“Una partida de campo” y más…

Por Fernando Sánchez Resa.

Por fin llegamos al último filme del ciclo La pintura en el cine: Una partida de campo (Partie de campagne, 1936), de Jean Renoir. Estábamos a 10 de abril de 2014 y la tarde se mostraba totalmente veraniega, al igual que la noche. Las múltiples tentaciones culturales mostraban a nuestra ciudad pletóricamente deseada: Presentación del Festival de Música y Danza de Úbeda, en este mismo Hospital de Santiago, con copichuela e invitación a su término; una performance, en Santa María de los Reales Alcázares: “Hartos de arte”; mucho gentío comprando y dando vida al pujante comercio ubetense, en las principales arterias de la ciudad; dos tentadoras exposiciones, ubicadas en este mismo centro multicultural: “Una década de color”, de Noni Trillo, y la de Domingo Expósito que mostraba fotográficamente sus valientes e irrepetibles viajes al Himalaya…; y los últimos ensayos de las diferentes bandas de las cofradías que, desparramadas por distintos lugares y plazas estratégicas, imprimían un genuino sonido anímico y colorista, afirmando a los cuatro vientos el porqué Úbeda es llamada “Ciudad de Semana Santa”…

Comenzamos (puntualmente) con las esquemáticas e interesantes explicaciones de Andrés, cual certeras pinceladas del mediometraje Una partida de campo (de casi 40 minutos), y del documental Insólito Picasso (27 minutos), sacado del No‑Do del 1 de enero de 1978, que íbamos a visionar; avisándonos que, tras la Semana Santa, volveríamos a nuestro amado cine de los jueves con un nuevo ciclo: Cine dentro del cine, compuesto por cinco magníficas películas, a cual más interesante; y que comenzaríamos, todas las sesiones, a las ocho menos cuarto, puesto que las tardes cada vez se iban haciendo más largas y luminosas…

Una partida de campo está basada en un relato de Guy de Maupassant que sirve de homenaje, por parte de Jean Renoir, a su padre Pierre‑Auguste Renoir, famoso pintor impresionista. Me pareció el formato idóneo para el cuento de Maupassant y para potenciar la futilidad de la vida, los sentimientos y el paso del tiempo. Está considerado el cortometraje más bello de la historia del cine, curiosamente producido en blanco y negro, en lugar de en color, como todos esperábamos. La versión original disparaba un endemoniado y rapidísimo francés que era vertiginosamente subtitulado en español, haciendo dificultosa su lectura, pues aquello parecía una desbocada carrera de caballos; aunque, al final, nos acostumbramos a esa velocidad supersónica.

En un principio, este cortometraje habría sido un largometraje si, a mitad del rodaje, Jean Renoir no hubiese tenido que marcharse a los Estados Unidos; pues ya no tuvo ocasión de terminarlo. Se rodó en Bords du Liong y Marlotte (Seine‑et‑Marne, Francia). La historia es bonita y sencilla, aunque con final sorprendente y melancólico. La acción tiene lugar en las orillas del Sena, a lo largo de las horas previas al almuerzo, un domingo de agosto de 1860. El quincallero parisino, Cyprien Dufour (André Gabriello), sale de París con la familia para gozar de un día de campo. Le acompañan su mujer Juliette (Jane Marken), su hija Henriette (Sylvia Bataille), su ayudante y novio de la hija, Anatole (Paul Temps) y la abuela (Gabrielle Fontan). Esta familia parisiense disfruta con la naturaleza, aunque cada componente a su manera, encontrándose en una pensión o restaurante con una pareja de pícaros que les alegrarán la vida y su estancia allí, especialmente a la protagonista principal, abriéndole una puerta amorosa que nunca se le cerrará, y/o desvelándole territorios inesperados que le dejarán perenne huella.

El momento más bello y radiante de este pequeño filme tiene lugar cuando la protagonista se columpia acompasadamente, al ritmo de la música de Joseph Kosma, y llega a fundirse con la naturaleza en el plano. También hay otras estampas bonitas y dignas de recordar: cuando Henriette sigue soñando y alarga la mano para coger una cereza del árbol bajo el que se sientan, mientras todos comen fritura; la de la abuela con el gatito, que es más cómica; el momento en el que Henriette habla con su madre, con un diálogo muy poético; o, para terminar, las lágrimas de Henriette. No podremos olvidar la interpretación de los actores, especialmente la de la protagonista, que es una delicadeza; ni las varias escenas que nos recuerdan pinturas de Pierre‑Auguste Renoir: “El desayuno de los vaqueros” (1881), “El columpio” (1876) y “La Grenouillère” (1869).

¡Ay, cuánta melancolía y añoranza encierran los buenos ratos vividos en los ríos de verano, al haberse disfrutado en familia, con amigos y primas, con las amigas de la hermana…, según nos sugiere este cortometraje! En él, Jean Renoir trata de atrapar el gran sueño de los impresionistas: la captación de la fugacidad del tiempo y/o de la vida; así como la inocencia de una mujer, reflejada paralelamente en la virginidad de la naturaleza, siendo ambas afectadas por las conductas humanas que la alteran. La música, del húngaro Joseph Kosma (añadida en 1946), es un dechado descriptivo de románticas y melancólicas emociones que son apoyadas y resaltadas por la fotografía de Claude Renoir (B&W), inspirada en la pintura del padre del realizador, que culminan en un juego de planos, donde el paso del tiempo y la frustración de un mundo convencional sin ilusión se hacen patentes.

Tras los aplausos, nos pusieron Insólito Picasso, dirigido por Antonio Mercero, en el que un primo segundo (Manuel Blasco) de nuestro pintor universal, también pintor, que vivía en Torremolinos, fue haciendo de cronista‑romancero antiguo, de los que contaban crónicas de ciego, en la malagueña Plaza de la Merced. Allí, señalando en un gran cartel con 28 óleos, fue relatando la rocambolesca vida de Pablo Ruiz Picasso, conocido por Pablo Picasso, que fue un pintor y escultor español, creador, junto con Georges Braque, del cubismo, desde que nace en Málaga en 1881, hasta que muere en Moulins, Francia, en 1973; refiriéndose a sus siete mujeres y a sus diferentes etapas pictóricas según colores, de una manera muy graciosa, incluso picarona, usando un lenguaje poético de romance antiguo, intercalando jugosas anécdotas infantiles, juveniles y de madurez, como cuando estuvo enamorado de su prima segunda, hermana del declamador del romance. Quedamos todos tan sorprendidos que, a su término, ni aplaudimos; no sabemos si porque ya estábamos pensando en otras actividades culturales, artísticas o particulares, o por el impacto del documental…

Como ambos cortometrajes habían durado poco más de una hora, aproveché para visitar la exposición de Noni Trillo y darme cuenta de que esta artista tiene ascendencia en el arte de pintar, pues con brochazos fuertes conforma un impactante impresionismo, articulando manchas de colores cálidos (principalmente), en las que no faltan los fríos y complementarios; captando, al instante, la atención del visitante que queda “empatizado” con su atrayente universo cosmogónico.

A la salida del irrepetible “Escorial andaluz” (Hospital de Santiago), una de las bandas cofradieras que ultimaban sus ensayos subía por la calle Sagasta, enfilando sus marciales pasos hacia la calle Nueva, en donde todavía había bastante gente con ganas de pasear, tomar una copa y/o charlar largo y tendido, como anticipo del finde semanasantero que se presentaba; también, en la Plaza de Andalucía, unos costaleros hacían sus últimos y aguerridos ensayos, mientras se interpretaban los Siete Dolores a María Santísima, obra de don Victoriano García, en la iglesia de La Trinidad, siendo escuchados por sus incondicionales, con gran devoción…

Al día siguiente, viernes, como buen cinéfilo ubetense, no me quise perder la primera de las dos proyecciones gratuitas, anunciadas para las 21:30 h y 23:00 h, del cortometraje Pagaron justos por pecadores, juntamente con gran cantidad de público, que abarrotó el teatro Ideal Cinema, quedando admirados y sorprendidos por este sólido cortometraje dirigido por Javier Godoy, con la producción de Antonio José López Expósito; dos ubetenses de pro, locos amantes del séptimo arte que han puesto su tiempo, su dinero y todo su saber como buenos cineastas, juntamente con un escogido ramillete de personas afines a sus gustos y ambiciones, para que también nuestra Úbeda tenga una joya cultural más con la que brillar y engastarse. Hasta prometieron regalarnos las dos partes que quedan por hacer, para constituir una trilogía del wéstern más genuino de nuestros añorados y juveniles años, cuando acudíamos enamorados a este característico género cinematográfico, en los desaparecidos cines de verano de nuestra ciudad (a excepción de la plaza de toros, que no hace mucho ha vuelto a reabrirse).


¡Ansiosos e ilusionados, esperamos las dos partes que restan por hacer…!

Úbeda, 7 de julio de 2016.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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