Que a usted, o a mí, no nos llevan a la política apuntados con pistola es hasta ahora cierto.
El ejercicio de la política se supone realizado de modo voluntario: voluntaria es su accesibilidad, voluntaria la permanencia (salvo supuestos varios), voluntaria su motivación personal. Y a tal voluntariedad sólo se le puede oponer vocación de servicio público (ojo, no privado ni a afines en exclusiva), como justificación ética y moral.
Esa es la justificación real de todo el tinglado montado alrededor del ejercicio de la política democrática. Debería serlo al menos. Pero se ve de inmediato, en cartón de la muñeca, que lo anterior es vano convencimiento de almas cándidas. Antes por el contrario, es justificación tomada al pelo cuando ese engaño se manifiesta a las claras. Servicio público… ¡amos, anda!