El proceso de idealización de Sancho

[Las citas las hago por Miguel de Cervantes, Obras completas I. Don Quijote de la Mancha, seguido del Quijote de Avellaneda. Edición, introducción y notas de Martín de Riquer. Barcelona, Planeta, 1962.]
Antecedentes
El episodio de la cueva de Montesinos es una breve, pero significativa, clave del proceso de idealización de Sancho. La peripecia se inicia en el final del capítulo II, 22; continúa en todo el II, 23, y se remata en el II, 24. Aunque el suceso va a ser el centro de este estudio, por su breve asunto, no puedo dejar de referirme a otros pasajes de la novela para establecer una mejor perspectiva del proceso de idealización de Sancho.

Los hechos escuetos del episodio pueden ser estos: don Quijote es bajado a la cueva de Montesinos; se duerme dentro de ella; lo izan aún dormido y tienen que despertarlo. El tiempo real transcurrido es de una hora. Pero la imaginación de don Quijote crea un mundo fantástico en el que acontecen sucesos maravillosos durante tres días. Para comprender la reacción de Sancho ante lo que cuenta su amo, debo retraer los hechos a otros momentos que nos van a dar la clave sobre su actitud.
En el capítulo I, 7, cuando Sancho se deja embaucar por las atractivas promesas de enriquecimiento ‑e incluso del gobierno de una ínsula‑ y decide acompañar a don Quijote como escudero, conocemos su primer y breve retrato.
«En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien ‑si es que este título se puede dar al que es pobre‑, pero de muy poca sal en la mollera». DQ, I, 7, 85.
Partimos de un hombre cuyo ser natural es bueno, su condición social es vulgar y pobre, y su capacidad intelectual es escasa. Esta simpleza se manifiesta en diversas ocasiones ‑por ejemplo, en el capítulo I, 25‑, cuando don Quijote habla de Dulcinea como una dama que está adornada de las mejores galas; y para Sancho es una persona que él conoce como paisana y vecina.
«‑Bien la conozco ‑dijo Sancho‑, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo[1] a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora!». DQ, I, 25, 265.
Este mismo espíritu simple lo hallamos en el capítulo I, 32, cuando Sancho teme por su ansiada ínsula, al oír del cura y del ventero que los caballeros andantes ya no se usan.
«A la mitad de esta plática se halló Sancho presente, y quedó muy confuso y pensativo de lo que había oído decir que ahora no se usaban caballeros andantes, y que todos los libros de caballerías eran necedades y mentiras, y propuso en su corazón de esperar en lo que paraba aquel viaje de su amo, y que si no salía con la felicidad que él pensaba, determinaba de dejalle y volverse con su mujer y sus hijos a su acostumbrado trabajo». DQ, I, 32, 351.
Esta decisión íntima de Sancho nos convence de que participaba de manera notable del mundo idealizado de su amo y de que se encontraba en un equilibrio inestable entre la realidad y la fantasía. En el capítulo I, 35, tras el ataque de don Quijote a los cueros de vino, Sancho busca la cabeza del gigante, pues de no hallarla, su condado se deshará. Sancho está en una pura fantasía.
«Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y como no la hallaba, dijo:
‑Ya yo sé que todo lo de esta casa es encantamento; […] y ahora no parece por aquí esta cabeza que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente.
‑¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? ‑dijo el ventero‑. ¿No vees, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados …?
‑No sé nada ‑respondió Sancho‑: sólo sé que vendré a ser tan desdichado, que, por no hallar esta cabeza, se me ha de deshacer mi condado como la sal en el agua.
Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le había hecho». DQ, I, 35, 393.
Pero en el capítulo I, 37 vuelve a la realidad.
«‑Como si fueran de vino tinto, pudiera vuestra merced decir mejor ‑respondió Sancho‑; porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado; y la sangre, seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es la puta que me parió, y llévelo todo Satanás». DQ, I, 37, 411.
En el mismo capítulo, su simpleza vuelve a hacerle creer hechos fantásticos junto a otros verdaderos.
«‑Vuestra merced se sosiegue, señor mío ‑respondió Sancho‑; que bien podría ser que yo me hubiese engañado en lo que toca a la mutación de la señora princesa Micomicona; pero en lo que toca a la cabeza del gigante, o, a lo menos, a la horadación de los cueros, y a lo de ser vino tinto la sangre, no me engaño, vive Dios […]. De lo demás, de que la señora reina se esté como se estaba, me regocijo en el alma, porque me va mi parte, como a cada hijo de vecino». DQ, I, 37, 414.
En fin, en el capítulo I, 45, superado por la vorágine de los acontecimientos, vuelve a confundir la realidad, y piensa, como su amo, que la venta es un castillo.
«‑¡Vive el Señor, que es verdad cuanto mi amo dice de los encantos deste castillo, pues no es posible vivir una hora con quietud en él!». DQ, I, 45, 500.
La fantasía
Resulta evidente que don Quijote veía la realidad transmutada porque proyectaba en ella “su mundo”. Sancho veía la realidad auténtica, pero su muy poca sal en la mollera lo dejaba atónito ante sucesos o descripciones que no lograba comprender. Por eso lo vemos ir y venir, pasar y repasar la línea que separa la razón, de la locura.
«‑No es eso, ¡pecador fui yo a Dios! ‑respondió Sancho‑; sino que yo tengo por cierto y por averiguado que esta señora que se dice ser reina del gran reino Micomicón no lo es más que mi madre; porque a ser lo que ella dice, no se anduviera hocicando con alguno de los que están en la rueda, a vuelta de cabeza y a cada traspuesta». DQ, I, 46, 504.
El razonamiento de Sancho se apoya en el silogismo:
a) Una reina de tan gran reino no puede besarse con tan gran desenvoltura;
b) Dorotea se besa;
c) Dorotea no es reina.
El simple razonamiento arranca de una primera proposición falsa, que él cree a pie juntillas. Sin embargo, más abajo echa por tierra todo lo que acaba de concluir, aunque haya sido con un erróneo argumento.
«‑Esto digo, señor, porque, si al cabo de haber andado caminos y carreras, y pasado malas noches y peores días, ha de venir a coger el fruto de nuestros trabajos el que se está holgando en esta venta, no hay para qué darme priesa a que ensille a Rocinante, albarde el jumento y aderece al palafrén, pues será mejor que nos estemos quedos, y cada puta hile, y comamos». DQ, I, 46, 505.
El que se huelga en la venta es el mismo que se está hocicando con Dorotea y, aunque Sancho acaba de decir que no es más reina que su madre, con la última cita desdice lo anterior. Es un pobre Sancho al que están volviendo loco.
En este tejer y destejer, está la astuta preparación por parte de Sancho del encuentro de don Quijote con Dulcinea. El hidalgo estuvo enamorado en tiempos de Aldonza Lorenzo, una paisana suya. Su locura había trastocado la personalidad de la aldeana hasta ser una dama, y cambiado el lugar de su nacimiento hasta El Toboso. Comoquiera que Sancho no podía encontrar ninguna mujer que se prestase a representar el papel de Dulcinea, razonó:
«Este mi amo, por mil señales, he visto que es un loco de atar, y aún también yo no le quedo en zaga, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: Dime con quién andas, decirte he quién eres, y el otro de No con quien naces, sino con quien paces. Siendo, pues, loco, como lo es, y de locura que las más veces toma unas cosas por otras, y juzga lo blanco por negro y lo negro por blanco, como se pareció cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes, y las mulas de los religiosos dromedarios, y las manadas de carneros ejércitos de enemigos, y otras muchas cosas a este tono, no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y cuando él no lo crea juraré yo; y si él jurare, tornaré yo a jurar; y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito[2], venga lo que viniere». DQ, II, 10, 645.
Como se sabe, don Quijote no vio sino tres aldeanas montadas en tres burros. Sancho, a pesar de su teatro y de su palabrería, no consiguió que su amo viese ni oliese otra cosa [olían a ajos]. La situación se salva porque don Quijote piensa que la Fortuna ha cerrado sus propios ojos con cataratas, por privarlo de la dicha de la contemplación de dama tan hermosa. Este suceso marca la primera inflexión en la locura de don Quijote. Hasta ahora él proyectaba su locura hacia el mundo. Ahora, ve el mundo realmente, pero como ya ha creado toda una fantasmagoría a su alrededor, se resiste a verlo en su realidad. Para no ceder en su locura interna, echa mano a la fantasía, que le permita seguir creyendo en su mundo imaginado.
El suceso
Hecho este apunte, volvemos al episodio de la cueva de Montesinos. El juego fantasía-realidad se repite.
«Llegóse a mí, y lo primero que hizo fue abrazarme estrechamente, y luego decirme: Luengos tiempos ha, valeroso caballero don Quijote de la Mancha, que los que estamos en estas soledades encantados esperamos verte, para que des noticia al mundo de lo que encierra y cubre la profunda cueva por donde has entrado, llamada la cueva de Montesinos: hazaña sólo guardada para ser acometida de tu invencible corazón y de tu ánimo estupendo. DQ, II, 23, 752.
[…]
Sabed que tenéis aquí en vuestra presencia, y abrid los ojos y veréislo, aquel gran caballero de quien tantas cosas tiene profetizadas el sabio Merlín: aquel don Quijote de la Mancha, digo, que de nuevo y con mayores ventajas que en los pasados siglos ha resucitado en los presentes la ya olvidada andante caballería, por cuyo medio y favor podría ser que nosotros fuésemos desencantados; que las grandes hazañas para los grandes hombres están guardadas».
DQ, II, 23, 755.
Hasta aquí no deja de ser un relato sobre personajes de las novelas de la caballería andante; pero el atrevimiento fantasioso se produce cuando el venerable Montesinos compara a la señora Belerma con ventaja sobre la gran Dulcinea.
«Cepos quedos[3], dije yo entonces, señor Montesinos: cuente vuesa merced su historia como debe; que ya sabe que toda comparación es odiosa, y así, no hay para qué comparar a nadie con nadie. La sin par Dulcinea del Toboso es quien es, y la señora doña Belerma es quien es, y quien ha sido, y quédese aquí». DQ, II, 23, 756.
Sancho, al hilo del relato, no pudo reprimirse.
«‑Y aun me maravillo yo ‑dijo Sancho‑ de cómo vuestra merced no se subió sobre el vejote, y le molió a coces todos los huesos, y le peló las barbas, sin dejarle pelo en ellas». DQ, II, 23, 756.
Con esta intervención de Sancho podemos entender dos cosas: que sigue irónicamente la locura de su amo, sin creerse lo que dice; o que participa en verdad de la narración. Aún no tenemos elementos de juicio suficientes para optar.
Es en este punto del relato cuando la intervención de un tercer personaje presente, el primo, llama la atención sobre el tiempo que ha durado la experiencia en la cueva. Entre bajar y subir no se ha ido más de una hora, mientras que la narración alarga la estancia, como confirma don Quijote, hasta tres días. Otra vez lo real frente a lo irreal. Sancho vuelve a tomar partido por su amo.
«‑Verdad debe de decir mi señor ‑dijo Sancho‑; que como todas las cosas que le han sucedido son por encantamento, quizá lo que a nosotros nos parece una hora, debe de parecer allá tres días con sus noches». DQ, II, 23, 757.
Con esta intervención de Sancho aún no podemos concluir que esté hablando en serio. En la siguiente, sí nos da la clave de su talante.
«‑Y ¿ha comido vuestra merced en todo este tiempo, señor mío? ‑preguntó el primo.
‑No me he desayunado de bocado ‑respondió don Quijote‑, ni aun he tenido hambre, ni por pensamiento.
[…]
‑Y ¿duermen por ventura los encantados, señor? ‑preguntó Sancho.
‑No, por cierto ‑respondió don Quijote‑; a lo menos, en estos tres días que yo he estado con ellos, ninguno ha pegado el ojo, ni yo tampoco».
DQ, II, 23, 757.
Para Sancho, tan apegado a comer y a dormir, estas dos carencias deberían parecerle increíbles. Por eso responde así.
«‑Aquí encaja bien el refrán ‑dijo Sancho‑ de dime con quién andas, decirte he quién eres: ándase vuestra merced con encantados ayunos y vigilantes: mirad si es mucho que ni coma ni duerma mientras con ellos anduviere. Pero perdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna». DQ, II, 23, 757.
Parece que Sancho, cuando ha visto que su amo ni come ni duerme, ha descubierto que el relato no puede ser verdadero. El primo confunde la expresión y cree que Sancho afirma que miente don Quijote.
«‑Yo no creo que mi señor miente ‑respondió Sancho.
‑Si no, ¿qué crees? ‑le preguntó don Quijote.
‑Creo ‑respondió Sancho‑ que aquel Merlín o aquellos encantadores que encantaron a toda la chusma que vuestra merced dice que ha visto y comunicado allá bajo, le encajaron en el magín o la memoria toda esa máquina que nos ha contado, y todo aquello que por contar queda».
DQ, II, 23, 758.
Sancho ya está en el mundo fantástico de su amo. De alguna manera participa ya de la locura de don Quijote. Podemos asegurar ahora que sus intervenciones en este relato han sido dichas con pleno y auténtico sentimiento.
Sin embargo, Cervantes prefiere dejar las cosas como estaban. Animado el caballero por la credulidad que encontraba en su criado, cometió el error de mentar entre los personajes que en ella aparecían a su sin par Dulcinea.
«‑Todo eso pudiera ser, Sancho ‑replicó don Quijote‑, pero no es así; porque lo que he contado lo vi por mis propios ojos y lo toqué con mis mismas manos. Pero ¿qué dirás cuando te diga yo ahora […] que me mostró Montesinos […] tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras, y apenas las hube visto, cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas labradoras que venían con ella, que hablamos a la salida del Toboso?». DQ, II, 23, 758.
Sancho no pudo resistir el envite, porque él mismo había organizado el encuentro con aquellas tres aldeanas.
«Cuando Sancho Panza oyó decir esto a su amo, pensó perder el juicio, o morirse de risa; que como él sabía la verdad del fingido encanto de Dulcinea, de quien él había sido el encantador y el levantador de tal testimonio, acabó de conocer indubitablemente que su señor estaba fuera de juicio y loco de todo punto». DQ, II, 23, 759.
El episodio de la cueva de Montesinos resulta ser una significativa muestra de ese proceso de influencia mutua entre don Quijote y Sancho Panza. Sin embargo, Sancho es tan simple que incluso es capaz de no creerse sus propias invenciones. Más adelante, la duquesa le afirmará maliciosamente.
«[…] porque real y verdaderamente yo sé de buena parte que la villana que dio el brinco sobre la pollina era y es Dulcinea del Toboso, y que el buen Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado […]». DQ, II, 33, 839.
A lo que Sancho responde:
«‑Bien puede ser todo eso […] y agora quiero creer lo que mi amo cuenta de lo que vio en la cueva de Montesinos, donde dice que vio a la señora Dulcinea del Toboso en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había visto cuando la encanté por solo mi gusto; y todo debió de ser al revés, como vuesa merced, señora mía, dice […]». DQ, II, 33, 839.
 
Escrito el 11-11-76.
Revisado el 09-01-97.
 

[1] sacar la barba del lodo, sacar de un trance apurado.
[2] tener la suya sobre el hito, empeñarse en que la razón de uno prevalga sobre la de los otros.

[3] cepos quedos, exclamación para sosegar o detener a una persona.

 

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Publicado en: 2005-03-27 (48 Lecturas)

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