“Playtime”

Por Fernando Sánchez Resa.

Aquel jueves, 12 de junio de 2014, hacía un día veraniego que bien pretendíamos aprovechar comenzando la sesión cinematográfica a las siete y media de la tarde, pues la película anunciada, Playtime (Play Time, 1967), de Jacques Tati, era más larga de lo normal (155 minutos); por eso, Andrés nos había citado antes; pero, al coger la versión que tenía en casa, se dio cuenta de que solo duraba 115 minutos, por lo que se hizo el remolón con el fin de comenzar a las ocho, ya que preveía que siempre habría algún espectador que no miraría bien la hora de comienzo y se presentaría a las ocho; como así ocurrió…

De todas formas, la falta de público amante del cine clásico fue más patente en aquella jornada, por lo que los cinéfilos ubetenses elucubramos sus razones: ¿Será que no interesa el cine de calidad, sea antiguo y/o clásico? ¿Es que su gratuidad espanta al personal? ¿Podría deberse a la temprana hora de comienzo; y más, cuando el sol permanece fijo en el firmamento, desde el inicio hasta la finalización de la sesión? ¿O habrá alguna otra razón oculta (que desconocemos) para que ocurra esto…? Por ello, se pensó que, para el curso cinematográfico 2014‑15, se volviera a retomar la publicidad radiofónica, mediante un corto anuncio semanal en la cadena SER de Úbeda, que tanta preponderancia y escucha tiene en nuestra ciudad y su loma, para así incentivar su asistencia; y eso que la imaginación y el empeño que ponen los intrépidos, altruistas y abnegados promotores del Cineclub “El Ambigú” (Andrés y Juan) son más que encomiables.

Nos presentó la película Andrés, explicándonos el significado del título Playtime, que por aquellos lejanos y añorados años de la década de los sesenta, del siglo pasado, significaba “tiempo de espectáculo”. Afirmó que, para algunos, es la película más representativa y mejor realizada por el irrepetible e inconfundible director y actor francés, de origen franco‑ruso‑ítalo‑neerlandés, Jacques Tati (Jacques Tatischeff, Le Pecq, 9/10/1907‑París, 4/11/1982); y que como, al coger la versión que íbamos a visionar, se dio cuenta de que duraba bastante menos que la anunciada en cartel, afirmó que debieron quitar escenas repetitivas o sobrantes en ese maremágnum cinéfilo que nuestro querido Tati tenía por costumbre hacer: un cine que bien pudiera ser definido como el cómic de la gran pantalla.

Como yo estaba cansado y con sueño, al sentarme en una de las butacas de la primera fila, tuve que hacer un trabajo ímprobo para enterarme de lo que ocurría en la pantalla; no obstante, sirvió para darme cuenta de que Tati iba contando una historia aparentemente deslavazada y absurda, diferente de las que protagonizaron los Hermanos Marx, Buster Keaton o Charles Chaplin, tan desternillantes, que producían momentos explosivos de carcajadas. Tati hace un humor más sutil, más insinuado, que apela a la inteligencia del espectador y que funciona más por acumulación, sumando pequeños gags con su mordaz ironía. Él navega por otras coordenadas cinematográficas más pausadas y desquiciantes, en la que se va riendo de todo lo que le rodea y que suene a modernidad: turismo borreguil; nuevos aparatos eléctricos o adelantos técnicos; diferentes y novedosas modas de ropas, clases sociales, divertimentos…, utilizando siempre grandes planos generales con mucho movimiento interno, mostrándose cual loco entrañable que antepone sus ideas a sus personales intereses. Es curioso que siempre sale haciendo el mismo personaje: el eterno señor Hulot, vestido prácticamente de la misma manera con su gorra, pantalón y pipa característicos.

Como nos adelantó Andrés, lo que Tati pretendía con este filme era ridiculizar los avances tecnológicos que, ya en su época, se iban produciendo por doquier y que atenazaban la plácida y tranquila vida de entonces, rodando en 70 mm (lo más grande que había entonces) y pretendiendo exhibirlo solamente en cines acondicionados a este efecto, negándose a promocionar el film a 35 mm, por lo que cosechó un estrepitoso fracaso de público, aunque un éxito de crítica; lo que le provocó la bancarrota, al no poder recaudar lo suficiente para cubrir la producción de este trabajo cinematográfico.

Playtime es el máximo exponente (en la obra de Tati) en cuanto a aparición de arquitecturas, tradicional y moderna, en nuestras sociedades, así como de mobiliarios, ergonometrías diversas, objetos de diseño y aplicaciones del mundo de la ingeniería; donde se recrea un París ficcional, aséptico y futurista, de espacios abiertos, edificios modernos y decoración minimalista. ¡Qué denunciadora obra documental podría hacerse actualmente con la vorágine de adelantos de todo tipo que tenemos a nuestro alcance: whatsapp, ordenadores y móviles mil, correos electrónicos, controles remotos, robots caseros, coches inteligentes, muñecas de goma (en tamaño natural) para vencer la soledad, drones, etc.!

Visionamos la peli en versión original francesa, con subtítulos en español. Mientras empezó, todos íbamos leyendo (con bastantes ganas) los subtítulos; mas llegó un momento en que abandonamos esta labor de forma continuada, pues era tal el barullo o batiburrillo que había liado en la pantalla que no hacía falta traducirlo a lenguaje escrito, ya que parecía seguir siendo un filme de cine mudo, en el que imágenes, poses y gags valían más que mil palabras.

El argumento podría resumirse así: un grupo de turistas americanas pretende visitar, cada día, una capital de Europa; mas se sienten sorprendidas al comprobar que el aeropuerto parisino es igual que el de Roma, que las farolas guardan gran parecido a las de Nueva York o que las carreteras de Hamburgo son iguales que las francesas…; por eso, eligen pasar el día con auténticos parisinos, como es Monsieur Hulot, demostrando que los demás son borregos que llegan de viaje y son conducidos por el guía turístico de aquí para allá y que no hacen más que lo que les dicen en la tele.

El perfeccionismo del realizador francés se traduce también en la complicada estructura de la película; particularmente en su arriesgada planificación (en la que no encontramos ni un solo primer plano) y en su original fotografía. Mediante el excelente uso de estos elementos, consigue retratar magistralmente tanto el frío e impersonal París del inicio de la historia como la maravillosa y cálida «Ciudad de la Luz» (La Ville Lumière) en que termina convirtiéndose; mostrando la evolución de la capital francesa y de los personajes, partiendo de una situación en la que todo está mecanizado, es clónico y sin alma, para finalizar con una deliciosa secuencia en la que todo es color y calidez.

Sus virtudes son difícilmente apreciables en una sola proyección; por eso, hay multitud de detalles que, luego, cuando te vas a casa y recapacitas lo que has visto, caes en la cuenta de la inteligencia de su director (y actor principal), pues lo que pretende y consigue, con música e imágenes, es hacerte cavilar para que compruebes que la vida en la gran ciudad es una gran pantomima o farsa, puesto que te llevan por donde quieren, como le ocurre a las turistas; y que los atascos de tráfico que se producen en París se asemejan a un tiovivo, confirmándolo (incluso) mediante la misma música de cualquier artefacto de feria…

Como comentábamos al salir del cine, en petit comité, «Desde luego no es una película que te impulse a visitar París, como lo consigue Vacaciones en Roma…», pues en Playtime no ves ni una escena o arquitectura de paisaje urbano con marchamo parisino que te atraiga, a no ser de soslayo, reflejándose en las cristaleras de los edificios o del autobús; por eso, es preciso verla con los ingenuos ojos de Hulot y con un corazón de niño imbricado de briznas de obsoleto romanticismo.

Quiero vislumbrar que el originalísimo cineasta Jacques Tati es un gran filósofo de la vida y utiliza el cine que tanto conoce para mostrarnos una nueva variante de la alegoría del mito de la caverna de Platón, en versión más o menos moderna, recordándonos lo que hemos avanzado (¡o retrocedido!) desde 1967 hasta ahora, haciendo una mordaz crítica de la absurda vida moderna y de la estúpida homogeneización de las ciudades. No obstante, comprendo que haya gente que no le guste ni entienda este tipo de cine semimudo, donde parece que lo que prima es el absurdo y el descerebramiento de los actores, tan marcados por el guión tatiano, pues la casi inexistencia de argumento hace que se haga pesada en varios momentos; aunque lo que realmente pretenda Tati sea plantearte problemas vitales y metafísicos, cuando estás tranquilamente sentado en tu butaca, creyendo (equivocadamente) que has venido a pasar un buen rato de disfrute y evasión total.

¡Es, en definitiva, una película para personas amantes del revisionado, al cobrar progresivamente más sentido, como en las sucesivas relecturas de un buen libro!

Úbeda, 27 de julio de 2016.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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