“Los pinares de la sierra”, 161

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6.- De granjero acaudalado a constructor de prestigio.

Mientras Velázquez hablaba de proyectos y decisión para ganarse su voluntad, Paco no olvidaba que Gálvez le esperaba dispuesto a cumplir su amenaza si no encontraba a un primo que comprara las parcelas en el poco tiempo que faltaba. Aunque trataba de disimularlo, reconocía que estaba asustado. Su fuerza estaba en la palabra; tenía labia como para hablar horas seguidas, podía ser ocurrente e incluso gracioso, pero sentía pánico ante la violencia. No le gustaban las peleas y sabía lo que le esperaba en caso de fracasar. Sintió necesidad de desahogarse con alguien que estaba de su parte, y empezó a contarle a Velázquez, con la exactitud de un reo al borde del cadalso, las visitas de Gálvez, sus amenazas, la conversación que tuvieron días antes en el despacho; los apoyos con los que contaba y el plan que había maquinado con Roderas.

―¿Qué te parece? ―preguntó Portela con cierta timidez—.

―Comprenderás que no pueda darte una respuesta―respondió Velázquez―. Debería consultarlo con la señorita Claudia, aunque de todos modos quisiera saber de cuánto dinero estamos hablando y cuál es el papel que me reservas en la obra.

Hasta ese momento Portela se sentía como un mendigo en demanda de una caridad ante su antiguo vendedor; pero a partir de aquí, consciente de la importancia de la propuesta, respondió solemne y pausadamente.

―Una vez descontados los gastos iniciales, nos repartiremos unos siete millones de pesetas. ¿Cómo lo ves?

Velázquez dejó a un lado sus aires de grandeza, esbozó una sonrisa de granuja, le pidió a la señorita Claudia que les trajera café y encendió un cigarrillo, mientras pedía a Portela que le explicara algunos pormenores. Paco comprendió que había despertado su interés y empezó a exponerle con todo lujo de detalles el papel del personaje que debía representar.

―Lo he pensado mucho; no vayas a creer que se me acaba de ocurrir, pero cada uno tiene facilidad para una cosa, y hay que reconocer que tú tienes porte y apariencia de persona importante. Al principio, se me ocurrió adjudicarte el papel de arquitecto o ingeniero, que son sin duda dos profesiones de prestigio, pero pronto descarté la idea para decidirme por la de un acreditado constructor. Los estudios son importantes, pero el dinero es más. Al fin y al cabo, el constructor es el que encarga sus proyectos al arquitecto y revisa su trabajo. O sea, el que manda. ¿Te gusta el papel?

Portela hablaba sin detenerse, como el actor que recita un guion sin el menor esfuerzo, enlazando unas frases con las siguientes como el que coge cerezas de una cesta. A medida que le explicaba los puntos del programa, veía el interés reflejado en su rostro y sabía que podría contar con su colaboración. Eso lo animó.

―No creas que lo he decidido a la ligera; se me ocurrió cuando me comentaste que estabas construyendo un chalet con piscina y pista de tenis; entonces pensé que, a una persona tan inteligente como tú, no le costaría demasiado trabajo hacerse con esa jerga que utilizan los albañiles: morteros, puntales, monocapas, forjados, prefabricados, mallazos, jácenas, varillas, bloques, tochanas…, para darle credibilidad al asunto. Tengo que confesarte que siempre me ha gustado la idea de ser constructor: comprar un solar, estudiar el proyecto, ajustar el presupuesto con los contratistas, negociar las licencias en el ayuntamiento y analizar la obra cuidadosamente, para dotarla de sentido común; eso de lo que tan pocos arquitectos pueden presumir. ¿Qué me dices?

Regresó la señorita Claudia con el café, Velázquez encendió otro cigarrillo, aspiró una bocanada de humo y empezó a toser como si se fuera a asfixiar. Se puso rojo, escupió varias veces en el suelo y siguió tosiendo, llevándose la mano al pecho, como si le faltara el aire en los pulmones. La señorita Claudia, que estaba a su derecha, le dio unos suaves golpes en la espalda, le entregó un pañuelo y se sentó a su lado.

―Amigo Portela, acuérdate de lo que te digo: si no dejo pronto este asqueroso vicio de los cigarrillos, el tabaco acabará conmigo. Bueno, ya está; acaba de contarme cómo piensas escamotearle a Gálvez esos siete millones de pesetas y qué harás cuando se dé cuenta de que lo has llevado al huerto.

Paco se le quedó mirando, se echó a reír y, con una expresión que mostraba a las claras su extraordinaria inteligencia, le respondió que esos detalles se los reservaba para última hora. Y para que no le quedaran dudas sobre la confianza que tenía en el desenlace de la obra, sacó del bolsillo un fajo de billetes y lo dejó sobre la mesa con la elegancia del jugador de póker, que muestra las cartas de una apuesta ganadora.

―Por favor, acepta este anticipo para los gastos.

―No me ofendas Portela. Si la señorita Claudia no tiene inconveniente, dame tu mano y aquí tienes la mía y mi palabra. Con eso basta. El domingo a las doce estaré contigo en Edén Park. Guárdate el dinero. No sabría decir por qué, pero tengo la impresión de que antes de lo que te imaginas, tú y yo acabaremos siendo socios.

roan82@gmail.com

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