El jueves pasado comenzó un ciclo de conferencias sobre la Segunda República. El Casino de Cartagena se une así a la celebración del 75 aniversario de la Segunda República.
La primera conferencia llevaba por título la «Primera República: Federalismo y Cantonalismo» y corrió a cargo de D. Ángel Márquez Delgado, gran amante y conocedor de la Historia y, en particular, de la Historia local de Cartagena, a cuyo servicio ha colocado, con gran generosidad y entrega, su Editorial Áglaya.
Pero no pretendo en esta columna destacar la, por otra parte, brillante y documentada alocución del conferenciante sobre el Cantón. Quería referirme a unas palabras previas que citó y de las que me hago eco. Cuando se dirigía al Casino para dar comienzo a la charla-coloquio, oyó decir a unos transeúntes que lo que se iba a celebrar en el Casino era una reunión de rojos (no sé si la frase es exacta). Como si la conmemoración de un periodo histórico tan importante para España hubiese que demonizarla con esta grosera, intransigente y odiosa acepción.
Quienes van a pronunciar las conferencias programadas son todos ellos destacados historiadores o intelectuales que estudian la Historia de España y de Cartagena con el ánimo de conocer y transmitir las líneas fundamentales del periodo estudiado, de trasladar al acervo común sus arduas investigaciones y de mantener viva o encender la memoria histórica de un pueblo que había sido despojado de ella durante una larga y tenebrosa dictadura. Y nada más, pero nada menos, que eso.
Por ello, el término rojos, tan despreciativo y tan cainita, no debiera ser aceptado por el común de los ciudadanos, en los que no anida el espíritu del odio sino el de la reconciliación entre las ya legendarias dos Españas.
Pero como esta expresión va dejando de ser excepcional para convertirse en habitual es por lo que apunto estas reflexiones.
Hace unos días iban detrás de mí unos jóvenes apenas veinteañeros que se referían a la directora de Radio Televisión Española como esa roja. Mi sorpresa al escuchar este término de labios tan jóvenes aún zumba en mis oídos. Y no digamos la reciente actuación de 40 jóvenes ultraderechistas contra Santiago Carrillo, un anciano de 90 años.
Claro que, ante tanto panfleto revisionista y tergiversador de nuestra Historia (Pío Moa, César Vidal, Ricardo de la Cierva, entre otros), alentado y promocionado por importantes editoriales y patrocinado por poderosas fundaciones ligadas a partidos políticos muy conservadores, prefiero recordar unas breves palabras escritas por el ministro de la Gobernación durante la Guerra Civil, el socialista Julián Zugazagoitia, quien, tras ser apresado por la Gestapo y entregado a Franco, sería inmediatamente fusilado por orden del dictador. Había sido un hombre bueno, decente y honrado, que sentía un gran amor por España. Estas fueron las palabras recogidas en su obra Guerra y vicisitudes de los españoles de 1940: «…prefiero pagar a la maledicencia las alcabalas más penosas y ser cobarde para quienes me disciernan ese dicterio, renegado para los que por tal me tengan, escéptico, traidor, egoísta…, que todo me parecerá soportable antes de envenenar, con un legado de odio, la conciencia virgen de las generaciones españolas».
Cartagena, 24 de octubre de 2005.
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