“La rosa púrpura del Cairo”

Por Fernando Sánchez Resa.

Pasó (¡como un rayo!) el período vacacional de Semana Santa y el jueves, 24 de abril de 2014, los incondicionales retomamos nuestro devenir cinéfilo, sintiéndonos dulcemente obligados a ir al cine como acto mágico necesario. Por alguna razón, la sala andaba escasa de público, a pesar de que comenzábamos un cuarto de hora más tarde que antes de las vacaciones (a las 8:45 h); aunque pronto intuimos el porqué: lo gratuito trae estos resultados; y más, si se trata de películas antiguas o en blanco y negro que tienen tanta enjundia…

Hacía bastante calor en la sala, como contraste al frío que había vuelto a nuestra Úbeda, tras el tiempo casi veraniego de días pasados. Andrés nos presentó el nuevo ciclo cinematográfico, póster en mano. No era moco de pavo el programa: La rosa púrpura del Cairo, Bellísima, La noche americana, A través de los olivos y La última película. Y explicó levemente el argumento de la peli que íbamos a disfrutar: «Se trata de una mujer casada, llamada Cecilia (Mia Farrow), muy amante del cine, pues lo que más le entusiasma y desinhibe es visionar películas, como compensación a su desastroso matrimonio y al alienante trabajo de camarera; hasta que se ve sorprendida por un personaje: el apuesto y gallardo Tom (Jeff Daniels), que atraviesa la pantalla del filme La rosa púrpura del Cairo, y se enamoran mutuamente, dando un cambio radical a su insulsa vida cotidiana». La acción dramática tiene lugar en una pequeña localidad de New Jersey, a lo largo de unos pocos días de uno de los primeros años 30, durante la Gran Depresión.

Después, comenzamos a ver La rosa púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985), de Woody Allen, ganador del premio Óscar en cuatro ocasiones, y cuyo verdadero nombre es Allan Stewart Königsberg: director, guionista, actor, músico, dramaturgo, humorista y escritor estadounidense que proviene de una familia judía de orígenes ruso‑austríacos. La vimos en versión castellana, durante sus ochenta y cinco minutos de metraje en los que su director y guionista, Woody Allen, ofrece un menú cinematográfico a su vieja usanza, rodándose en escenarios reales de New Jersey y NY, y siendo nominado a un Óscar (guión original), ganando un Globo de oro (guión original), haciéndose con el premio Fipresci de Cannes (W. Allen) y obteniendo dos premios Bafta (película y guión original). La obra consiguió, en su momento, un notable éxito de público y crítica.

El filme es una amalgama deslavazada de su acostumbrado festival de gags o locuras características, mezclando realidad y ficción en un mismo plató, haciendo poesía cinematográfica con una joven protagonista, tímida, frágil, apocada, inmadura, soñadora, distraída, muy guapa y dulce, casi de cristal (Mia Farrow), a la que premia con un amor de cine, Jeff Daniels, que tomará doble papel: como Tom Baxter, que es el héroe de película, poeta, aventurero, explorador, apuesto, seductor e idealista; y como Gil Shepherd, actor de cine, vanidoso, presumido, cínico y poco inteligente, que reside y trabaja en Hollywood; y que, finalmente, se quedará en eso, aunque como cinéfila recalcitrante vuelva a reír y enamorarse de nuevos personajes de la gran pantalla, para ver si vuelven a salir y enamorarla; de esta manera, Woody Allen hace realidad lo imaginado por cualquier espectador soñador.

Únicamente, a un cineasta empedernido como Woody Allen, se le podría haber ocurrido este guiño de complicidad y curioso experimento diegético (‘desarrollo narrativo de los hechos’), consistente en romper el marco de la proyección que está viendo la cándida y fantasiosa Cecilia, para que el apuesto y gallardo Tom atraviese la pantalla y pueda contactar con ella. Es el enésimo planteamiento del mito de la caverna de Platón, pero planteado de manera original por el genio semita.

Al igual que don Quijote traspasó el límite realidad‑ficción, Cecilia va en busca de aventuras que transfiguren su delirante pasión, disolviendo su frontera para convertir la pantalla en una puerta giratoria que permita el libre tránsito de personajes y espectadores, siendo realizada con imaginación e inteligencia antes de que existieran los efectos digitales…

Divertidísima y dramática, aunque totalmente surrealista, el director neoyorquino consigue que empatices de tal modo, con la historia, que aceptas todo lo que ves, sin ponerle pega alguna. El cine siempre nos hace protagonizar esos milagros. Propone, además, una reflexión sobre la fantasía y la ilusión, sobre la fuerza de la ficción para trasmitir conocimientos, superar frustraciones, provocar sentimientos positivos y desarrollar afanes de resistencia y superación.

La narración se desarrolla con fluidez y pulcritud, mediante unos diálogos bien construidos e ingeniosos y haciendo uso de la figura del enfrentamiento de contrarios o contrapuestos, como la realidad y la ficción, etc. Esta película es un canto a la vida ficticia, que tantos admiramos; y al cine, porque la vida real, al fin y al cabo, no es tan idílica…

Si cuando empezamos la proyección, la luz del día lucía esplendorosa, al finalizar la sesión cinematográfica el sol acababa de marcharse por el horizonte baezano, mientras las calles ubetenses seguían manteniendo el fulgor y la bullanga que les caracteriza; por eso, la vuelta a nuestro hogar fue más entretenida y menos peligrosa que en pasadas e invernales ocasiones, en las que las calles principales encontrábanse desiertas, con acechantes e inciertos peligros…

Úbeda, 9 de julio de 2016.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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