Por Dionisio Rodríguez Mejías.
4.- Unas clases para salir del paso.
Estaba tan harto de perder el tiempo enviando currículos y llamando por teléfono, que aquella misma tarde, poco antes de las cinco, me puse una camisa limpia, me tomé un par de copas en el bar de Saturnino y me fui a la puerta de la Academia Blanes, en la plaza de Sans. Siempre he aparentado más edad de la que tengo y eso, a veces, me ha resultado de gran utilidad. Llegué dispuesto a enrollarme con las mamás que, con el bocadillo en la mano, venían a recoger a sus hijos a la salida del colegio. Lo conseguí. Fue una simple cuestión de mano izquierda y confianza en mis posibilidades: veía un niño bien arreglado de la mano de una señora, con cara de posibles, y me acercaba a ella, sonreía con cara de no haber roto un plato en mi vida e intentaba enhebrar una conversación.
—Señora, no quisiera molestarla. ¿El niño es suyo? Lo digo porque tiene cara de ser listísimo. Seguro que saca unas notas excelentes.
Aunque en aquel tiempo todavía no se comerciaba con droga a las puertas de los colegios, alguna me miraba con desconfianza y me hacía el más omiso de los casos; pero siempre había otra que ponía cara de complacencia, y se abría al coloquio. ¿A qué madre no le gusta que hablen bien de su hijo?
Ahí empezaba mi actuación. Si me decían que el chico flaqueaba en “Mates”, les contestaba que yo estudiaba tercero de Ciencias Exactas; y, si no se le daba bien la Lengua, les decía que estaba a punto de terminar Románicas. Conseguí dos clases particulares en cuatro tardes. Tengo que admitir que sacaba para tabaco y poco más; pero lo poco es mucho, cuando no se dispone de nada; lo importante es empezar. El cuatro de octubre, festividad de san Francisco y onomástica del padre de uno de los chiquillos, le regalé un bolígrafo Dupontacompañado de cuatro letras:
«Acepte este sencillo obsequio como muestra de mi gratitud, por abrirme la puerta de su casa y ofrecerme su ayuda. Nunca lo olvidaré. Me gustaría que el bolígrafo fuera auténtico, pero no me es posible en mi actual situación. Gracias, por su comprensión y muchas felicidades. Alberto Ruiz».
Estuvo a punto de echarse a llorar. Me dijo que nadie le había dicho nunca cosas así y que podía contar con él si lo necesitaba. No me sentía cómodo, arrastrándome de aquella forma; me hubiera gustado triunfar sin faltar a la verdad, y vencer las dificultades a base de esfuerzo y de trabajo, pero empecé a pensar que en la vida hay que saber dar coba, y echar las mentiras necesarias. Con qué emoción me estrechó la mano; me recordaba al Obispo Félix Romero, cuando me dio la bendición. “El Colilla” tenía razón: «Si vas de bueno por la vida, pierdes el tiempo y la gente se aprovecha de ti».