“Los pinares de la sierra”, 184

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2. La picaresca es un sacerdocio.

Portela le escuchaba sin despegar los labios. Complacido, quizás, por la propuesta de su colega, pero molesto por tenerlo que corregir.

―Por favor, Velázquez, vayamos paso a paso. La picaresca para mí es una profesión, una forma de vivir tan respetable como el sacerdocio. Pero el egoísmo y la codicia son otra cosa. No me parece mal que utilicemos la imaginación para resolver nuestros problemas de dinero, y lo tomemos de alguien a quien le sobra. Pero de ahí a ensañarnos y arruinar a una persona ―aunque se lo merezca―, hay un abismo. ¿No te parece? Nunca me han gustado las actuaciones precipitadas. Esto es muy serio y hay que analizar cada paso que demos. Piensa que por hacer el fantasma con el descapotable, Soriano estuvo a punto de arruinar el plan. ¿Lo entiendes? Vaya dos horas que me hizo pasar, el muy cabronazo. No sé qué hubiera ocurrido si no llegan a presentarse. La cara de Gálvez me daba miedo. De verdad. Lo veía dispuesto a todo.

 

―Tranquilízate, Paco. Todos hemos pasado un mal rato ―de acuerdo―, pero hasta ahora las cosas van saliendo como habíamos previsto. Hay que reconocer que tenemos un buen equipo: María Luisa como “captadora” es una joya, y a Soriano le va que ni pintado el papel de “pastelero”. Seguro que tuvo los santos huevos de darle instrucciones a Barroso para que le arreglara el tubo de escape, y él ni se movió. ¿No te fijaste cómo llevaba la camisa y las manos el charcutero? En cambio, Soriano ni una sola mancha. ¡Es un monstruo!

―En fin ―dijo Portela para concluir―, eso ya está pasado. Hablemos de mañana. ¿Cómo has quedado con Barroso? ¿Tú estarás presente en la operación?

―No; le he dicho que Claudia y yo salimos para Madrid en el primer vuelo, y que serás tú quien se hará cargo de todo.

Y, con todo lujo de detalles, Portela empezó a desgranar los puntos pendientes de gestionar, mientras la señorita Claudia seguía el relato muy interesada.

―A las nueve de la mañana, vendrá el abogado a nuestras oficinas para supervisar la documentación y dar su visto bueno. Lo atenderá Martina. Seguramente, querrá ver el título de propiedad de los terrenos, los planos del hotel, los trámites para conseguir los permisos, la solicitud de las licencias…, etc. Si todo está en orden, a las diez nos espera Barroso en su casa para entregarnos la pasta en efectivo; de allí iremos a ver a Gálvez, para que cuente el dinero; y ese es el punto más complicado, a mi modo de ver. Ocultar siete millones y medio de pesetas no es tan fácil como escamotear una papeleta en el sorteo. Y mucho me temo que, cuando el comisario huela la pasta, no querrá perderla de vista ni un segundo. Pero eso corre de mi cuenta.

―Hombre, para eso estás al mando y eres el cerebro.

―Lógico y natural ―añadió la señorita Claudia—.

Fandiño, que conocía la dificultad de su papel y llevaba un buen rato analizando los pormenores, suspiró profundamente, miró a Portela y le preguntó en tono muy humilde, como si recitara una oración.

―Y, si algo falla, ¿qué hago yo con el mesón? Oiga, que ya llevo gastado mucho dinero. ¿Vale?

De buena gana lo hubiera mandado a hacer puñetas; pero hay momentos en que un jefe ha de hacer de tripas corazón, y Paco le puso la mano en el hombro amablemente.

Fandiño, hijo, asegúrate de hacer las cosas bien y quédate tranquilo; que, si todo sale como está previsto, se habrán acabado tus problemas. ¿Lo entiendes?

Lánguido y tembloroso insistió.

―Es que le dije a Lucía que regresaría en tres o cuatro días, y el martes hace una semana que llegué. No sé cómo estará la pobre sin saber de mí.

roan82@gmail.com

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