¡Hasta los “güevos”!

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

¡Estoy hasta los güevos de todos!

Permitidme que use de mi libertad de opinión –faltaría más–, para expresarme adecuadamente a los modos y los momentos que vivimos. Y para explayarme y quedarme tan ancho. Como ejemplo, citaré a Figueras, primer presidente de la primera república, que le espetó al consejo de ministros: «¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!»; y no paró de correr hasta llegar a París.

La libertad de expresión es consustancial a un estado democrático de verdad (no de atrezo); y hacer uso de la misma es conveniente y necesario. Pero tener que aguantar a tanto gilipollas que se cree con derecho, no ya a expresarse libremente sino a expresarse ofendiendo, amenazando, conculcando la más mínima educación y atentando contra la fama, el buen nombre y la libertad de otras personas, esto ya es exigir demasiado. Que existan “cantores de híspalis” que se rasgan la camisilla ante la ofensa ejercida contra el ofensor, ya es epidemia de demencia sobrevenida y muy contagiosa.

Idiotizados estamos o así nos quieren, si no sabemos distinguir el culo con las témporas. Porque andarse con barnices pretendidamente “artísticos” o creativos, para justificar ciertos excesos, es irse demasiado lejos. A ver, digámoslo claramente; la mayoría de esos raperos y otros contestatarios y sus letras desquiciadas son mera basura que no se puede catalogar, ni de mínimamente pasable, como novedosa y creativa. Ellos son mierda y disparan mierda, efectivamente, porque su único intento ni es concienciar políticamente a la audiencia ni lograr un cambio en la sociedad, sino meramente aparentar una transgresión que no les cueste nada, pero sí atraer a tontos del haba, crédulos y desnortados.

Hay mucho de esto hoy día. Y mucho oportunista que come de ello, de la bazofia. Yo, en consecuencia y siguiendo sus mismas formas, me puedo cagar en sus muertos sin ningún reparo, dada la necesidad que tengo de ejercer mi derecho a expresarme libremente.

Tendremos que admitir que el grado de necedad al que hemos llegado ya casi parece insuperable. Pues todavía se puede superar; no se desanimen. Porque, miren, a mí me puede pasar que piense que esto de la monarquía es un sistema, como mínimo, retrógrado y anacrónico; pero no me pongo a decirle hijo de puta al rey. Bien; supongamos que se lo digo; ¿qué debería pasar ahora…? En una democracia asentada y equilibrada, los jueces reaccionarían llamando a estos cantariles o gallináceos variados, a su juzgado, y endilgándoles una buena multa, que les escociese, por insulto o difamación a las personas (o a la jefatura del Estado, de acuerdo); pero nunca irse a sentencias de prisión y menos prisión sustancial, lo cual deja en ridículo tanto al juez emisor de sentencia como al mismo ofendido (además poniéndolo contra las cuerdas de ser el causante de la pena aplicada a la opinión que le es adversa). No defienden al ofendido; al contrario, lo exponen más aún. Contraproducente e innecesario, el darle más importancia a lo que no la tiene. Ítem más, cuando hay infractores de leyes y criminales del interés y del dinero público que se andan por ahí tan panchos, sin que la justicia termine aplicándoles verdaderas y largas penas de cárcel. Que ya se tarda.

No hay proporción en todo esto, porque ese sentido de la proporción y de la oportunidad está perdido. Y repito; el de la mínima educación, cultural, social y cívica (e incluso política). Unas fotos que no valen una mierda alcanzan (y las pagan) un precio desorbitado por el mero hecho de estar tituladas como “políticas”; y el supuesto artista provocador sale ganando. Así y más, que nos acostumbramos ya a admitir como ciertas la sarta de mentiras, bulos, trasformaciones y tergiversaciones que emiten los del “procés” día sí y otro también, incluso dándoselas de ofendidos si se les afea el proceder; que la verdad de lo suyo está garantizada por su unción unánime de las masas de barretina y butifarra. Pues un regalo de caganet por mi parte, para tanto lelo estelado, y que sigan engañándoles, que todavía no les duele. Y como yo estoy “jartico” de tanta tontería catalina, pues que me tienen hasta los “güevos”.

Paradójicamente, nos encontramos también con el reverso de esta moneda (o será que la moneda está trucada). Nos invade aquello que se dio en llamar la “corrección política”, que no es ni más ni menos que el ejercicio de la censura previa (autocensura) para no herir susceptibilidades o espíritus, más sensibles que el culito de un nene. En realidad, esta moda, supuestamente importada de USA, viene bien a los colectivos (por minoritarios que sean) que pretenden imponer sus criterios, manipular las mentes y las conciencias, establecer el pensamiento único que coincida, ¡cómo no!, con su pensamiento.

Así que, en nombre de la libertad de expresión, se trabajará en un sentido y su contrario, según convenga. Dando cancha libre para algunos, y cercando y limitando ese ejercicio para otros. Pongámonos en la tontería –ya establecida por decreto– del –o/–as, que llega hasta violentar conceptos y palabras de la forma más insólita y brutal, despreciando –claro está– usos, costumbres, reglas gramaticales y sentido común. Que una lucha correcta y legítima, portadora de todo el derecho del mundo como es el logro de la igualdad y, sobre todo (vamos creo yo), la justicia de la no discriminación de la mujer por su mero sexo, la erradicación de la violencia machista –que no se logra, sino que aumenta entre los jóvenes–, esto y más, se transforme en mera pantomima léxica o derive hacia la vuelta a la tortilla como respuesta de tan graves cuestiones, es realmente demencial.

Y hasta los güevos estoy de leer y oír ese ranking de a ver “cuala” de las más o menos famosas declara haber sido manoseada, trasteada o forzada por tal o “cualo” jefe, directivo, empresario de cierto postín. Y no, porque no me crea que esas cosas han pasado –que sí que me las creo, sí–; sino, porque hasta que no se ha abierto la veda, no se había escuchado ni mu (o ese mu era con sordina). A ver, ¿es que no sabíamos también que, por nuestros pueblos, siempre han existido esos patronos y empresarios sin escrúpulos, pero muy hipócritas y beatos, que manoseaban a sus empleadas (o empleados, que también los hubo) e incluso les hacían un bombo y las mandaban a abortar en el mejor de los casos para que nadie se enterase? ¿No los hubo siempre, que advertían que no se podían quedar embarazadas sus empleadas, porque ello les supondría el despido fulminante…? Que “París bien valía una misa”, admitían con más o menos convicción y tragaban, porque no había otra cosa. Sí, era y es terriblemente denigrante y ya es hora de acabar con esas prácticas. Pero de ahí a la marea que se ha desatado… Se termina por imponer una dictadura que cercena toda opinión contraria, toda disidencia. Y se desata la persecución inquisitorial, a la que somos tan proclives.

El bamboleo tan hipócrita entre lo uno y lo otro, según y cómo convenga, es la paradoja de nuestro tiempo. Y a la persona común la encierran entre el fuego y el agua, pero la encierran.

Y me cago en tanto “youtuber” y tanto “influencer” como ahora se estilan, hamelines desatados.

Por lo escrito, ¡me cago en todo lo que se menea! Y a ver quién me lo impide.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta