(Domenico Ghirlandaio)
La elección de esta obra para su comentario quizá tenga que ver con la edad y condición de abuelo. A mí me produce una atracción que, aún careciendo de la grandeza y grandiosidad de las obras de otros autores más reconocidos que Ghirlandaio, no es una obra menor. La sensibilidad y ternura que trasmite la hacen especialmente encantadora, y su técnica elaborada y valiente nos presenta uno de los más bellos retratos del Renacimiento italiano.
De todas formas, no despreciemos la aportación de Ghirlandaio a la pintura humanista del Renacimiento (según Vasari, Ghirlandaio es un pintor dignísimo, en cuyo taller se formó nada menos que el gran Miguel Ángel). Su abrumadora presencia en Florencia, y también en Roma, en los frescos laterales de la capilla Sixtina, indican la apreciación de Ghirlandaio por los grandes mecenas del arte, sean los Médicis o los papas.
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