Por Dionisio Rodríguez Mejías.
1.- Al fin, un trabajo.
Por fin, el día catorce de octubre tuve un golpe de suerte. A las siete menos cinco de la mañana me presenté con La Vanguardia bajo el brazo, en Relieves Fabregat, y a las siete ya estaba trabajando. No pude ni cambiarme de ropa. Era un taller de artes gráficas en la calle Rocafort, esquina Consejo de Ciento. El anuncio decía que se precisaba un meritorio con categoría laboral de especialista, eufemismo que significaba que el candidato se encargaría de barrer el taller, hacer los paquetes, acompañar al repartidor con la furgoneta y ayudarle a cargar y descargar la mercancía. Ni me hicieron contrato ni me dieron de alta en la seguridad social.