Por Dionisio Rodríguez Mejías.
6.- La venta es como el tabaco.
Parecía que no les quedaba nada más que decir y, cuando todos estaban dispuestos a marcharse, Paco les anuncio que al día siguiente pensaba ir a Lérida a entrevistarse con Velázquez y la señorita Claudia.
―Quizás ellos nos puedan aportar alguna idea nueva.
―No creo que vengan ―apuntó Soriano―. Al parecer, el negocio de las gallinas les funciona de maravilla y no querrán volver a los terrenos.
Portela se lo quedó mirando, esbozó una sonrisa y replicó en tono paternal.
―Pero Soriano, nadie mejor que tú sabe que la venta es como el tabaco; todos dicen que lo dejarán al día siguiente, pero ese día no llega nunca. Al fin y al cabo, unas granjas de gallinas, unos talones falsos, unos terrenos sin calificar, un coche de segunda mano, la cruz magnética Vitafort, ¿qué más da? Lo agradable es la pasta que deja cada timo, y el placer de volver a encontrarse con los amigos. Y si hay que olvidarse un poco de las normas legales, pues se olvidan siempre que nadie salga perjudicado. ¿Vale?
En poco tiempo, Velázquez se había convertido en un importante personaje de la comarca del Pallars en Lérida. Viajero permanente con su ostentoso Jaguar de segunda mano, pasaba las tardes en los casinillos de los pequeños pueblos, jugando al tute y al dominó con los vecinos, a los que invitaba a una copita y ya, de paso, les hablaba de sus granjas y sus proyectos de futuro para la zona. Al ver a Paco, no pudo disimular su satisfacción.
―Hola, Portela; me alegro mucho de verte por aquí. ¿A qué se debe el honor de la visita?
Le estrechó la mano gratamente sorprendido y, a continuación, lo condujo hasta una antigua cuadra en la que se habían hecho unas reformas para que se hospedaran él y la señorita Claudia, mientras les terminaban el chalet. Era una planta baja con un salón con chimenea, dos dormitorios, un baño y una terraza soleada, a la que se accedía por una escalera interior, desde donde Velázquez seguía la evolución de las obras de su nueva residencia. Enseguida apareció la señorita Claudia que, amablemente, les ofreció un sobrio desayuno rural, a base de huevos fritos con torreznos, y se sentó con ellos para enterarse de lo que sucedía, aunque se excusó, diciendo que lo hacía por si necesitaban alguna cosa más.
Al principio, el único que hablaba era Velázquez, que se mostraba muy ilusionado con la expansión del negocio de las gallinas, con el que pensaba sacar de la miseria a los pequeños granjeros de la comarca, acabar con la usura de la gran banca y el opresivo monopolio de los parásitos, que se aprovechaban de sus relaciones sociales para enriquecerse, sin aportar ningún beneficio a la sociedad.
―Portela, ya sabes que, cuando quieras, tienes un puesto en la dirección de la empresa. Eres un tío con clase, sabes cómo hacerte con la gente, cómo darle la mano a las señoras, ves venir a un pardillo a diez kilómetros y eres capaz de venderle a una monja unas pestañas postizas. ¿Qué dices; aceptas mi oferta?
―Gracias, pero no creo que este sea el mejor momento ―respondió Paco, algo cohibido―; quizás más adelante… No digo que no.
―Pues es una pena ―respondió Velázquez extrañado―, porque a nadie más que a ti le ofrecería asociarse conmigo. Reconozco que, durante un tiempo, la venta de parcelas nos procuraba un dinerillo que no nos venía mal; pero no ha solucionado nuestros problemas, y tengo la impresión de que, a partir de ahora, es un negocio en franca decadencia.
Paco callaba, atento a las opiniones del flamante granjero, que con palmaria convicción le expuso las líneas maestras del negocio: captación de capital, abono de suculentos intereses, expansión de la empresa y salto inminente a otras provincias.
Entre los papeles que tenía sobre la mesita de la terraza, había varios periódicos locales en los que, junto a unas fotografías de gallinas, picoteando libres por el campo, se informaba del magnífico negocio de las granjas y del puntual abono de los intereses a los accionistas, que habían confiado sus ahorros en tan rentable empresa.
―Pienso que es una oportunidad única y me gustaría contar con tu colaboración. ¿Qué te parece?
Portela, que había escuchado con máximo interés la exposición, volvió de pronto a la realidad y le explicó las razones que le habían llevado hasta allí; sobre todo, el ultimátum y las amenazas Gálvez.
―Paco; allá tú con tus problemas. Pero piensa que la fortuna pasa por nuestra puerta sin avisar y hay que elegir el momento adecuado para subirse al carro de los triunfadores. La indecisión no tiene cabida en nuestras filas. ¿Estás de acuerdo?