“Los pinares de la sierra”, 133

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1.- Un desapacible amanecer.

El domingo siguiente ocurrió algo impresionante. La noche anterior había llovido a cántaros, los coches circulaban muy deprisa salpicando a los peatones que caminaban por la acera bajo el paraguas y, los pocos vendedores veteranos que quedaban en el equipo, pensaron que aquella mañana no se presentaría ninguna visita. Alguno telefoneó diciendo que estaba en la cama con fiebre, y otros dejaron colgado al jefe de ventas, sin más explicaciones. Solo los novatos llegaron puntuales, cogieron sus carpetas y actualizaron los planos, como siempre. Al terminar, bajaron a Los Intocables y, siguiendo la rutina habitual, se tomaron las preceptivas copas de coñac para ponerse a tono y llamar a la suerte.

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