“Los pinares de la sierra”, 126

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

7.- El delito de forzar las ventas.

Semana tras semana, el señor Gálvez se convirtió en visitante asiduo de la finca. Con aparente serenidad, saludaba a Paco, le preguntaba si tenía noticias de Fandiño, y cuando le contestaba que el gallego no había vuelto a ponerse en contacto con la empresa, lanzaba una sonora carcajada y decía como si se tratara de una broma ocurrente.

―En fin, no me faltarán ocasiones para echarme a la cara a ese sinvergüenza y meterle dos tiros en la cabeza.

Luego, mientras llegaba la hora del sorteo, recorría la finca como un sabueso y una sonrisa amenazante, analizando desde lejos los movimientos de los vendedores, como si intentara descubrir la fórmula mágica que le permitiera recuperar el dinero, con sus lógicos y naturales beneficios. Una de aquellas mañanas se fijó en uno de los nuevos comerciales recién incorporados que, algo alejado del grupo, discutía precisamente con el cliente al que le había correspondido el sorteo. Era un hombre nervioso y malcarado, con una nuez prominente que le subía y bajaba, mientras hablaba y apuraba el cigarrillo. Tenía una voz ronca y desafinada, como la de un aparato de radio mal sintonizado. Acababa de tocarle el sorteo, había recibido las felicitaciones de los vendedores, escuchó con meritoria paciencia al jefe de ventas, pero era evidente que no quería comprar. De nada valieron los halagos y las promesas; se cerró en banda y…, que si quieres. No obstante, a base de presión y malos modos, el vendedor insistía sin dar por perdida la operación.

―¡Aquí se viene a comprar! ―repetía una y otra vez―. Cuando uno no tiene dinero se queda en casa y no le hace perder el tiempo a una persona, que ha dejado a su familia el fin de semana para intentar ganarse unas pesetas, honradamente.

―Oiga ―respondía el cliente, rebasado el límite de su paciencia―. Si he venido a ver esta mierda de urbanización es porque recibí una carta y a mi señora le dijeron que no teníamos ninguna obligación de comprar. ¿Lo entiende?

 ―Claro, y usted, con toda su cara dura, sube a pegarse un almuerzo de jamón y pa amb tomaquet como si pagara el ayuntamiento. ¿No? Y por si fuera poco, se lleva de regalo una cámara fotográfica. ¿Le parece bonito?

La mujer tiraba de la mano de su marido intentando alejarlo de allí y volver con el grupo; pero él no estaba dispuesto a dejarse avasallar.

 ―Oiga, joven ―se quejaba el cliente mirándole a la cara y apuntando con el dedo, a punto de estallar; ya empiezo a cansarme de sus insultos y sus indirectas.

―Yo estoy en mi casa, digo lo que quiero, y usted debería darme las gracias por atenderle ―respondía el vendedor, en un absurdo afán de sacar adelante la operación—.

En ese momento, la esposa soltó la mano del marido, sacó un pañuelo y rompió a llorar como una criatura. Desde una distancia prudencial, Gálvez contemplaba la escena con una mirada turbia y esa tranquilidad con que los polis veteranos controlan el inicio de una reyerta, a la espera del momento adecuado para intervenir.

―Me tienes hasta los huevos, niñato de mierda ―gritó el cliente, fuera de sí—.

A continuación, estrelló la cámara fotográfica contra unas piedras y estuvo pisoteando los pedazos hasta hacerlos añicos.

―Mira lo que hago yo con tu cámara de los cojones, hijo de puta.

Atemorizado y sorprendido por el comportamiento de aquel cliente, que gritaba y pisoteaba la máquina desaforadamente, el chico bajó la cabeza, dio un paso atrás y no volvió a decir esta boca es mía. Acostumbrados a escenas semejantes, los vendedores seguían a los suyo sin intervenir; la mujer intentaba calmar a su marido en pleno frenesí de rabia e indignación, pero al marido no había quien lo sujetara.

―¿Qué hago con este mequetrefe? ¿Le parto la cara? ―dijo, mirando a su esposa—.

―Por Dios, Mariano; déjalo ya, que estamos dando el espectáculo aquí, delante de todos.

Volvió a cogerlo por la manga de la chaqueta y, con docilidad maternal, lo llevó hasta donde estaba estacionado el autocar y ocuparon sus asientos sin mediar palabra.

roan82@gmail.com

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