Una gran alegría

Cuando me invitaron a decir unas palabras en este acto, sentí una gran alegría. Alegría que se ha incrementado al encontrarme hoy inmersa entre vosotros, en este ambiente distendido y de franca camaradería.
Me gusta mucho la idea de crear una Asociación de Antiguos Alumnos de Magisterio Safa. Y me gusta, porque creo que las asociaciones son necesarias en esta sociedad llena de técnica que estamos viviendo en el siglo XXI; una sociedad en la que sobra al parecer de todo, pero en la que también faltan muchas cosas: diálogo, comprensión, tiempo para cederlo a los demás, e ilusión; y, es precisamente la ilusión, la que debe de presidir todos nuestros actos, convirtiéndose en el motor que rige nuestra existencia.
Hoy, 13 de septiembre de 2003, es un día grande para todos aquellos que hemos sido alumnos Safa porque nos hemos reencontrado con amigos a los no veíamos hace mucho tiempo; o, incluso, porque vamos a conectar con personas con las que no hemos tenido contacto en ningún momento de nuestra vida.

Al escribir estas sencillas líneas, me viene a la memoria aquel día de otoño de 1969, cuando entré como alumna de Magisterio en esta emblemática institución, acompañada de un reducido número de compañeras. Aquel día fue muy especial para mí por dos motivos: porque el verme inmersa en Safa era todo un logro; y porque formaba parte de la segunda promoción de féminas que pisábamos estas aulas, estos pasillos, estos patios del mejor centro cultural ubetense —lo que hacía sentirme un poco nerviosa—.
Eran cientos los compañeros que estudiaban aquí y que nos miraban con curiosidad; una curiosidad natural ante un acontecimiento nuevo y diferente, que se manifestaba progresivamente con gran fuerza y unión, como correspondía a nuestra condición de mujeres.
Lo más impactante fue el primer día en que tuvimos que salir al patio para hacer gimnasia. Los chicos se agolpaban en las zonas colindantes para vernos pasar enfundadas en nuestros ajustados pantalones azules, complementados con blusas blancas. Más de un silbido amable sonó a nuestro paso, haciendo que el rubor coloreara nuestras mejillas, lo que originó una situación inesperada, pero simpática y divertida. A ese día siguieron otros marcados por el sello del buen humor que caracteriza a la juventud.
Terminé mis estudios de Magisterio en 1972. Guardaba tan buen recuerdo de los momentos pasados en este centro que, cuando nuestra promoción cumplió sus Bodas de Plata en 1997, fui una de las promotoras que luchó por conseguir que un elevado número de compañeros nos volviéramos a reunir.
Creedme: fue un día precioso, aunque nos costaba reconocernos, pues los veinticinco años pasados habían dejado en nosotros más kilos, más arrugas, más desparpajo, más canas y menos pelo. Nos acompañaron en ese evento los padres Hermenegildo de la Campa y Mendoza. Ambos pretendieron que ese día fuera inolvidable y, sobre todo, diferente, al ser vivido con gran emotividad por parte de todos los asistentes.
Bueno, compañeros, no quiero cansaros más ni seguir con mis recuerdos; aunque creo que ellos nos acompañan siempre y son importantes, pues es una manera de seguir viviendo. Por eso, recordaremos el día de hoy con un cariño especial.
Un saludo para todos, con mi deseo de que este encuentro en nuestra “Ciudad Patrimonio” nos sea gratificante y de que se repita con frecuencia.
22-09-03.
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