Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2.- El “primo”. Teodoro Barroso.
Narciso captó el velado mensaje y, como no era capaz de negarle ningún capricho, se dio una ducha a aquellas horas, fue a la cocina a buscar el tarro de la mantequilla para apagar la sed de amor de María Luisa, y una vez más lo hicieron como Marlon Brando en El último tango en París. Cuando, después de las fogosas embestidas del galán, ella quedó rendida y satisfecha, lo envolvió en su opulenta humanidad y él se quedó dormido como un muñequito de peluche, al calor de los pechos de la peluquera.
Al día siguiente, se levantaron tarde y, aunque ninguno de los dos tenía demasiado apetito, ella preparó café y unas tostadas que untaron con los restos de mantequilla que había sobrado la noche anterior. Mientras saboreaba su taza de café, María Luisa lo puso al corriente de las características del cliente que subiría con ellos el domingo a la urbanización. Se trataba de un fabricante de embutidos, hijo de un viejo militar franquista, el teniente Francisco Barroso. Una especie de tirano de poca monta que, al terminar la contienda nacional, se enriqueció con el estraperlo y, mediante inconfesables triquiñuelas, se dedicó a extorsionar a importantes familias catalanas, represaliadas durante la guerra, para adjudicarse su patrimonio: masías y fincas de labranza en su mayor parte.
Años después –al morir el padre–, Teodoro Barroso –un negado para los estudios– vendió algunas de las propiedades de la herencia y, con el dinero de la venta, montó una factoría de productos cárnicos derivados del cerdo: chorizos, longanizas, butifarras, chistorra, morcillas, jamón de York, callos, salchichas de Franfurt…, en fin, ya se sabe. Poco a poco, consiguió una eficiente red de distribución comercial y, según decía su esposa –la mayoría de meses–, la recaudación no bajaba de los quince millones de pesetas. Es decir, que dinero no le faltaba; solo había que encontrar la forma de poderlo interesar.
―O sea, que en esta ocasión, el pavo también se dedica al choriceo. ¡Tiene gracia!
―Sí, pero resulta que –como la mayoría de gente con dinero– es muy mal pensado, le gusta lujo y el faroleo, y se muere por entrar en la alta sociedad.
―No digas más. A ver qué te parece: pasamos a recogerlo por su casa con el descapotable para que se sienta como el presidente de los Estados Unidos, cuando lleguemos a la finca. Durante el viaje, le filtramos que en Edén Park han comprado importantes personajes de la economía y la Administración. Ya sabes, políticos y gente con apellidos de abolengo para que no contraste la información. Por cierto, ¿dónde vive?
―En una torre de Fuente Fargas ―respondió María Luisa―; pero, ¿y si llueve? ¿Qué hacemos en el descapotable? Oye, Chicho, ¿por qué no vamos en otro coche menos ostentoso?
―Mari, tú déjame a mí, que en estas cosas soy un maestro.
Y le empezó a contar la estrategia de Portela.
―¿Te imaginas cuando nos vean llegar a los cuatro en el Dodge Dart? Todo el mundo nos mirará con admiración, y Barroso quedará alucinado con el ambiente: los gritos, los aplausos de los vendedores, las parcelas que se venden de farol, el sorteo… Demasié pal cuerpo, Mari Lu. Y cuando haya picado el anzuelo, le aseguramos que, una vez cubiertas las necesidades financieras de la empresa, se ha cerrado la captación de capital, y solo se vende a personas de clase media, naturalmente a precios superiores. Posiblemente trate de corrompernos y nos ofrezca dinero a cambio de que nos saltemos las normas; pero, entonces, le presentaremos a Portela, y aquí se acabará nuestro papel. ¿Cómo lo ves?
―Yo no me haría muchas ilusiones, si tiene tanto dinero como dice su mujer; no puede ser un tonto de remate, y tendrá algún abogado que lo asesore. No te alegres demasiado, por si acaso. Además, cuando vea las parcelas de Gálvez, no le gustarán.
―Bueno, esa es la parte en la que Paco interviene y ya habrá preparado alguna treta para que le gusten.
―¿Y qué truco puede encontrar, para convertir un barranco en un solar en el que pueda edificarse una casa con piscina? Yo no lo veo muy claro. Y por si faltaba algo, el precio: nada menos que cinco millones de pesetas.