¡Alegría sin fin!

Llegó el día D (11 de mayo) y la hora H (12,30) para José y Rocío, protagonistas indiscutibles de la unión matrimonial que estaban resueltos a llevar a cabo ante sus familiares y amigos en la Ermita de Linarejos (Linares, Jaén), en un día soleado y cálido que siempre recordaremos gratamente todos los asistentes, especialmente los contrayentes.
Viajé desde Úbeda con la ilusión de pasar un día feliz en compañía de buenos amigos, siendo testigo directo del amor que se profesaban Rocío y José.
Cuando avisté el largo y arbolado paseo de Linarejos ya había coches aparcados en la sombra y yo hice lo mismo, pues mi vehículo iba a estar todo el día allí estacionado y convenía que el frescor de la sombra lo inundara…


En la explanada de la ermita ya se palpaba el bullir de invitados vestidos de gala, especialmente las féminas que tenían la ocasión apropiada de lucir palmito, enfundadas en sus variados y coloridos modelos, muy vistosos y atrayentes; no así la de los caballeros que la mayoría lucía el terno clásico para estas celebraciones. ¡Cómo se nota que los hombres hemos avanzado menos en este campo de la moda; y en otros…!
Cuando llegué a la explana fui llamado por un amigo y vecino de Úbeda (Paco) y me incorporé a su grupo para saludarlos y tener una entretenida charla, pues hacía bastante tiempo que no nos veíamos. Todo eran buenas caras y mejores resonancias. Todo el mundo queríamos pasar un día agradable y feliz, siendo testigos de que los novios iban a vivir uno de los días más grandes de su vida.


La mayoría de la gente, especialmente adulta y mayor, escogimos la sombra a la espera de la llegada de la hora en que los novios se casaran por la iglesia. El sol irradiaba con fuerza y las voces infantiles repartían su inocencia y candidez por doquier.
Cada cual vio el momento oportuno de ir penetrando en el templo y poder observar lo bonito que ha quedado tras su restauración, incluidas las pinturas del techo y el altar mayor. Una vez sentados o de pie ante los bancos de madera, quedaba esperar la llegada de los protagonistas del día.
Lo hizo primero y puntualmente el novio acompañado de la madrina, pero tuvimos que esperar un ratito más (la tradición manda que la novia ha de hacer esperar al novio para que se sienta impaciente y, en parte, nervioso o desasosegado). Así que Rocío llegó tan guapa y elegante, en esa mañana clara y soleada, con su blanco traje de novia ataviada de una larga cola que más de una vez -tanto a la entrada como sentada ante el altar mayor- hubo de recolocársele para que luciese en todo su esplendor.


Entró a la iglesia de la mano de su querido padre, mi buen amigo safista Miguel, que estaba tan elegante y orgulloso de poder casar a su tercera hija con la embobada asistencia de los familiares y amigos más íntimos de ambas familias. La novia iba aguantándose el llanto, aunque se le veían sus ojos cristalinos, plenos de lágrimas, que ella no quiso hacer brotar abiertamente. Me supongo lo que correría por su cabeza en esos cruciales momentos… Es lógico que ambos (y el resto de la familia e invitados de la parte de la novia) pensasen en Mariani (la madre y esposa ausente) que nos dejó demasiado pronto, aunque desde el cielo asistiría expectante y gustosa a la celebración que íbamos a presenciar…


El cura que los casó los recibió campechanamente y nos fue explicando en la homilía y otros momentos importantes de la misa lo contento que estaba con esta pareja de enamorados (de las que relató sus bondades y virtudes) y que tanto ha trabajado por su unión en esta iglesia y su feligresía.
Dos músicos (piano y violín, creo) amenizaron el cálido ambiente desde antes de la llegada de los novios con piezas exquisitas -unas clásicas y otras de corte moderno y comercial- que hicieron más dulce y emocionante el sacramento del matrimonio católico que perdurará para siempre.


La celebración eucarística y el propio casamiento se desarrollaron con toda parsimonia y boato llenando de plenitud anímica y espiritual a todos los asistentes. Las lecturas fueron las más apropiadas para el momento y lugar en el que nos encontrábamos. También las peticiones leídas por las hermanas de la novia sirvieron para impetrar a Dios con una carga emocional sobreañadida. Fue entrañable ver cómo los dos sobrinos de Rocío llevaron tan grácilmente las arras…
Una vez terminada la misa y el casamiento tocó firmar los testigos y hacer múltiples fotos -en el altar- los novios con las diferentes tribus o familias asistentes.


Mientras -en la salida- se iba preparando la gente para coger cartuchos de pétalos y arroz con los que recibir a los recién casados con gritos y aplausos, a veces desaforados, lógicamente, entre los que destacaría (como luego en la celebración civil y festiva) el «¡Viva los novios…!», con el «¡Viva!» respondido por el resto de invitados.
Y ahora tocaba subir a la Finca “El Cotillo” para celebrar por todo lo alto este singular evento. Por eso, la mayoría cogimos el autobús (los menos fueron en coche propio, incluidos los novios, siguiéndolo) que nos llevaría -tras media hora aproximadamente- por carreteras de primer y segundo orden y carril a ese paraíso virginal en el que el catering El Palacio (de La Carlota, Córdoba) calmaría el hambre y la sed que todos teníamos ya acumulados.


El límpido cielo -con el radiante sol en su centro- vino a iluminar el cortijo de toros bravos que nos acogió en sus diversas estancias, principalmente en el extenso patio en el que, unos de pie y otros sentados, tomamos la copa de espera, departiendo amistosamente la mañana y los recuerdos, aprovechando la ocasión para saludar a familiares o viejos conocidos a los que hacía tanto tiempo que no veíamos, pero que la ocasión era la más propicia para parar un poco ese fugitivo transcurrir del tiempo que conforme vamos siendo más mayores corre que se las pela…


Los muchos y apetitosos aperitivos que las amables camareras nos iban ofreciendo iban a calmar nuestra sed y llenar nuestros hambrientos estómagos, por lo que la comida -que fue de las cuatro en adelante- fue difícil asimilarla, pues ya se encontraban ahítos. No obstante, todos hicimos el esfuerzo y el placer de comer y beber largamente.
En un crucial momento de la comida se repitió la escena que yo vi, cuando se casó la mayor de las hermanas Consuegra Moreno (Clara) en que ellas -conjuntamente con su padre- tuvieron un encendido y lloroso encuentro en recuerdo de esa madre y esposa ejemplar que fue Mariani.


En otro momento, Cristina, la menor de las hermanas, se subió a lo alto de las escaleras para empezar y dirigir el mix de música y baile que habían preparado las hermanas de la novia para darles una sorpresa a los novios. Micro en mano cantó prodigiosamente la primera canción programada, con el eco lúdicamente repetido del público asistente, cual juego de niños, que tiempo ha nos habían enviado a todos los invitados para que nos la aprendiéramos de memoria cuando le tocase cantar y bailar a cada mesa o grupo.
A la mesa nueve nos pusieron lo más fácil, el final: “Mi gran noche” de Rafael, linarense universal, que -además- nos acompañaron el resto de las mesas y asistentes constituyendo una explosión de júbilo y alegría indescriptibles.
Después, llegarían los dulces postres y la barra libre con un grupo roquero de jóvenes que con sus guitarras, vocalista y batería hicieron la delicia de los más jóvenes. Los mayores mirábamos absortos cómo se nos ha pasado el tiempo y la salud entre las manos…
La tarde fue provechosa para todos, especialmente para los recién casados que se hartaron de bailar sin mostrar cansancio alguno. Otros aprovechamos para saludar a los invitados que no habían estado en nuestra mesa departiendo y recordando antiguos tiempos, rememorando en mente y con palabras, más de uno su propia boda o la de sus hijos o hijas…
Los niños -con la vitalidad e inocencia que les caracteriza- fueron testigos de lo bien que se lo estaban pasando jugando en el césped con la pelota, mezclados niños y niñas, o corriendo, saltando o triscando como núbiles animalitos humanos que tenían todo el tiempo del mundo por delante.
Yo aproveché para visitar (lo que se podía…) la finca y sus magníficas vistas, quedando prendado del bucolismo que exhalaba…


La tarde se nos fue marchando más rápidamente de lo que todos queríamos, hasta que llegó la noche, mientras los jóvenes y asimilados disfrutaban de la barra libre, la música en vivo o enlatada e incluso recenando en barra libre para que las fuerzas físicas y mentales no flaquearan…
Sobre las diez y cuarto se presentó allí el primer autobús para que nos bajásemos a Linares, al mismo sitio del que partimos, todos aquellos que quisiésemos. La mayoría fuimos gente de mediana o avanzada edad, pues los jóvenes prefirieron resistir hasta las 12 o más de la noche, aprovechando cada minuto que faltaba para que llegase la media noche y coger el segundo y último autobús de vuelta a la Ermita de Linarejos, con el fin de coger el coche allí aparcado e irnos tranquilamente a nuestro hogar. Como yo vine de Úbeda y me bajé en el primer autobús con Luis, Dori, Paco e Inés (que habían sido compañeros y amigos de nuestra mesa nueve), marché tras ellos en mi coche, tratando de darles alcance, pero ni en el recorrido urbano por Linares y menos en la autovía hacia Úbeda lo conseguí, pues iban como las balas deseando llegar a sus respectivas casas con una urgencia de policía o ambulancia…
Cuando vi aparecer el Hospital de San Juan de la Cruz me dije: «Ya estoy en casa…». Solo me quedaba llegar a mi cama, descansar y soñar holgadamente, deseándoles de todo corazón, a los recién casados que tengan mucha salud y felicidad el resto de sus días. Y que su viaje de luna de miel en crucero por Florencia-Venecia y las islas griegas les sea muy provechoso…
¡Rocío y José, que vuestro amor sea cada día más fuerte y acendrado! Un fuerte abrazo.
Sevilla, 19 de mayo de 2024.
Fernando Sánchez Resa


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