La plaza del Doctor Quesada y la calle Real

02-10-2011.

 

Visita organizada por el Museo Arqueológico de Úbeda.

Autor del texto y comentarista de la visita, Juan Ramón Martínez Elvira.
Autor de las fotografías y director del Museo, José Luis Latorre Bonachera.

 

La plaza del Doctor Quesada

El médico don Balbino Quesada Agius, nacido en Segorbe (Castellón) en 1843, dio nombre a este espacio urbanístico, al que muy forzadamente puede dársele hoy el nombre de plaza. No obstante, sí podría haber tenido ese carácter cuando, en la muralla que atravesaba el recinto, se abría una de las dos puertas de Toledo, concretamente la interior, llamada del Santo Cristo.

Dicha muralla determinaba la exis­tencia de dos ámbitos urbanos diferen­tes: por un lado, la calle de Entre las dos puertas; por otro, la plaza del Santo Cristo. Mientras

esta pertenecía a la pa­rroquia de San Pedro, aquella era jurisdic­ción de San Pablo.

La calle Real

También fue la calle Real (el Real, para los ubetenses) frontera de esas mis­mas parroquias. Y ha tenido, además de su nombre actual, otros dos: Ignacio Sabater y José Antonio. Por otro lado, se intentó ponerle en 1868, aunque sin éxito, el de Alcolea.

La torre de don Antonio Ortega

Injustamente llamada del Conde de Guadiana (pues su constructor no fue este), la torre forma parte del palacio co­menzado a erigir en el XVI por el señor de Alicún, don Andrés de Ortega, que lo encar­gó a Pedro del Cabo, “el Viejo”. Fue el hijo de aquel primer promotor, don Antonio Ortega Porcel, el que mandó construirla, en un proceso que tuvo lugar sustancial­mente, según Almagro García, en el primer cuarto del siglo XVII. La galería del ático, que toma como modelo la del palacio de Vela de los Cobos, se hace, según dicho autor, entre 1614 y 1615. Los canteros Pedro de Alarcos y Juan de Anguís inter­vinieron en todo su desarrollo, aunque se desconoce quién dio la traza y quién labró los elementos decorativos. Las rejas fue­ron realizadas por Tomás Pérez, Nicolás Pérez y Francisco Vela en 1616.

La torre, de cuatro cuerpos, está profusamente decorada en las dos ca­ras que miran al Real y a la calle Juan Pasquau, destacando entre todo las bellas estípites antropomórficas que flanquean los huecos de sus dos pisos intermedios. De estos seis vanos hay que resaltar a su vez los dos de doble haz que hacen es­quina, cuyo entablamento en ángulo recto es sostenido por una columna de mármol blanquísimo. Sobre cada hueco, hay un escudo heráldico. Mientras el cuerpo bajo se muestra casi hermético, el superior se hace translúcido merced a la galería que lo recorre siguiendo el modelo implantado en el palacio de Vela de los Cobos.

Alguien dijo alguna vez que esta to­rre era una de las más bellas de Europa.

 

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Comenzó a erigirse en 1924 y ya en mayo de 1926 se daban en él funciones, por lo que debió ser inaugurado con ante­rioridad. Era por entonces su propietario don Horacio Bernales. Su nombre primiti­vo fue el de Rey Alfonso, sustituido por el actual a la llegada de la República.

 

Lo desaparecido

De la calle Real desapareció:

—El Mesón de los Caldereros, en­clavado en la jurisdicción de San Pablo y perteneciente en 1548 al comendador Día Sánchez de Carvajal. Pasó después a ma­nos de las monjas de Santa Clara.

—Los soportales. Los enclavados jun­to a la actual Travesía de Álvaro de Torres estuvieron presentes hasta hace unas dé­cadas; los del Señor de la Columna, a par­tir de 1928.

—La Calleja del Tinte, sin salida. Estaba en el costado de San Pablo y aún existía hacia 1627.

—La Estafeta de Correos. En la acera izquierda del Real. Citada en 1629.

—Las tiendas de escribanos. Al igual que en la plaza de Toledo o junto a las Casas Capitulares, también hubo en el Real escritorios donde ejercían su función algunos escribanos como Juan de Córdoba y Antón de Cazorla.

 

La dinámica actividad del Real

Si los talleres de artesanos y menes­trales dan al Real su más relevante carác­ter al inicio de su historia, las tiendas de comerciantes constituyen una nota distin­tiva a lo largo de toda su existencia. Las mercerías, por ejemplo (hay botoneros, peineros, abaniqueros, cinteros y buho­neros), hacen del Real su sede más habi­tual. No faltan tampoco las sombrererías (algunas, especializadas en la fabricación de bonetes), guanterías, cordonerías y las tiendas de ropavejeros, jubeteros y sas­tres.

El ramo alimenticio viene represen­tado por los especieros, buñoleros, aceiteros, pasteleros y confiteros. Conviene hacer notar que las confiterías son en el Real un establecimiento permanente.

La primera ferretería que se inserta en los padrones del Real corresponde al año de 1785, establecida en la acera de los nones. Sin embargo, antes de esa fe­cha, algunas de las funciones propias de este tipo de comercio las venían desempe­ñando los panilleros, los cerrajeros y los herreros.

La moda también se asoma a esta calle: en 1732 había un fabricante de pe­lucas y, unos años después, aparece un coletero. Por otro lado, los mercaderes se avecinan también en el Real durante los siglos XVI y XVII.

En la centuria de la Ilustración, los comerciantes se eclipsan, para volver a otro momento esplendoroso en el XIX.

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