«Concierto para violín y orquesta» de Beethoven

 

CONCIERTO PARA VIOLÍN Y ORQUESTA, EN RE MENOR, OP. 61, DE LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770-1827)
Allegro ma non troppo
Larghetto
Rondó (Allegro)
A pesar de la belleza de la obra, no fue afortunado el estreno del Concierto para violín celebrado en diciembre de 1806. La causa no es para menos: Beethoven entregó la partitura con el tiempo justo de que el solista, un magnífico violinista vienés llamado Franz Clemens, lo leyera a primera vista y obviamente, dada su dificultad, el intérprete debió tener muchos problemas. Aunque parece ser que no volvió a sonar en vida de su autor, se considera cronológicamente la primera obra maestra del género, y sirvió de claro precedente a los compuestos por Mendelssohn, Brahms, Dvorak, Chaikovsky, Sibelius… quienes, curiosamente, escribieron igualmente un único concierto para el instrumento.

Desde el comienzo, Beethoven muestra su gran destreza en la elaboración de esta obra que abre con cuatro suaves golpes de timbal seguidos de una melodía tocada por oboes, clarinetes y fagotes. Ya en estos primeros compases se vislumbra el drama y la potencia lírica de la ‘forma concierto’, acentuada de modo particular por el contraste seco y monótono de la percusión y la cálida melodía de las maderas. Una vez que la orquesta presenta los temas, el solista realiza, a modo de cadencia, un motivo majestuoso en octavas ascendentes. Después, aporta todo tipo de variaciones a los materiales que el conjunto pone a su disposición, siempre con gran delicadeza y cuidando que los adornos, verdaderos bordados, no lleguen a desdibujar demasiado la línea temática original. Sin que llegue a ser una muestra pirotécnica, es un concierto para exhibirse, lo que se acrecienta en la artística cadenza.
El lento movimiento central, con carácter de romanza, posee una ensoñadora tranquilidad que proviene fundamentalmente de un planteamiento armónico muy sencillo: está siempre cercano el acorde de la tónica, al que en todo momento regresa la armonía tras breves ausencias de esta tonalidad principal. Ha de ser al final cuando se produzca un brusco cambio modulatorio que dirige la obra a otra cadencia que sirve de preludio al Allegro final. Ahora es el propio solista quien presenta el tema del rondó, sencillo y popular. Cuando lo entona el grupo orquestal, se consigue un robusto clímax, lo que propicia un final alegre. Tras una llamada de las trompas con decoraciones del solista, se producen diversos episodios entre el violín y el resto de músicos, creciendo el discurso en mordacidad. Se escucha otra cadencia después de la cual comienza un nuevo y encantador diálogo, esta vez con el oboe, siendo el solista quien dice su última palabra al entonar una vez más el tema del rondó. La obra termina en una resonante conclusión con dos enérgicos acordes de la orquesta.
05-05-05.
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