Tiempos

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Tiempo inestable. Marejada, borrasca entrante, vientos fuertes. Temperaturas al alza.

Te ven los conocidos de antaño y te dicen: «¡Por ti no pasa el tiempo!». Y uno se ve la calva, se nota los achaques que van saliendo y piensa: «¡Joder! ¿Me lo dirán por cumplir?». Y es que el tiempo se cumple, porque se va pasando. A veces sin saber cómo, pero se pasa.

Hay quienes creen que el tiempo, los tiempos, no pasan; es más, que si pasaron se pueden recuperar, que se les puede hacer volver. Hay quienes viven en tiempos imaginarios. En sus tiempos, fuesen alguna vez reales o no.

¡Qué confusión, como la de lenguas bíblica! «Cualquier tiempo pasado fue mejor», se dice a menudo; pero nadie explica a qué tiempo pasado se refiere. Con seguridad deberá ser al suyo, muy particular, que no quiere decir que para otros lo fuese. Y en esas estamos; que aquí se interpretan los pasados tiempos y los presentes (y se tratan de configurar los futuros) a la carta, al gusto del comensal.

Todos realizados, pues. Satisfechos si el tiempo, perdido o no, le es acorde. Les cuadra.

En cuanto alguien decide aclarar los términos, poner las cosas en su sitio, nivelar al menos los pesos temporales, saltan las costuras, crujen los resortes, se gripan los motores. Se apela, sencillamente, a lo innecesario que es mover, remover, el reloj del tiempo. Todo sosegado y según se contó o se hizo. Nada de alterar aquellos tiempos y resucitar sus fantasmas, que ya se tiene bastante con los fantasmas oficiales que se nos dejaron. Los fantasmas que se inscribieron en la historia.

Tuvieron, los tiempos aquellos, sus cosas buenas, regulares y malas. Pero en caso de repesca sólo se recuerden las buenas que nos convienen y deséchense las que nos perjudican; y, al contrario, si se trata de seleccionar contra otras versiones. Mentir y manipular el tiempo pasado, el presente e incluso el futuro. Seguir creando tiempos inexistentes.

Ir a la verdad horrorosa de las fosas clandestinas o comunes es trabajar innecesariamente para desprestigiar el maravilloso tiempo por muchos años oficial, crear rencores y enfrentamientos. ¿Y por qué todavía eso? Sencillamente, porque el tiempo que se vivió se creen algunos que es inmutable e imperecedero. Y también otros. Que no pretenden discriminar ni admitir que no todo lo que se eliminó fue perfecto e inmaculado, inocente; que el todo de unos crímenes cometidos con muchos inocentes cubre con su manto de injusticia a los que a su vez los habían también cometido. Para llegar a una verdadera catarsis histórica, habría que abrir no sólo las fosas, sino también los registros, los testimonios, las falsedades y venganzas, los nombres y apellidos por igual de los criminales de distinto signo.

Seguir manteniendo el tiempo adulterado, mediante el cual todos los caídos “por Dios y por la Patria” fueron víctimas inocentes a manos de los que, a su vez, fueron meramente defensores de la “legalidad republicana” (y viceversa), es ir al mantenimiento de la mentira oficial. Y sentir, pues, justificados tantos ajustes sangrientos de cuentas. Unos asesinaban y otros también (y cuantifíquese desde luego el debe y haber de cada bando); y no me refiero a los lances de las batallas, que ahí todo lo justifica y bendice el dios Marte.

Sacar a un muerto de su panteón personal, planeado y realizado a su mayor gloria, se dijese o se siga diciendo ahora lo contrario, no es venganza, es un acto de atemperar la historia al movimiento de la verdad. Porque, ni con los falsos argumentos manejados oficialmente se mantendría la mentira. Franco murió en su cama (es un decir) y no fue un glorioso caído ante el pelotón de ejecución o en combate. Ya va siendo hora, pues, de que la historia se apodere del panteón y su significado.

Por eso, quienes quieren seguir manejando el tiempo pasado, el tantos años definido oficialmente, se oponen con argumentos pasados. Obsoletos.

Como obsoletos son los argumentos renacidos de un pasado inexistente, al menos en su interesada interpretación. Y, si se recuerdan hechos luctuosos, se debe tener la valentía de admitirlos, como fórmula sincera de neutralizar el discurso artero y falaz. Con la verdad se gana; mintiendo a su vez, se pierde.

Por eso, me gustaría que los tiempos actuales no se fundaran en los pasados, en los discursos alterados de los alterados pasados. Los meros cambios de camisas, de colores, de rótulos y nombres, de haber o dejar de tener reconocimientos y honores no se deben basar en exclusiva en un “quítate tú, que me pongo yo” y aquí no hay más que decir. Repito; si no se realiza una verdadera y eficaz catarsis mental, emocional y conceptual, sincera, solo andaremos manejando los viejos recuerdos como mazas o piedras para arrojarnos los unos a los otros.

Y no vale ni el “y tú más”, ni “también lo hicisteis vosotros”… Así no vamos a ningún lado.

Los nuevos furiosos no entienden nada. Han puesto en marcha el carrusel de las ocurrencias y el manejo de listas negras o sencillamente añejas, sin pararse a aprender, a conocer, a discriminar correctamente sus contenidos. Hacen como en esa técnica psicológica que se trata de realizar dos listados a la vez, pero contrapuestos (ventajas e inconvenientes) de una misma cosa para valorar luego qué predomina; pero en estos casos tachan los nombres de una columna y dejan sin tocar sus contrapuestos, con lo que por fuerza serán siempre de la opción elegida.

Admitir la verdad, cuesta; decirla, todavía más.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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