Por Fernando Sánchez Resa.
Tras el puente de primeros de mayo de 2014, seguimos disfrutando de tardes veraniegas que ponían en un brete al cinéfilo habitual, pues su temprana hora de cita (las ocho menos cuarto) ofrecía otras dulces tentaciones. No obstante, los habituales siempre acudimos a la sala de lectura del Hospital de Santiago para pasar un buen y gratuito rato. Por eso, aquel jueves, día ocho, no podíamos perdernos la peli anunciada: Bellísima (Bellissima, 1951) de Luchino Visconti, en versión original. Un imprescindible filme italiano, visionario de la realidad que estaba por venir en forma de castings, triunfitos y demás zarandajas; o como las novelas de Orwell que nos adelantaban escenarios que hoy son habituales. ¡Cuántos programas basura nos hubiéramos ahorrado si ciertos progenitores hubieran visto esta buena película…!
Tras las justas explicaciones sobre la peli en cuestión, Juan, nuestro incansable animador cinéfilo, habló de la famosa actriz Anna Magnani, mujer salida del pueblo llano, atractiva y de formas rotundas, siendo un volcán de emociones en perpetua creación. En esta producción, es ella la que encarna el neorrealismo tardío como exponente de una Italia de sueños y supervivencias que, en cierta medida, nos recuerda a la España de aquellos mismos años con sus barrios obreros, sus imprescindibles porteras, sus insustituibles comadreos y sus historias de escalera que tan bien retrató Antonio Buero Vallejo; aunque con una carga más fuerte de latin lover (‘amor latino’) o machismo, en claro contraste con el cine francés o alemán…
En mi escala personal, hay tres gigantes italianas de la interpretación que sobrepasan la categoría de “estrellas”: Anna Magnani, Giulietta Masina y Sofía Loren; pues en Bellísima viene a destacar la primera, al ejercer de madre (Maddalena) de la pequeña y guapa María (magistralmente interpretada por Tina Apicella), deslumbrada por el mito del cine; por eso, la presenta a unas pruebas para la próxima película del director Blasetti, sin reparar en ímprobos sacrificios con tal de cumplir su obsesión. Pretende auparla como estrella infantil del cine, a la espera de que solucione todos los problemas familiares y su propio futuro, aprovechando el concurso que se celebra en los estudios de Cinecittà de Roma. Lo que sirve de excusa perfecta para contarnos, con rigor deslavazado, paradójicamente, la vida de esta niña y la de su familia, retratando crudamente su devenir cotidiano, sus viviendas, las relaciones familiares y de pareja, etc., con una fuerza vital y viveza que solo los italianos saben conseguir.
Bellísima está basada en una historia de Cesare Zavattini, guionista de las películas más importantes de V. de Sica como: Ladrón de bicicletas, Milagro en Milán o Umberto D; con guión del milanés Visconti y la colaboración de F. Rossi y Suso Cecchi D’Amico (otro de los guionistas importantes del neorrealismo que dejó su huella en Roma, ciudad abierta; Ladrón de bicicletas o Milagro en Milán). Y en la que hay que destacar la sabia dirección de Luchino Visconti, especialmente en la recreación de ambientes, en cómo retrata a la Magnani y a la vida misma, mezclando comedia y drama, resultando imposible no emocionarse con el llanto de la Magnani.
No les voy a contar el final, pero sí lo mucho que gustó a todos los asistentes, pues tiene vis cómicos memorables, aparte de que se pueden extraer variopintas enseñanzas vitales, destripando el mundo del cine y su máscara hueca y vacía, por el que mucha gente lucha creyendo que es “el no va más”, resultando que bastantes se quedan por el camino. Es una película del “cine dentro del cine” que, con su blanco y negro, nos deja una auténtica filosofía de la vida real: los errores que se cometen, albergan mucha enseñanza sobre la felicidad cotidiana y hacen poner los pies en el suelo… Encontramos en Anna Magnani a una de las precursoras de esa especie de padres explotadores que arrojan a sus hijos a interminables castings para protagonizar un anuncio o programa, aunque con una gran diferencia: ella sí sabe donde están los límites en esa loca carrera al estrellato a cualquier precio, dando una lección de catadura moral y de humanidad.
Merece un comentario aparte la visión que Visconti ofrece del cine: su retrato no es benévolo, por lo menos con la clase de cine en el que espera triunfar María; y en la maravillosa escena final: cuando la carnalidad de la Magnani abraza a su marido. ¡No se la pierdan…!
Siempre, al finalizar la sesión, salimos charlando sobre lo que más nos ha impactado en la proyección cinematográfica y vamos haciendo nuestro pequeño cinefórum particular, que luego alargamos en casa, con la familia o los amigos, recomendando (o no) la película que tenemos tan fresca… Ese día, todos coincidimos en que hay una actitud humana que ha causado muchas amarguras: querer que nuestros hijos sean lo que nosotros ansiamos que sean. Y también llegamos a una misma conclusión: ¡El amor jamás debe ser imposición!
Yo se la recomiendo a ustedes, incluso en versión original, pues cuando los actores hablan despacio casi se entiende el italiano perfectamente; pero cuando se disparan o hay discusiones varias en pantalla, los títulos en español cogen tal velocidad que has de tomártelo con calma y filosofía e intentar simplemente coger el sentido general de la conversación y no pretender llevarlo todo mascadito. Lo importante es atrapar la trama, su historia, los personajes, sus encuadres y todo lo demás que, normalmente, es imposible captar si únicamente se está leyendo los subtítulos como un descosido…
Úbeda, 11 de julio de 2016.