Por Mariano Valcárcel González.
Él era el cuerpo y el alma de aquella empresa.
Al menos así lo había venido sintiendo y entendiendo durante tantos años en los que allí trabajó. Era, o suponía serlo, la columna vertebral en que se sustentaba todo aquel entramado.
Cierto que él era un empleado, ¡pero qué empleado!