Visita organizada por el Museo Arqueológico de Úbeda.
Aunque el término cava alude particularmente al foso que rodea una fortificación, en el caso de esta calle está haciendo referencia concreta a la excavación que las aguas, tanto las pluviales, como las procedentes de la fuente de la Plaza de Toledo, fueron ejecutando a lo largo del tiempo.
Esas aguas constituían el Arroyo de San Francisco, llamado así por ser propiedad de los frailes del convento de ese nombre, que lo solicitaron a la ciudad en 1519. Dicho Arroyo moría en el Saltadero (de San Francisco), profundo desnivel por donde se despeñaba.
Evidentemente, este lecho hacía poco transitable la zona, por lo que La Cava, como tal calle, tiene un pobre desarrollo vecinal, pues hasta el siglo XIX sus edificaciones se reducían prácticamente a la muralla y, frente a esta, a las tapias de los corrales de la vecina calle Pastores. Y ello, pese a que ya en 1583 intentaron vender, infructuosamente, «los solares de las cavas de San Francisco». Sólo su parte inicial (conocida como Los Álamos) aparece con cierta densidad de población ya desde el siglo XVI.
La cava o lecho acuífero se dividía al menos en dos tramos (de ahí el plural aplicado): un primero llamado cava alta y un segundo denominado cava honda. La cava alta seguramente se podía vadear a pie, sin especiales problemas; pero la honda no, por lo cual se construyó una pontezuela o pontanilla que la atravesaba. Esta debió estar situada en las inmediaciones de la calle Condestable Dávalos y aún se mantenía en pie en 1780, año en que se reedifica.
El derrame de escombros por el propio Saltadero dio lugar a la actual glorieta, donde se ubica el Monumento al Alférez Rojas Navarrete, cuyo emplazamiento fue aprobado en 1960. La estatua, en bronce, es de Amadeo Ruiz Olmos.
Aparte de los dos ya referidos (Álamos y Cava), desde finales del XIX a 1979 ha estado dedicada también a don Antonio Cuadra Osma, activo industrial surgido de la nada, pero cuyo tesón e inteligencia le hizo triunfar en múltiples actividades. Había nacido en 1821 y murió a los 65 años de edad.
Sin duda, lo más destacable de toda la calle es la muralla, que parte desde la Puerta o Postigo de la Calancha ‑cercana al Palacio de la Rambla‑ y llega hasta los Miradores de San Lorenzo. A lo largo de su recorrido, está jalonada de torres. De estas hay que mencionar la Torre de la Cárcel de los Caballeros, entre los números 7 y 9, y la Torre Gorda o Torre del Santo Cristo, que custodia, a su vez, una puerta de reciente factura, tal vez remedo de otra anterior más antigua. Sigue una serie de alternancias entre torres y lienzos hasta llegar a la calle del Condestable Dávalos, donde estuvo la primera o más interior de las dos Puertas de Jaén con que contó el recinto.
Situado en el Altozano, fue fundado en el siglo XIII, manteniéndose en pie hasta la Desamortización de Mendizábal. El templo se modificó en los siglos XV y XVI. Aún se conservan dos de sus puertas, y hace pocos años podía apreciarse la estructura de la iglesia y ciertos vestigios de la sacristía, así como un área del claustro.
Tuvieron capilla en su iglesia, entre otros apellidos ilustres: los Mexías, que ocupaban la Mayor, donde mandó ser enterrado, posteriormente, el comendador Diego López Mexía; los Chirinos, a cuyo linaje perteneció Pero Armíldez, quien costeó para ella una buena reja de hierro, que luego pintaran y doraran Alonso Ortega y Francisco Lanaña; los Ortegas ‑principalmente representados por el Caballerizo de la Reina, don Cristóbal de Ortega‑, quienes poseyeron la capilla de San Juan de Letrán, lindera con el Altar Mayor (por su lado derecho) y con la del capitán Alonso de Robles y dotada con varios altares ‑entre ellos, el privilegiado para sacar ánimas del Purgatorio‑; y, finalmente, los Valencias, que gozaron de una en el claustro.
Fueron conventuales notorios de esta casa fray Rodrigo, nacido en Úbeda, obispo de Marruecos; el cardenal Cisneros (según algunos historiadores); el obispo de Yucatán, don Francisco de Toral; el santo fray Diego, a quien se abre capilla en 1591; y el beato Juan Garrido (perteneciente a la Orden Tercera), que murió en 1614 y fue enterrado en la capilla de los Copados.
Las principales cofradías que residieron en San Francisco fueron la de Nuestra Señora del Socorro y Llagas de San Francisco (con salida procesional en la Semana Santa), la de las Ánimas y la del Santo Cristo de la Lengua.
En el convento (que no sufrió los ataques de Pero Gil) se custodiaba el Archivo de la ciudad, trasladado entre 1583 y 1584 a la Casa del Cabildo.