Crónicas de la soledad, 06

Por Mariano Valcárcel González.

Apenas unas farolas de esas de yodo de luz mortecina alumbraban, o lo trataban, aquella plaza del centro; porque había otras que o no funcionaban o estaban fuera de servicio por haber padecido severos fusilamientos durante años.

Así que la plaza se adormecía entre sombras inquietantes y discontinuas, espesas en algunos ángulos, sutiles cuando invadían y trataban de ganarle la batalla a la luz. Por las tres bocacalles que desembocaban por allí, solo discurría un torrente de oscuridad. Casi mágicamente, como cosa de milagro, el centro del recinto defendía su farola iluminada, que le conferían aspecto de escenario teatral, barrido por el haz de un cañón direccional.

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