Nuestras tiranías cotidianas

Por Fernando Sánchez Resa.

En nuestra vida diaria, muchas veces -sin quererlo o ansiándolo- cada uno de nosotros vamos adquiriendo una serie de pequeñas y/o grandes esclavitudes, tiranías al fin, que nos atenazan el presente e hipotecan nuestro futuro, por ir cediendo terreno paulatina y continuamente, tanto en lo personal como en lo social, al no querer-saber plantarnos ante el aprovechamiento ajeno patente.

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Somos imperfectos

Por Mariano Valcárcel González.

Que no queramos admitir nuestros defectos es una reacción natural; nadie en principio quiere tenerlos. Menos aún, enseñarlos. Y todavía menos, el admitirlos abiertamente.

Pero es incuestionable que nuestros defectos existen; todos los tenemos; que no ha nacido nadie en este planeta que no hubiese alguno, salvo lo que creen los católicos como dogma respecto a la madre de Jesús. Ahí yo no entro.

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Premiar al díscolo o disidente

Por Fernando Sánchez Resa.

Tengo ya una edad en la que puedo y me permito hablar con conocimiento de causa de ciertos temas, pues la vida así me lo ha ido mostrando durante muchos años. Es el caso del comportamiento gregario o social en sus dinámicas de grupos y sus resoluciones menos apropiadas.

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Tiempos

Por Mariano Valcárcel González.

Tiempo inestable. Marejada, borrasca entrante, vientos fuertes. Temperaturas al alza.

Te ven los conocidos de antaño y te dicen: «¡Por ti no pasa el tiempo!». Y uno se ve la calva, se nota los achaques que van saliendo y piensa: «¡Joder! ¿Me lo dirán por cumplir?». Y es que el tiempo se cumple, porque se va pasando. A veces sin saber cómo, pero se pasa.

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Veranear en Sevilla es una maravilla

Por Fernando Sánchez Resa.

Es paradójico que éste sea el primer verano que paso en esta ciudad y que esté haciendo tal fresquito que ni los anales de la historia local lo conocían. Según cuentan los nativos (y esa es la idea que teníamos todos), en Sevilla, los estíos han sido siempre terribles y las altas temperaturas han obligado a  la población pudiente a tener una segunda residencia en la costa onubense o gaditana, principalmente; e incluso a la más pobre, a huir de este infierno de la canícula sevillana.

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Decadencia

Por Mariano Valcárcel González.

El palacio se presenta al penetrar en una calleja, casi de sorpresa, como si nunca hubiese estado ahí y, en esos sucesos misteriosos que se nos contaban, mágicamente o por arte y oficio de seres portentosos, lo colocasen cada noche y cada noche también desapareciese, ocaso y alba, y nadie pudiera explicar el fenómeno.

Pero sí, ahí estaba aquel palacio, del mil quinientos y pico.

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Efervescencia cultural como medicina y asueto

Por Fernando Sánchez Resa.

Ando yo “con el corazón partío”, como dice la canción, pero por diferente motivo al aludido en ella. Me encuentro en un auténtico dilema entre las ofertas culturales de todo tipo que mi “Ciudad de los Cerros” me ofrece, en la distancia (y que me sirven para rememorar cuánto la quiero), y esta Hispalis moderna, en la que vivo y me desenvuelvo diariamente, de la que me hallo en ascendente enamoramiento.

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La familia maldita de Obulco

Por José Luis Rodríguez Sánchez.

Hace unos dos mil quinientos años, en la ciudad de Ipolka (a la que los romanos llamaron Obulco), la actual Porcuna en Jaén, vivía y moría una familia rica y poderosa.

No me preguntéis por su nombre, porque el tiempo y las ambiciones humanas han hecho que se perdiese de la memoria. Desde luego no le faltó en vida poder ni dinero, pues se permitieron el lujo de construirse un monumento funerario al alcance de muy pocos.

 

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Salvar la proposición del otro

Por Miguel Ángel Barbero Barrios.

En castellano antiguo, el santo español del siglo XVI, san Ignacio de Loyola, hablaba de este modo para dar consejo a sus religiosos. Les recomendaba «Salvar la proposición del otro». Esto significa, simplificando, pensar bien de los demás. Si no hay motivos sólidos para pensar de otro modo, de partida, debemos pensar bien de los demás. Esto es importante para evitar las quejas improductivas e innecesarias. La cantidad de conflictos inútiles que se evitarían, si procediéramos de este modo, es ingente. Por no salvar la proposición del otro, se enconan las posturas desde el principio y se generan situaciones ridículas y baldías a partes iguales.

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