Hola, forastero

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

Dos niños son el ariete que Ramón Quesada utiliza para abrir la feria de san Miguel en Úbeda. No sería ningún secreto que yo dijera aquí ahora que los ubetenses no se han caracterizado, precisamente, por su talante abierto e integrador para quien llega de fuera; la frecuente utilización del término como sustantivo ‑antes más que ahora‑ nos ha delatado. Es por ello que Ramón, al que puede calificarse de precursor a la hora de romper barreras y malentendidos, se deshace en atenciones y alabanzas al visitante de su querida ciudad, integrándole, de facto, en su censo estadístico. Sin duda, sintiéndose portador del beneplácito de todos los ubetenses, y en qué mejor ocasión que en tiempo de feria, con toda la sinceridad y limpieza de corazón como la que pueden personificar dos infantes.

Con todo mi cariño a José Francisco y Juan Carlos, dos pequeños ubetenses a los que empiezo a comprender.

Es realmente maravilloso el hecho de que el hombre haya articulado y originado todo el tinglado vibratorio y humorístico de la feria. Es por lo que esta no llega de improviso: la feria es una agradable locura para jóvenes, estudiada con la sapiente capacidad creadora de hombres “mayores”. Es una oposición, un intento de olvido al cotidiano abstractismo del quehacer diario.

Nada más bello en nuestra existencia que la preocupación durante trescientos sesenta y cinco días para la finalidad de que la feria resulte mejor cada año. Que no sea una forma regresiva al pasado, sino un paso más refinado en colores, en alegrías y en regocijos.

Todos los años, por estas fechas septembrinas, intento servir, ser útil, poner mi granito de arena en esta misión que me he prometido a mí mismo. Intento ser muy agradable, si con él puedo encuadrarme en la generosa benevolencia del público, consumidor de este “producto” de mi amor a las letras. Ser paladín y heraldo de las cosas de mi tierra, cuando ella las necesita muchas veces, a sabiendas de que sólo conseguiré el aliento del “no está mal”. Yo sólo pretendo que esté “regular”.

Antes de escribir ‑o intentar hacerlo‑ sobre la feria de Úbeda, es necesario saber mirarla, tocarla y paladearla con la obsesiva intención del ser que la comprende; no con el multitudinario conocimiento de las gentes en común, sino con la aceptable sensibilidad de haber nacido aquí y con la estética y el valor de exponerse a hacerlo.

Desde tiempo inmemorial, son muchas y variadas las costumbres de saludar a una persona. Se le puede estrechar la mano ‑saludo más genérico‑; se le puede abrazar y besar, saludo también muy europeizado; e incluso se llega al paroxismo de rozarse las narices y las orejas en lejanos lugares de nuestra geografía.

Todas estas formas, más o menos tradicionales, aunque efectivas también, es verdad que ya van cayendo en el tópico de un marcado sabor arcaico “muy visto”. Pero no por ello nos apartamos de la razón y comprendemos que pasarán muchos años ‑¿miles?‑ antes de que el hombre, precursor e idealizador de todo, idee un saludo de afecto que difícilmente derrumbe primero, y desplace después, a los tradicionales.

Lo cierto es que este saludo mío es distinto a todos. Está en meter la mano en el propio pecho y, extrayendo el corazón, entregarlo todo como testimonio invocado de amor y amistad a ese forastero; o a ese ubetense ausente que nos honra con su presencia y, con palabras sinceras, como tenemos por costumbre, decirle: «Toma, amigo, este corazón y este abrazo en nombre de todos los corazones de mis paisanos, Todos, sin excepción, te desean una feliz estancia entre nosotros, al mismo tiempo que te agradecen tu elección por esta ciudad celadora y portadora de los valores del espíritu. También te brindan su tradicional hospitalidad, te dan sus alegrías y, desde ahora, te consideran y te quieren como a un paisano, un amigo y un hermano más. Un paisano más, que si no rezas en las estadísticas locales, sí quedarás indeleblemente inscrito en el placer de haberte conocido, e inserto en el sabor de saberte feliz junto a nosotros. Toma, querido forastero, esta noble e hidalga ciudad y haz con ella lo que quieras, porque difícilmente hallarás un pueblo más dado al amor fraternal».

¿Te puedo ofrecer más, amigo ubetense?

Este es mi saludo ‑¿atinado?‑. Úbeda regala, lo tiene por vicio, el mejor producto del mundo: el corazón. Úbeda es néctar y jalea real para el que sin etiquetas ni programas de significación la visita. Se fluidifica en arroyos de hospitalidad, en raudales de sana receptibilidad y atiende a todos con el brazo de la gratitud maternal. A esta tierra bendita que me vio nacer sólo es preciso amarla un poco. No es exigente. Así es el saludo. Así piensa este ubetense que desearía la categoría narrativa de otros más versados eruditos para, con palabras más llenas de claridad, poder tener el sostén sonoro que inmortalizara en granito lo que en verdad ha estado en mi ánimo en este escrito ferial.

(27‑09‑1970).

 

almagromanuel@gmail.com

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