Por Fernando Sánchez Resa.
Tengo ya una edad en la que puedo y me permito hablar con conocimiento de causa de ciertos temas, pues la vida así me lo ha ido mostrando durante muchos años. Es el caso del comportamiento gregario o social en sus dinámicas de grupos y sus resoluciones menos apropiadas.
Vengo observando, desde pequeño, que a pesar de todas las recomendaciones que nos daban nuestros padres, maestros y mayores (cuando se les hacía caso y veías en ellos una auténtica autoridad por su sabiduría, edad, rol o estatus; cosa que ahora ha quedado en agua de borrajas), referidas a la persona responsable, respetuosa y constante en sus quehaceres cotidianos (estudio, comportamiento o trabajo), no se le suele respetar ni premiar sino que, por el contrario, se le avasalla y ridiculiza en la seguridad de que no sabrá defenderse y mostrar malas artes comportamentales.
Siempre han sido valores que destacar en cualquier persona, la constancia en el estudio, el buen comportamiento, la sinceridad, la franqueza, el trabajo bien hecho, la puntualidad…, y un sinfín de detalles biempensantes y actuantes que han venido transmitiéndose de generación en generación; es más, se pensaba y verbalizaba que el individuo que poseyese esos buenos hábitos y cualidades llegaría irremisiblemente a recoger, en el futuro, el fruto del reconocimiento y del trabajo bien hecho. Pero, por desgracia, comprobamos que, hoy por hoy, no es así ciertamente, ya que estamos viendo y palpando que, en todos los campos (negocios, política, familia, amigos, vecindad, etc.), casi siempre consigue lo que pretende quien más protesta, seguramente haciendo bueno aquel proverbio que dice: “El que no llora, no mama”. Se ve cómo al político o a la persona más rebelde, disidente, díscola e incómoda, con tal de no agraviarla los del grupo al que pertenece (colegio, centro de trabajo, familia, vecindad horizontal o vertical, etc.) le van edulcorando la píldora y no le suelen decir las verdades del barquero, no sea que se enfade, tome represalias y la emprenda contra el que le dice lo políticamente incorrecto; o sea, la verdad pura y cruda.
¿Qué está pasando si no con nuestros políticos, actualmente, en nuestra España autonómica? No hay más que mirar que los más rebeldes y díscolos son (y han sido) premiados por los partidos mayoritarios desde siempre, pues se valen de ellos para apoyos continuados de gobierno y sus componendas; y luego los premian y agasajan, aunque estén continuamente incordiando, pidiendo autodeterminación y desafiando la ley marcada por la constitución vigente. Y, encima, les dan más y más prebendas, dineros y facilidades, no sea que se enfaden y no den el voto que se necesita para auparse a todo lo alto.
Antes, se ponía de ejemplo al alumno estudioso y que sacaba buenas notas. Ahora, en un instituto público cualquiera, no se le ocurra al profesor hacerlo, pues marcará a ese alumno de por vida de empollón y mala persona (hasta es posible que lo apoden “cerebrito”), con la consiguiente aversión general, convirtiéndolo en el hazmerreír y la diana del odio del resto de sus compañeros mediocres. Yo creo que este no es sinceramente el camino; pero la sociedad (y la sucia y enrevesada política, aún más) camina por derroteros equivocados e inescrutables que nadie parece querer ni poder reconducir.
Por eso, concluyo y afirmo que en demasiados ambientes humanos se premia, al menos en nuestra sociedad española actual, más al díscolo o disidente que al que actúa y cumple con lo establecido. Y así nos va…
Sevilla, 24 de julio de 2018.