Por Mariano Valcárcel González.
El palacio se presenta al penetrar en una calleja, casi de sorpresa, como si nunca hubiese estado ahí y, en esos sucesos misteriosos que se nos contaban, mágicamente o por arte y oficio de seres portentosos, lo colocasen cada noche y cada noche también desapareciese, ocaso y alba, y nadie pudiera explicar el fenómeno.
Pero sí, ahí estaba aquel palacio, del mil quinientos y pico.