Un puñado de nubes, 21

18-03-2011.

De vez en cuando, León iba a la peña bética NINÁ‑NINÁ” a echar la partida de dominó por distraerse y a la vez enterarse de los chismes del barrio, borrar los nombres conocidos que se habían separado o muerto, reírse de las últimas ocurrencias del concejal de ocio y tiempo libre, “llorar” por los problemas del Sevilla, eterno rival de su Betis, etc.

Le gustaba sentarse ante aquellas mesas de metro cuadrado de mármol que lo mismo servían al camarero para anotar con tiza la ración de pescaítos fritos que para desahogarse dando fichazos y ahorcando al seis doble. Cuando jugaba de compañero con su amigo Antonio, que era un militar jubilado, entonces ganaba siempre, con el consiguiente choteo de las parejas perdedoras que no osaban defenderse, aunque juraban “guerra” en próxima oportunidad. «No sabéis ni tentarlas», les decía León con su eterna media sonrisa. Y Antonio se redefinía el bigote y sentenciaba: «Las batallas se ganan con estrategia y complicidad».

Después se daban una vuelta por el bar La Luna y charlaban animadamente “hasta las tantas” (que no solían ser más allá de las diez de la noche) y ya regresaba León a casa más tranquilo y con mejor humor, por haber compartido una soledad eterna que empezaba a doler.

Tomaba una naranja o manzana o un vaso de leche calentita con algún bollo o magdalena de los que tenía invisibles para su hija, que siempre le estaba regañando porque no se cuidaba el colesterol. Acomodado en su sillón orejero, se quedaba viendo la tele y terminaba, medio dormido, recordando episodios de su vida pasada con la imagen de Amalia, fija en su mente…

Era el verano del 74. El curso en la Facultad terminó en junio y antes de que Amalia organizase las vacaciones, como siempre hacía, León le dijo con una mezcla de ansiedad y resignación:

—Tengo que ir a Cerro Muriano.

—¿Y eso? ¿Qué se te ha perdido por aquellas tierras cordobesas? —preguntaba Amalia extrañada—.

—Me van a hacer un hombre. La Patria me necesita —contestó León irónico—. Tengo que hacer las milicias universitarias. ¿Irás a verme?

Se veían todos los sábados en el pabellón de suboficiales y, después de comer, iban a dar un paseo por los alrededores del monte, él con su uniforme de faena y ella con su pantalón vaquero y gorra Coca-Cola.

 

—Pronto terminará esta farsa y podremos pensar en nuestro futuro —susurraba León al oído de su amada, mientras una mano distraída recorría las curvas de su cuerpo—. En cuanto acabemos los estudios y tengamos trabajo, nos casamos.

—¿Pero estás bien? Te encuentro cada vez más delgado.

—Las comidas y las muchas horas de instrucción tienen la culpa. Además, me faltan tus besos, ¿sabes?

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