la alineación del Sevilla ante ese Cristo Rey de Antonio González Orea al que el padre Bermudo adornó con grandes botones de colores para simular la pedrería de su corona.
Hace hoy exactamente diez años, paseando por la muralla que rodea la iglesia de Santa María, mientras le mostraba la vega a mi mujer, en un mediodía tibio, en sentido contrario al nuestro venía una pareja de nuestra edad aproximadamente. Hablaba con mi mujer cuando el hombre de la otra pareja, ya cerca, dijo en voz alta: “¡Manolo Jurado!, te he conocido por la voz”. Yo, sin embargo, no lo reconocí. Eran José María Berzosa y su mujer. Unos vinos calentaron nuestra memoria y nuestro afecto. Literariamente también he vuelto a esta ciudad y en cierta medida a este recinto, tanto en mis poemas como en mis novelas: Piedra adolescente, en poesía o Trístula, mi primera novela, El caballero de la melancolía o Los territorios del aire, la última publicada. Como veis no es sino otra manera de interpretar la misma necesidad.
Otro de los motivos que me retraían para asistir a las reuniones es su inevitable aspecto de feria de vanidades: quién ha alcanzado mejor posición social; quién conduce el coche más potente, o se acompaña de la mujer más inteligente, hermosa y buena; o quién goza de la soltería más recalcitrante. Elementos, por otro lado, inherentes a la condición humana. Sin embargo, gracias a algunos de vosotros he recuperado espacios personales y amistades y afectos no apagados con el tiempo pero sí entibiados. Bueno, si como digo he sido reacio a estas convivencias, os preguntaréis, por qué en esta ocasión estoy aquí y en uso de la palabra ante vosotros. Aparte, como he dicho, de la generosa e insistente invitación de Lara, Dionisio y Berzosa, el proyecto de la creación de una Asociación de Antiguos Alumnos de Magisterio de la Safa me pareció fundamental y atractivo como para implicarme personalmente.
Yo —y ahora sí que vamos a lo concreto después de estas divagaciones emocionales primeras— entiendo factible este proyecto, tenga la forma de Asociación o de Fundación, y quiero puntualizar dos o tres cosas. La Asociación ha de ser rigurosa, eficaz, abierta a todos los antiguos alumnos de la Escuela de Magisterio que lo deseen y estar implicada en ella. Creo que entre nosotros hay gente muy válida para establecer relaciones complementarias formativas dentro de ella:
  • En el ámbito psicopedagógico.
  • En el ámbito literario y artístico.
  • En el ámbito del pensamiento y las humanidades.
  • Y, por supuesto, en apoyo de cualquiera de los asociados.
Ahora estamos en el momento de elegir qué queremos, sin imposiciones, mediante la reflexión serena; y si no nos interesa la creación, no pasa absolutamente nada. Estas convocatorias podrían seguir, como hasta ahora, siendo sencillas reuniones de convivencia.
19-10-03.
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