La mujer en “El Quijote”, 02

Por José María Berzosa Sánchez.

La moral de Dorotea nos da constantes sorpresas. En un principio, parece una mujer extremadamente recatada y discreta, que entiende perfectamente los propósitos reales de su aristocrático seductor e intenta guardarse de él, rechazándolo siempre con la mayor delicadeza y educación. Sin embargo, nos sorprende que, una vez don Fernando en su habitación, a cambio de la resistencia que había demostrado hasta ahora, Dorotea se rinda fácilmente tras las promesas de su nuevo amante. Más aún, se considera satisfecha con el matrimonio de palabra y, dándole garantía suficiente, invita a don Fernando a que vuelva a visitarla.

Todo esto se opone fuertemente a las ideas del Concilio de Trento ‑de las cuales Cervantes es depositario‑, el cual había prohibido y censurado esta clase de enlaces. Sin embargo, una vez abandonada, Dorotea muestra una voluntad ejemplar de encontrar a su legítimo esposo y hacerle cumplir sus obligaciones, búsqueda llena de tropiezos, vejaciones y dolor, pero que, finalmente, la llevará a la salvación por vía del casamiento religioso.

Al enterarse que don Fernando la ha traicionado contrayendo matrimonio con otra, busca senderos donde pueda disimular su dolor, y lo hace justamente tomando hábitos masculinos: la mujer vestida de hombre; queriendo parecer otro, inclusive de distinto sexo, donde tenemos de nuevo el tema de las apariencias. Dorotea aparenta ser un hombre. Así es como se presenta por primera vez en Sierra Morena, mojando sus pies en el río con atuendos de labrador. Sin embargo, este atuendo se aleja radicalmente de su realidad física, ya que es una mujer dotada de gran belleza, y justamente la escena en que se redescubre su verdadera identidad, se presenta desarrollado el motivo de la sensualidad. Como punto de partida a la descripción del personaje, los hermosos pies de la doncella, “que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo habían nacido” (Cervantes, Miguel: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Capítulo XXVIII). Esta imagen resultaba tremendamente sensual para el lector de la época. El autor pone especial cuidado en subrayar la blancura de su piel (pies y manos), sus largos cabellos dorados, las hermosas facciones del rostro. La sensualidad se instauró como un motivo artístico recurrente en tanto sugería una evasión hacia el plano de lo mundano y lo terrenal. En cuanto al aspecto técnico, el motivo de la sensualidad implicó la inclusión y reelaboración de los motivos decorativos clásicos y la mitología renacentista.

Dorotea posee los ideales de belleza del Renacimiento; el cabello rubio y larguísimo, la piel tan blanca que puede equipararse a la nieve o al cristal, la hermosura en grado divino (Como afirma Cardenio, luego de ver el hermoso rostro de la muchacha: «Ésta, ya que no es Luscinda, no es persona humana, sino divina». Vid. Capítulo XXVIII). Como se verá más adelante, también demuestra ser una mujer culta, discreta e inteligente, con lo que, por otra parte, atrae el arquetipo de mujer del Renacimiento, en donde la cultura era considerada un ornamento que, necesariamente, debía acompañar a la mujer. Pero Dorotea está muy lejos de ser una mujer renacentista, aunque podamos identificarla con éste en su aspecto físico e intelectual, sino que es una figura tremendamente humana, la cual, en virtud de ello, presenta tanto virtudes como contradicciones y defectos.

Esto se relaciona también con el ser‑parecer, una de las aristas que presenta la compleja relación del hombre barroco con la realidad. Cuando caen los disfraces en el Gran Teatro del Mundo, las cosas no son lo que anteriormente parecían, y se revela la verdad, lo esencial: Dorotea es una mujer hermosísima, de armas tomar, que ha tomado el disfraz de hombre por una cura de amor.

Al proponerle que tome el papel de una doncella en apuros, Dorotea acepta inmediatamente, y sin ningún reparo, mostrándose audaz en su nuevo papel. Ella misma es la que trama todos los detalles del engaño en que harán caer a don Quijote, con el propósito de hacerlo regresar a casa: «(…) se identificaba de tal modo con su interesante papel, que llegó a sentirse Princesa y a imaginar que el hijo de un duque la pretendía con la más reverente solicitud» (Espina, Concha: Mujeres del Quijote). Crea una fábula que en sus labios parecía hacerse real.

La representación de la mujer en la novela picaresca se opone de manera tajante al tratamiento idealista de ésta en la novela pastoril. El aporte propio y original de Cervantes consiste en tomar personajes pertenecientes al ámbito de la picaresca y darles un tratamiento diferente, procurando reducir los rasgos grotescos (presentados de manera exacerbada en la novela picaresca) como la fealdad, la deformación, lo repulsivo, las conductas inmorales, etc.

Este tratamiento especial que Cervantes desarrolla, podemos verlo en la figura de Maritornes. Ella aparece en un espacio que pertenece a la picaresca, como es la venta, la que se asocia al pecado y gente de mal vivir. Asimismo, su caracterización física responde a este género:

«Servía en la venta, asimismo, una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana (…) no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que aún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera» (Cervantes, Miguel. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Capítulo XVI).

Sin embargo, acto seguido, la fealdad y lo grotesco de su condición física es contrapuesto en las páginas siguientes a una caracterización interior rica en cualidades positivas: Maritornes es bondadosa, compasiva y solidaria; es el personaje más humano de la venta. Esto se demuestra en el episodio del manteo de Sancho, donde es la única que se conmueve ante la burla que sufre el pobre escudero.

Todas las mujeres que aparecen en la novela, tienen sus antecedentes en los géneros literarios de la época, que Cervantes desarrolló y dio vida, para que dejaran de ser meros tipos.

berzosa43@gmail.com

Deja una respuesta