Días de lluvias y “la pertinaz sequía que reaparece”

Por Salvador González González.

Escribo estas reflexiones en un día gris de lluvias que, en lugar de producirme melancolía, me llena de alegría. Son muchas las carencias de los campos, que están secos como mojamas; los pantanos de nuestros entornos dan pena verlos, aflorando en algún caso antiguos edificios que fueron anegados, cuando estos se construyeron y llenaron. Llevamos un déficit hídrico apabullante; por eso, mi alegría creo que está más que justificada, porque el agua que está cayendo viene como anillo al dedo. Por aquí, aún los agricultores tienen una frase que he oído desde pequeño: «Está cayendo oro molido»; expresión que indica sobradamente el valor que estas pluviosidades tienen para todos.

Esto es obvio y evidente, pero la ocasión me lleva a otro tipo de reflexión, que es la pretensión de este escrito de opinión.

Cuando estudiaba la Geografía de España, allá por los años 57-58, en primero de bachillerato, por libre, un año antes de entrar en nuestra SAFA, cuando se conocían todas las comarcas, recuerdo, con bastante consistencia, que se decía que la España húmeda debía dar agua a la España seca; es decir, que se pensaba entonces que los recursos hídricos de las cuencas más abundantes, con desbordamientos e inundaciones periódicas anuales incluidas, con el tiempo y mediante trasvases y pantanos, debían aportar de esos sobrantes agua a las zonas secas de la península, de manera que se matarían con ello dos pájaros de un tiro. De un lado, se canalizarían y regularizarían las cuencas con sobrantes, de manera que sin que a éstas les faltasen en ningún momento el líquido elemento, sus excesos que, en determinados momentos producían desbordamientos y consiguientes inundaciones y daños en propiedades y, en algún caso, hasta la de cobrarse alguna vida humana, se paliarían; y, de otro, llevarían el agua a sitios donde la escasez no auguraban un buen futuro de desarrollo y creación de riquezas, sobre todo en el agro de esas zonas, aunque también, por supuesto, en otros aspectos.

Esto que, como digo, era estudiado tal cual lo he expuesto. Parece que fue el intento de actuaciones posteriores, que fraguaron en la ejecución de pantanos y algún que otro diseño de trasvases de menor escala, en este caso. Recuerden que al dictador se le llegó a llamar “Paco Pantano” en el argot popular, por los que inauguró en sus 40 años de “persistente mandato” y la también persistente sequía, muletilla muy empleada por el general.

No tengo duda alguna de que, gracias a esa previsión de pantanos, los efectos de las variaciones de precipitaciones han servido muy mucho –acumulando en época de superávit hídrico–, para almacenar este recurso, cuando la escasez era lo predominante, y así no sufrir esta penuria con los perjuicios que ello hubiera supuesto.

Gracias a ello, se ampliaron regadíos y se cultivaron productos de alto valor añadido y permitió, con ello, que muchos agricultores, de zonas que antes estaban condenadas con exclusividad a poco más o menos que al cereal, pudieron cambiar sus cultivos y generar con ello más riquezas.

No creo que se pueda decir lo mismo de los trasvases que hubieran sido la guinda para culminar todo un Plan Hidrológico Nacional General, compensado y proporcionado, detrayendo inversiones con efectos multiplicadores de futuro, si este Plan se hubiese llevado a cabo. Creo lamentablemente que, a pesar de su existencia a nivel técnico e incluso –en algún momento– con intencionalidad de llevarse a cabo, decayó por cuestiones políticas y, sobre todo, por una insolidaridad territorial y egoísmo en muchos casos absurdos, cuando no por planteamientos “interesados” de un supuesto ecologismo inoperante y falto de rigor en muchos casos.

Lo cierto es que estamos como cuando se estudiaba entonces una España húmeda que, sin previsiones e infraestructuras adecuadas para ello, sufre ciclos de precipitaciones abundantes que esparraman en inundaciones, y que a sus poblaciones las tienen en vilo, por esos posibles desbordamientos y que terminan consumándose en inundaciones que producen daños de inmensas cuantías; y, por otro lado, una España Seca que, carente de estos recursos hidráulicos, no puede en muchos casos dar ese salto cualitativo y, sobre todo, cuantitativo hacia el progreso y desarrollo en todos sus aspectos. Y así observamos que se están invirtiendo enormes cantidades de dinero en desalinizar –por ejemplo– agua de mar para usos diversos; una tecnología que, hoy por hoy, es cara y cuestionada desde algunos puntos de vista, cuando con menos recurso y mayor eficacia podría acometerse una segunda era de trasvases y pantanos, que darían continuidad a una labor de paliar las necesidades de unos grandes territorios, que hoy no pueden compensar esa falta de recursos hídricos. Con ello, lo que estudiaba en aquel libro de texto de primero de bachillerato, en la década de los 50, se acabaría por cumplir y además serviría también, por supuesto, como vertebración territorial entre todos; al igual que el AVE lo es, cuando comunica capitales en poco tiempo, de un lugar a otro de nuestro país. No he dicho los beneficios indirectos que ello también traería en centrales hidroeléctricas, lugares de visitas y atracción turística, zonas de deporte fluviales y tantos otros como podamos pensar; es probablemente seguro que –como he insinuado– ecologistas de salón le pondrían pegas (con este proceder ilógico y absurdo, los ríos están taponados de cañaverales juncales y otras especies herbáceas, porque se ha prohibido su recogida para buscarles alguna utilidad; y lo mismo le está sucediendo a los montes, no dejando entrar la ganadería para el aprovechamiento vegetal, con lo que los hacen impracticables y con alto riesgo de incendios forestales, como estamos viviendo últimamente).

Por lo dicho, todo ello se nos presenta difícil, por las pugnas territoriales y los intereses contrapuestos políticos, donde se cultiva el egoísmo y la insolidaridad, disfrazados y argumentados con un sinfín de sinrazones, ya que se basan –casi en exclusividad– en algo como lo de «Es que eso es mío y no te lo voy a dar por que sí». Claro que con ese argumento –como decía, creo que el presidente de Cantabria, respecto al Ebro–, «Que los catalanes no crean que pueden disponer a su antojo del río; que los cántabros podemos hacer un gran pantano en nuestro territorio en su cabecera». Y lleva –en parte– razón, ya que recuerden que el Ebro nace en Fontibre a 6 km de Reinosa. De manera que éste, el segundo río más largo de España y el más caudaloso, “aparece” como de súbito en este lugar, aunque se cree que realmente viene del río Híjar y éste a su vez de Picos Tres Mares, y se filtra hasta volver a aparecer en Fontibre; por eso, se considera el nacimiento oficial del Ebro; en cualquier caso, lo dicho en Cantabria.

Hay que tener una visión general en los recursos naturales y que sirvan ser posibles para todos; y en este asunto del agua, especialmente, hay quienes afirman que las próximas contiendas bélicas serán por el agua. Si persistimos en esa visión localista e insolidaria, con este asunto crucial como es el agua, ya estaríamos empezando –de hecho en cierta medida– las primeras escaramuzas, en nuestro país.

Pienso que donde hay que ser beligerantes es en el uso adecuado del agua, con controles en la forma y el consumo del mismo de una manera proporcional y correcta. Es intolerable –por ejemplo, en el de su consumo para el campo– seguir usándola en riegos “a mantas”, cuando hoy el riego por aspersión y goteo se ha demostrado más eficaz y menos consumista que el anterior y, por tanto, mejor en todos los órdenes para la producción agraria.

Concluyo: hay que aplicar también –por eso– en esto, la tecnología adecuada a los nuevos tiempos.

bellajarifa@hotmail.com

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