“Barcos de papel” – Capítulo 09 d

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- Llamada a la revolución

El equipo de conferenciantes estaba compuesto por un electricista y tres mineros adscritos a la zona de Linares; y, a la conferencia, acudió todo el pueblo. Colocaron el estrado en la cabecera del salón, cubierto con la bandera de Acción Católica. Los mineros ocuparon la mesa de oradores y mis amigos y yo nos sentamos al fondo, muy cerca del electricista. Por parte de la comunidad de jesuitas, sólo asistió el padre Prefecto rodeado de su corte de empollones, que se instalaron en las butacas delanteras. Cuando todo el mundo estaba en su sitio, Galarza presentó a los conferenciantes desde el centro del pasillo, con su acostumbrado misticismo humanitario. Llamó a la insumisión y a la desobediencia pasiva; reclamó la vuelta de los hombres al campo; rechazó la irrupción de las máquinas en la actividad laboral; y condenó el progreso tecnológico que robaba puestos de trabajo a las clases proletarias.

Dijo también, para cerrar la prédica, que no se nos juzgaría por nuestra moral cobarde y timorata, sino por las palabras escritas delante de nosotros: Todo lo que hagáis por éstos, mis hermanos más pequeños, por mí lo hacéis. Cerró el discurso con una de esas frases que tanto le gustaban: «No lo dudéis: si Jesucristo estuviera aquí… diría lo mismo que dirán estos queridos compañeros que a continuación tomarán la palabra».

Pero lo que dijo, a continuación, el querido compañero de la HOAC, nadie lo entendió, porque el micrófono no funcionaba. Ya se sabe que los micrófonos nunca funcionan a la primera. Hay que darles unos golpecitos con la debida destreza, como hizo el electricista que estaba a nuestro lado; y, al momento, la avería quedó subsanada. La gente aplaudió la intervención y el orador sacó un manojo de papeles del bolsillo y los colocó encima de la mesa.

—Queridos padres jesuitas y compañeros.

Antes de proseguir, se detuvo un instante para efectuar la pertinente aclaración.

—No quiero decir que los padres jesuitas no sean nuestros compañeros, sino que algunos de los compañeros no son padres jesuitas.

Se oyeron unas risitas, hizo una nueva pausa para tomar aliento, ordenó los papeles, tosió un par de veces y continuó, ahora sí, mucho más seguro.

—Compañeros: la cuenca minera está agotada; en los últimos meses han despedido a más de cien camaradas y el resto trabajamos en situaciones peligrosas. Hemos escrito al gobernador, pero no nos ha prestado la menor atención. Confiamos en fuerzas comprometidas, como la nueva Iglesia, para que se unan a nosotros. No quisiera que se malinterpretaran mis palabras, pero que todos sepan, desde ahora, que si no nos escuchan iniciaremos una huelga de imprevisibles consecuencias. ¡Viva la clase obrera! ¡Viva la libertad!

Aquello era la locura.

Me pareció que seguir contándole lo que sucedió a continuación, no tenía mucho sentido; pero, una vez lanzado, no me parecía conveniente interrumpir el relato. Tenía la impresión de que la historieta le había parecido divertida, pero tenía la impresión de que no le había gustado alguna cosa que había dicho. Por eso le pregunté.

—¿Qué te parece?

—Habría que hablar mucho del asunto. ¿A qué te refieres en concreto?

—Pues que tanto a Galarza como a mí nos educaron en el mismo credo. A los dos nos enseñaron a distinguir el bien del mal y los dos sabíamos que no se alcanza la gloria sin esfuerzo; pero, mientras yo barro una imprenta para comer, él no quiso aceptar esos principios y buscó otros caminos para lograr el triunfo. La diferencia entre nosotros es que él pertenecía a una familia riquísima y yo a otra muy humilde.

Estaba tan lanzado que cometí la imprudencia de abrirme a él.

—Te he dicho antes que no creo en los políticos y aquel cura lo era. Necesitaba demostrar su superioridad y lograr sus ambiciones personales para poder vivir. La gente como él tiene la culpa de las desigualdades de este mundo. Los disparates cometidos en Europa, hace sólo unos años, sólo se explican por la egolatría y las ansias de poder de unos excéntricos que se creyeron elegidos para salvar a la humanidad. Eso es innegable.

 

roan82@gmail.com

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